La
fuerte lucha de las afganas por ser libres
El
Mercurio
Jueves
22 de noviembre de 2001
Arriesgándose a ser brutalmente castigadas, instalaron escuelas clandestinas para enseñar a leer a mujeres y niñas.
Amy
Waldman, The New York Times.
HERAT.-
En el jardín amurallado de su casa, Soheila Helal libraba
una rebelión silenciosa contra los talibanes. En un patio
acondicionado con alfombras, con dos pequeños pizarrones,
dirigía una escuela para 120 alumnos, en su mayoría niñas.
Era una transgresión en dos aspectos: como mujer la señora
Helal no podía trabajar y sus alumnas no podían estudiar.
Por lo tanto las lecciones de sus estudiantes incluían qué
decir a las fuerzas talibanes que los detuvieran: que ellos
sólo iban a visitarla. Las actividades después de la escuela
incluían aprender cómo salir discretamente en grupos pequeños,
de modo de no atraer la atención.
Helal, profesora por 17 años, no tuvo otra elección. Su marido
murió cuando los talibanes llegaron al poder y la dejó con
tres hijos pequeños. Ella dice que continuar enseñando también
la mantuvo cuerda.
"Pensé en suicidarme muchas veces", contó al referirse a su
vida bajo los talibanes. Como mujer no le correspondía salir
de la casa sin un familiar hombre; como viuda no tenía elección.
La compra de víveres podía significarle ser golpeada por la
policía religiosa. "Sólo mi amor por mis alumnos me salvó".
Nuevo régimen
Ese amor ya no tiene que ocultarse detrás de un muro de adobe.
La escuela donde Helal trabajaba antes de que los talibanes
llegaran se está reabriendo ahora que se fueron de Herat y
de gran parte de Afganistán. En áreas que ahora controla la
Alianza del Norte, la brutalidad que las mujeres soportaron
por casi media década terminó. Cuando Ismail Khan, el comandante
que ahora tiene el control de la ciudad, llegó aquí la semana
pasada dejó en claro que creía que las niñas debían ir a la
escuela y las mujeres, a trabajar.
La libertad es aún demasiado nueva para confiar por completo
y las heridas son demasiado recientes para haber sanado, pero
por primera vez en años, las mujeres dicen que tienen esperanzas:
que las traten como seres humanos, no como ganado díscolo;
que tengan la libertad para salir de sus viviendas.
Herat todavía está lleno de mujeres en burkas, la vestimenta
que cubre incluso el rostro, que hace que una mujer parezca
más una columna que un ser humano, que imposibilita que las
amigas íntimas se reconozcan en la calle. Pero ahora muchas
de las mujeres en burkas andan solas o con otras mujeres.
Hace una semana, eso habría sido motivo para un castigo severo.
Confinadas en la casa
Las mujeres describieron la mentalidad ilógica de los talibanes:
a los médicos hombres no se les permitía atender a las mujeres
pero a las mujeres no se les permitía estudiar medicina; a
muchas viudas aquí, quienes eran el único sostén de su familia,
se les prohibió trabajar. Muchas de ellas recurrieron a pelar
nueces o lavar ropa en casa, con lo que difícilmente ganaban
lo suficiente para alimentar a sus hijos.
Sabiendo que serían golpeadas muchas mujeres, salían solas
de todos modos. Confinadas a su hogar, muchas enseñaban a
sus hijas a leer. Iniciaron escuelas secretas o consiguieron
pequeñas concesiones - permiso para abrir una escuela de enfermería,
por ejemplo- de la burocracia talibán.
Zahra, salió de su casa hace dos días por primera vez en dos
años. Nadie sabía que era ella puesto que usaba una burka.
Pero dentro de las oficinas de la ONU, la joven de 17 años
se quitó el velo, dejó que el sol diera en su rostro y se
permitió pensar en una vida fuera de las cuatro paredes. Todo
lo que hizo durante dos años fue cocinar.
"Era como estar en prisión", dijo otra mujer, Delband.
El índice de analfabetismo es alto pero la educación es apreciada
en esta rica ciudad del oeste. Una mujer tras otra lamentó
haberse educado sólo para que los talibanes las confinaran
a labores humildes.
"Yo me eduqué pero para nada", aseveró Helal, la profesora.
"A los talibanes no les interesaba". Su hija Ghazal, de 13
años, le preguntaba por qué los niños podían ir a la escuela
y ella no. Helal sólo pudo decirle que agradeciera a Dios
el no vivir en una sociedad que entierra a las mujeres con
vida. |