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¿Qué hacer después de los ataques?
Dilemas de Bush
El Mercurio
Domingo 14 de octubre de 2001

Evitar la desestabilización en Paquistán y solucionar el problema palestino están entre las prioridades inmediatas en la agenda de la política exterior de Washington.


PALESTINA.- Yasser Arafat se constituye en un aliado estratégico de Estados Unidos.
Juan Araya D.

Y después de los ataques ¡¿qué?!. La pregunta recorre en estos días los despachos de los principales asesores de política exterior del gobierno de George Bush, abocados a definir y delimitar los pasos inmediatos que se darán una vez cumplido el objetivo político de terminar con los grupos terroristas dirigidos por Osama bin Laden.
La primera semana de bombardeos masivos sobre Afganistán, donde se refugia el jefe terrorista y su grupo Al Qaeda, dejó en claro a Washington que un retiro de la región, después de terminadas las operaciones militares, puede dejar una bomba de tiempo de inciertas consecuencias de no atacarse los problemas de fondo que enfrentan amplios segmentos de las sociedades musulmanas.

Esa lectura que hacen algunos consejeros de Bush apunta a eliminar una serie de elementos de desconfianza histórica, entre los que emerge el problema palestino, enarbolado como uno de los emblemas de su causa por Bin Laden, cuando el domingo 7 dirigió su mensaje televisivo desde una caverna en que se refugia en territorio afgano.

El jefe terrorista, apelando a herramientas comunicacionales, notificó a Estados Unidos que la seguridad de sus ciudadanos será incierta en la medida que esa misma seguridad no llegue a los territorios de los países islámicos y árabes, mencionando concretamente el caso de los palestinos.

Sus palabras apuntaron a construir un discurso unificador, que se reflejó en los días siguientes en las masivas protestas contra los bombardeos a Afganistán, que se extendieron por el mundo musulmán, desde los territorios árabes hasta Indonesia y Filipinas, con epicentro en el conflictivo Paquistán.

Ya antes de ese discurso de Bin Laden, Bush había anunciado la intención de su gobierno de formular un plan para establecer un estado palestino, bajo la condición del reconocimiento a la existencia de Israel.

Promesa que repitió el jueves en su conferencia de prensa en la Casa Blanca, al cumplirse un mes de los atentados en Nueva York y Washington.

Arafat, socio de EE.UU.

Pero ese objetivo de la administración republicana, que representa un giro de 180º respecto a sus posiciones anteriores, deberá sortear obstáculos, en distintos frentes, que amenazan con frustrar su plan.

Uno de ellos es el rechazo del gobierno de Ariel Sharon a compartir el control de Jerusalén con el futuro estado palestino, considerado uno de los puntos claves del diseño que prepara el gobierno de Bush.

La otra piedra en el camino es el grado de control que Yasser Arafat pueda tener sobre los movimientos palestinos más radicalizados, fundamentalmente el movimiento Hamas.

Un hecho sintomático de esta situación se vivió a comienzos de semana cuando la policía de la autoridad nacional palestina reprimió al grupo fundamentalista, que protestó por el ataque estadounidense a Afganistán y muchos de sus miembros levantaron carteles con frases de apoyo a Bin Laden.

"Curiosamente, Arafat se convierte en un aliado muy importante para EE.UU. en estos momentos al desmarcarse del terrorismo", observa la investigadora de la Universidad de Santiago, Olga Ulianova.

Y esto quedó en evidencia a las pocas horas del mensaje de Bin Laden, cuando Arafat le respondió que no necesitaba que defendiera la causa palestina.

A juicio del sociólogo Isaac Caro, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad jesuita Alberto Hurtado, lo que pretende el gobierno de Bush es "fortalecer el movimiento de la autoridad palestina, apuntando a la creación de un estado palestino moderado y democrático, para limitar cualquier posible influencia de los grupos más radicales y fundamentalistas".

La declaración de la Liga Islámica


Lo que también dejó al descubierto el ataque norteamericano contra Afganistán fue la dicotomía entre algunos gobiernos islámicos y sus poblaciones.

La expresión de esas diferencias se reflejó en la declaración final de la Liga Islámica reunida a mitad de semana en Qatar. En ella se intenta mantener las buenas relaciones con EE.UU., pero al mismo tiempo se notifica a Washington que el combate contra el terrorismo debe limitarse al país de Asia Central, sin extenderlo a otras naciones.

Para el cientista político Nelson Morales la liga condenó al terrorismo pero como contrapartida planteó que tenía que ser una acción muy cuidadosa para no alterar los procesos políticos en los países islámicos.

El mensaje aludía implícitamente a la situación de Iraq, que figura entre los objetivos prioritarios de Washington para atacar, en caso de que Bush decida extender la acción punitiva contra otras naciones sospechosas de albergar a grupos terroristas.

De hecho, el mandatario estadounidense afirmó en su conferencia de prensa del jueves que su gobierno sigue muy de cerca al líder iraquí Saddam Hussein.

La receta estadounidense

Al margen de los temas de la agenda inmediata de Washington, distintos analistas internacionales consideran que la administración republicana tiene el desafío de abordar y atacar los problemas de fondo que suministran el caldo de cultivo para los discursos de grupos integristas como los de Bin Laden.

Esos problemas fundamentalmente tienen que ver con la falta de apertura democrática en muchos de los países islámicos, casi todos gobernados por dictaduras, ninguna posibilidad de desarrollo, fracasos de sus políticas económicas y situaciones de analfabetismo y pobreza bastante fuertes.

En opinión de Eugenio Chahuán, director del Centro de Estudios Arabes, la desaparición de la ex Unión Soviética y el descalabro de las izquierdas a nivel mundial derivaron en que todas las posiciones de reivindicaciones sociales, económicas y de libertad en estos países han sido asumidas por los grupos islámicos.

"El discurso de éstos, incluido el de Bin Laden, se basa en una realidad objetiva que se presenta en sus sociedades, y la capitalizan para intereses políticos", apunta Chahuán

El agravante en esta situación es que muchos de los gobiernos a los que combaten los fundamentalistas son estrechos aliados de EE.UU., o mantenidos por Washington.

En esa perspectiva, la principal preocupación radica en la actitud que tomará EE.UU. una vez que concluya su operativo "Libertad Duradera".

La opinión de los principales expertos en política internacional coincide en que un retiro norteamericano de la zona, tras castigar al terrorismo, dejaría una situación de inestabilidad social y con las economías mucho más complicadas de lo que estaban antes.

Y ese panorama puede ser un catalizador para que eventualmente se produzcan cambios de gobierno en los países del área, proclives a regímenes más integristas.

Un claro ejemplo de esto, según Chahuán, se tiene con el posible sucesor de la dinastía saudí, que tiene ligazones importantes con los grupos del Wahabismo, de los cuales surgió Bin Laden.

Bomba paquistaní

La situación más explosiva en el corto plazo es la que vive el régimen de Paquistán, encabezado por el general Pervez Musharraf.

Durante toda la semana se sucedieron las masivas manifestaciones de protestas de la población paquistaní contra la decisión del gobierno militar de apoyar las acciones de EE.UU. contra su vecino Afganistán.

Eso hay que entenderlo, dice el cientista político Nelson Morales, en la hermandad de etnias que está por encima incluso del Islam, como sucede con la población pasthu que vive a ambos lados de la frontera.

Pero, además, Musharraf juega a dos bandas, explica Morales. Por un lado apoya el operativo contra el terrorismo y por el otro tampoco se quiere enemistar con los talibanes. De hecho, el único embajador que Kabul tiene en el exterior permanece en Islamabad y ha sido el VIRTUAL vocero afgano hacia el mundo.

En un intento por neutralizar a sectores del ejército descontentos con su política, Musharraf llamó esta semana a retiro a varios generales, entre estos el jefe de los servicios secretos, pero ello no impide que mandos medios puedan intentar un golpe de estado.

Por si esto fuera poco, el régimen paquistaní enfrenta también un conflictivo cuadro internacional. Cuando el gobierno de Musharraf comprometió su apoyo al operativo militar de EE.UU. puso dos condiciones: que Israel estuviera fuera de la alianza y que Washington interviniera en el conflicto de Cachemira con la India.

En el segundo punto Paquistán podría quedar en situación precaria si la alianza del norte asume la conducción del gobierno en Afganistán, una vez derrocados los talibanes. La alianza ha recibido apoyo de Rusia y la India, con lo cual el conflicto en Cachemira tendería a profundizarse.

En ese intrincado movimiento de piezas en el escenario internacional, la visita que el secretario de estado norteamericano, Colin Powell, realizará esta semana a la India y Paquistán - dos naciones en posesión de armas nucleares - tendrá por objetivo tranquilizar los ánimos de sus dos gobiernos.

Conexión paquistaní

Un informe de los servicios secretos rusos entregado en marzo pasado al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas dio lujo de detalles sobre las conexiones entre altos oficiales del ejército paquistaní y el régimen talibán de Afganistán.
El informe proporciona datos sobre las bases y campamentos de entrenamiento de terroristas internacionales en el país de Asia central y asesores extranjeros del gobierno de Kabul.

En el documento los rusos dicen que Bin Laden controla como mínimo 55 bases, tiene 13 mil personas y recibe donaciones, figurando en primer lugar el ejército de Paquistán.

Señala que en Afganistán se encontraban (se refiere a marzo) unos 3.500 fundamentalistas islámicos paquistaníes, además de los asesores militares del régimen de Islamabad que ayudan al Talibán.

Agregaba que la principal base de las fuerzas de Bin Laden se encontraría en la ex base militar del ejército afgano, llamada Rishkor, ubicada al sur de Kabul, y la dirigía Kari Saifulla Ahokhtar.

En la base hay siete mil combatientes y un regimiento del ejército de Paquistán.

En el informe se nombran altos oficiales paquistaníes, incluso un general, que actúan como asesores militares.

Se afirma también que seis paquistaníes ocupaban cargos importantes en el ejército del talibán.

Todos estos datos, comentan fuentes de inteligencia, son reveladores del grado de influencia que los talibanes tienen en la estructura militar de Paquistán.

 

 

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