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Ataque terrorista
El Mercurio
Miércoles 12 de Septiembre de 2001

Sobrevivientes y testigos del atentado al World Trade Center, aún traumatizados por lo que vivieron, entregaron dramáticos testimonios de la tragedia que impacta al mundo.

Estados Unidos ha sufrido el más trágico y violento ataque terrorista de su historia. Miles de personas han perdido sus vidas en un atentado diseñado para provocar el mayor impacto posible, por razones que hasta este momento se desconocen. Ante todo, los pensamientos y la compasión de toda persona civilizada debe extenderse a las víctimas inocentes en las torres gemelas de Nueva York, en el Pentágono y en los aviones secuestrados. Sólo cabe adherir al sufrimiento de ellas y de sus familiares.

Si bien se han realizado numerosos atentados, dentro y fuera de Estados Unidos, la magnitud, brutalidad y sincronización de estos hechos ponen de manifiesto que el mundo está ante un fenómeno nuevo. La mayor potencia militar y económica de nuestra época ha demostrado ser mucho más vulnerable de lo que se podría haber sospechado. El secuestro de al menos cuatro aviones comerciales en forma simultánea, pese a todas las medidas de seguridad que se han aplicado en las últimas tres décadas, constituye un hecho inédito.

El ataque terrorista se ha comparado al bombardeo de Pearl Harbor, por la magnitud de la sorpresa y el daño, pero claramente se trata de un fenómeno diferente. Mientras el anterior se produjo en medio de una guerra mundial, en esta ocasión no existe una conflagración que explique un acto de tal envergadura. La evacuación de la Casa Blanca y del Congreso, la cancelación de la totalidad de los vuelos civiles y el cierre de los mercados bursátiles son impresionantes señales del profundo efecto que han tenido los hechos en la sociedad norteamericana. Los secuestros y ataques dirigidos contra Nueva York y Washington son actos de guerra, pero de un nuevo género de guerra, sin estados o grupos que se atribuyan la agresión, aunque todo apunta a la intervención de terroristas islámicos, lamentable secuela de las discordias del Cercano Oriente.

El gobierno de Estados Unidos y su pueblo se encuentran ahora ante un reto de enorme envergadura. Su reacción debiera demostrar la grandeza de esa nación y su respeto por las libertades y el derecho al debido proceso para sus ciudadanos y también para los del resto del mundo. En sus primeras palabras después de los hechos, el Presidente George Bush los calificó como un "ataque a la libertad", y advirtió que "la libertad será defendida". Agregó una amenaza inconfundible: "No se equivoquen: Estados Unidos cazará y castigará a los responsables de estos actos de cobardía". Esas palabras recuerdan los ataques de misiles dirigidos por su antecesor a blancos en Sudán y Afganistán y el bombardeo de Trípoli por Ronald Reagan. Con todo, sin tener plena certeza acerca del origen del ataque terrorista, pareciera indispensable controlar los deseos de venganza. Y la Casa Blanca se ha apresurado a negar su intervención en los bombardeos sufridos ayer por Kabul.

La comprobación de que un pequeño grupo resuelto a morir y entrenado para causar daño de cualquier modo a quienes consideran sus enemigos puede ocasionar efectos extremadamente negativos. Cabe suponer, en efecto, que la respuesta inmediata de Estados Unidos y, en general, de todos los países que han sufrido el terrorismo será la adopción de medidas que impidan la repetición de algo similar. Lamentablemente, esto pasa por una restricción de las libertades civiles. Es prácticamente seguro que las libertades de movimiento y de comercio se verán afectadas. Es razonable suponer, asimismo, que las medidas contra los inmigrantes, con las cuales simpatizan extensos sectores europeos, se harán más drásticas. Pero más inquietante aún es vislumbrar la imagen del Estado policial como única garantía frente a un terrorismo ubicuo y tecnificado. No sería la primera vez que las sociedades, aterrorizadas por golpes inesperados e irracionales, exijan a sus gobernantes la imposición de límites a su propia libertad. Y esto sería muy grave para las sociedades occidentales, que han alcanzado un notable modus vivendi democrático. Por ello, todos los países que tienen pautas comunes acerca del comportamiento civilizado de sus sociedades deben, de inmediato, establecer mecanismos de cooperación e información, como una manera de hacer frente, con eficacia, al terrorismo indiscriminado.

 

 

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