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Editorial
Desafío para la ONU
El Mercurio
Jueves 18 de octubre de 2001



El Premio Nobel de la Paz asignado a la Organización de las Naciones Unidas y a su Secretario General, Kofi Annan, representa un respaldo y un desafío a la vez. Reconocimiento y respaldo a una labor de más de medio siglo y a una entidad universal que hoy congrega a 189 estados. Desafío en un momento amenazante para la convivencia del mundo y para el curso y destino del siglo y milenio que iniciamos.

La ONU nació como un esfuerzo y una esperanza de superar las guerras mundiales, al término de la segunda gran conflagración. Se confiaba en que el establecimiento de una organización universal, basada en la obligación de solucionar pacíficamente los conflictos internacionales, en la igualdad soberana entre los estados y en el respeto a los derechos humanos debía asegurar la paz y constituirse en foro e instrumento de cooperación entre todos los pueblos. La guerra fría pareció paralizar tan ambicioso proyecto, pese a que al cumplir medio siglo la ONU pudo vanagloriarse de la ausencia de conflictos universales en ese lapso, realidad que permanece hasta hoy. Tras la caída del mundo comunista se ha presentado una nueva oportunidad para la ONU, actualizada hoy con la crisis desencadenada por los atentados terroristas del pasado 11 de septiembre.

No ha podido la ONU solucionar todos los conflictos ni superar en muchas ocasiones las realidades del poder. Las mismas la han limitado grandemente en la solución de una variedad de disputas, que por largos períodos comprendió a los principales países. Sin embargo, ha contribuido decisivamente a evitar nuevas guerras mundiales, como las de la primera mitad del siglo XX; ha creado un sistema de organismos internacionales que aseguran la cooperación en los dominios financiero, de salud, de educación, alimentación y agricultura, de medio ambiente, meteorología; ha impuesto la validez de los derechos humanos, y se ha convertido en un foro verdaderamente universal.

En la universalidad de la ONU hay cristianos, musulmanes y otros; occidentales, árabes y gente del Lejano Oriente y el África. Su papel en la descolonización durante el pasado siglo, su indudable aporte a la cooperación económica y su promoción de los derechos intangibles del hombre le dan título para enfrentar ahora al terrorismo y, en una dimensión más amplia, a la ausencia de un orden mundial.

Para su función primordial, la seguridad internacional, tiene el beneplácito de la única superpotencia, Estados Unidos, que se ha puesto al día en sus cuotas. El Consejo de Seguridad debe seguir operando en esta crisis, con el concurso de las grandes potencias mundiales. Su desafío reside en llevar a cabo ahora un plan para asegurar la paz mundial y erradicar el terrorismo.

Tarea inmensa, que debe asumir un hombre que ha hecho su vida profesional en las Naciones Unidas, Kofi Annan, y que cuenta con la confianza de todos los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, la de Israel y los países árabes, la de desarrollados y en desarrollo. Una tarea que no depende sólo del hoy laureado Secretario General ni de la organización misma, sino de los estados que la forman.

 

 

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