Dudosa amistad de Arabia Saudita
El
Mercurio
Viernes
23 de noviembre de 2001
Cuando los terroristas asesinaron
a miles de civiles en el ataque del 11 de septiembre, nuestros
amigos sauditas reaccionaron con un... silencion absoluto.
Jeff
Jacoby, columnista del "Boston Globe", agencia de
prensa AIPE
Escuchando
hablar al príncipe Bandar parece que Arabia Saudita es buen
amigo de Estados Unidos. "Nuestro papel," dijo recientemente
el embajador saudita a CNN, "es estar sólidamente, hombro
a hombro, con nuestros amigos, la gente de Estados Unidos...
En 1990, cuando necesitamos su ayuda, la obtuvimos. Y ahora
es nuestro turno estar a su lado". Esa es la línea oficial,
en la que los sauditas han invertido una fortuna, promocionándola
a través de los años. La prensa la repite con frecuencia.
¿Será verdad?
Cuando los terroristas asesinaron a miles de civiles en el ataque del 11 de septiembre, nuestros amigos sauditas reaccionaron con un... silencio absoluto.
A medida que se supo que la mayoría de quienes perpetraron el ataque terrorista eran ciudadanos de Arabia Saudita y que el líder planificador era miembro de una destacada familia saudita, uno esperaba oír demostraciones de preocupación y que estarían ansiosos de cooperar con las autoridades estadounidenses para encontrar a los responsables.
La cooperación fue casi nula. Las investigaciones apenas habían comenzado cuando Riyad hizo arreglos con un jet privado para que decenas de sus ciudadanos, incluyendo a varios miembros del clan de Bin Laden, regresaran de Estados Unidos a Arabia Saudita.
Cuando Washington solicitó información sobre los terroristas ya identificados, Arabia Saudita empleó técnicas obstruccionistas. Mientras 94 aerolíneas identificaron inmediatamente a los pasajeros que volaban hacia Estados Unidos, la aerolínea de Saudi Arabia rehusó hacer lo mismo. Un mes después del ataque terrorista, el "New York Times" reportó que Arabia Saudita se seguía negando a congelar los bienes de Osama bin Laden y de sus allegados. Especialmente preocupante ha sido la negativa de Arabia Saudita de cerrar las "organizaciones caritativas" que financian el terrorismo de Al Qaeda.
Arabia Saudita le prohibió a Estados Unidos el uso de las bases aéreas que mantiene en ese país en los ataques contra el Talibán. El primer ministro británico, Tony Blair, hizo una gira por el Medio Oriente en busca de apoyo a las acciones militares, pero Arabia Saudita no permitió su visita. Y poco después de comenzados los ataques aéreos en Afganistán, el ministro del Interior saudita, lo mismo que el Presidente de Venezuela - otro miembro del cartel de la OPEP- denunció la "matanza de niños inocentes". El príncipe Nayef se quejó de "no estar nada contento con la situación". ¿Esos son nuestros amigos?
Por muchos años, Estados Unidos ha mantenido un arreglo con la casa real de Arabia Saudita. Ellos nos venden petróleo y nosotros hacemos la vista gorda respecto de una dictadura intolerante que aplasta a los disidentes en casa, mientras financia y ayuda a los fanáticos más violentos en el extranjero. El problema es que ahora estamos en guerra con esos mismos fanáticos y el arreglo no puede continuar. Llegó la hora de enfrentar la realidad. Su dinero, su diplomacia, sus políticas y sobre todo su dogma islámico Wahhabi - extremista, intolerante, agresivo y venenosamente antioccidental- hizo posible la tragedia del 11 de septiembre. El Talibán y Al Qaeda no son perversiones del wahhabismo, sino su consecuencia directa.
Por muchos años la Casa de Saud ha querido jugar un juego doble. Cuando han tenido que escoger, prefieren el lado de los extremistas. Por ejemplo, en 1996 las autoridades de Arabia Saudita impidieron que Estados Unidos investigara sobre las bombas en Darhan que mataron a 19 soldados americanos e hirieron a 372. Al FBI no se le permitió examinar la evidencia ni interrogar a los sospechosos. Y cuando un gran jurado encausó a 13 sauditas, Riyad no permitió que fueran extraditados. Así no se comportan los amigos.
Por años, Washington ha permitido que Arabia Saudita dicte los términos de la relación. Porque Arabia Saudita insistió que Saddam Hussein no fuese eliminado, la Guerra del Golfo fue abortada antes de obtener la victoria. Pero como Saddam no fue destruido, Arabia Saudita requería nuestra protección, por lo que miles de nuestros soldados y aviadores permanecieron allá. Y esa presencia de "infieles" hizo explotar la furia de Bin Laden, quien utilizó dinero saudita y a reclutas sauditas para construir su ejército terrorista, con el fin de asesinar a americanos. Ese servilismo ya nos ha costado muy caro y ahora nos encontramos frente a una encrucijada. |