La
furia islámica muestra su vigor en las calles de Pakistán
El
Mercurio
Miércoles
17 de octubre de 2001
Las manifestaciones son pan
de cada día en este país y amenazan con multiplicarse
a niveles impredecibles.
FUNDAMENTALISMO.- Una ola de ira contra Estados Unidos
se repite en las calles de Pakistán. En la foto,
una protesta reciente en Peshawar. |
Pablo
Soto, enviado especial
ISLAMABAD.- Los gritos del líder religioso que se dirige hacia la multitud están cargados de ira. Sus discípulos lo escuchan atentos y cada tanto lanzan arengas llenas de odio contra quien consideran su enemigo máximo: Estados Unidos.
La protesta es una más de las que se han multiplicado después del inicio de los ataques de Washington contra Afganistán.
Al igual que el líder que los aleona, los cientos de jóvenes barbudos que participan de esta manifestación están furiosos.
Miran hacia todos lados, buscando algo o alguien sobre el que descargar su rabia. Están armados con palos y bastones y lanzan gritos que crean una atmósfera de conflicto no muy difícil de encontrar por estos días en la explosiva región del centro y sur de Asia.
Estudiantes islámicos en su mayoría, los manifestantes escuchan cómo el tono del discurso se va encendiendo: "Muerte a Estados Unidos" y "Osama es nuestro héroe" son las consignas que más se repiten en urdu, el idioma local.
Se desata la violencia
De pronto, los fundamentalistas comienzan a correr hacia cualquier lado, dando saltos, profiriendo insultos y moviéndose amenazantes bajo la atenta mirada de decenas de policías que tienen acordonado el lugar para evitar desmanes.
En otros lugares de Pakistán la escena es igual o peor. En Peshawar y Quetta, dos ciudades fronterizas con profundos vínculos con Afganistán y los talibanes, los manifestantes se enfrentan con los policías y comienzan revueltas en que turbas enardecidas cargan contra todo lo que tenga apariencia occidental.
Atacan una oficina de la Unicef y queman un cine que exhibía películas estadounidenses, consideradas un símbolo de la influencia occidental que estos manifestantes, jóvenes en su mayoría, consideran pecaminosa y repudiable.
Los talibanes han tratado de echar leña al fuego y en sus comunicados diarios en Islamabad dicen que los ataques son una afrenta al mundo musulmán y llaman a movilizarse en defensa de su país.
Es el panorama incendiario de lo que se vive aquí en Pakistán, país vecino a Afganistán y hasta antes de los atentados del 11 de septiembre su mayor aliado y protector.
Ahora, en cambio, el gobierno del Presidente golpista Pervez Musharraf resolvió apoyar los ataques aliados de la guerra contra el terrorismo que se libra en Afganistán.
Los jóvenes que participan de las protestas - que se repiten con peligrosa frecuencia- están todos dispuestos a ir a la jihad o guerra santa contra Estados Unidos.
"No tengo miedo de morir. Para mí sería un honor pelear junto a Osama bin Laden. El es un buen musulmán", dice uno de los jóvenes manifestantes, que no debe tener más de 16 años.
Las manifestaciones no son espontáneas y están alentadas por una temible alianza de líderes religiosos radicales cuyas palabras son tomadas como leyes por los estudiantes islámicos.
En las madrasas, los seminarios religiosos musulmanes, el sentimiento contra los estadounidenses es de odio total. Teniendo en cuenta el alcance de estas instituciones, las amenazas son como para asustar a cualquiera: en Pakistán hay 10 mil madrasas en las que estudian un millón de alumnos.
Los estudiantes y sus líderes sienten un profundo rechazo por muchas de las costumbres occidentales. Este desprecio se encuentra presente en muchos aspectos, como el recato excesivo de las mujeres y el secretismo de sus relaciones con los hombres. No se ven mujeres trabajando en oficinas u hoteles, y las que van por la calle siempre están cubiertas.
La televisión censura cualquier escena de películas occidentales en que aparezcan simples besos o caricias. Ni hablar si alguna mujer está en traje de baño. De inmediato, la pantalla se vuelve difusa.
Los grandes mercados populares, como el de Barah, en Rawalpindi (a 20 kilómetros de Islamabad), reflejan también la ira contra Occidente. Aquí el movimiento es frenético, entre los gritos de vendedores que tratan de colocar como sea sus productos y el enrevesado tráfico de micros sobredecoradas hasta el hartazgo, motos que se han convertido en improvisados taxis y hasta burros que prestan sus lomos para transportar las mercaderías.
Nadie viste al modo occidental aquí. Los hombres usan el tradicional Shalwar Qamaiz, que es una suerte de camisa larga, tipo túnica hasta la rodilla, puesta encima de un pantalón.
En el caso de las mujeres, el impacto visual puede ser aún mayor. Casi todas lucen velos conocidos como chaadar que les cubren la cabeza, los hombros y en ocasiones la cara. Los colores son variados, pero tienen en común la forma poco sugerente y casi misteriosa.
Aumenta el odio
Es frecuente en este mercado escuchar el rechazo a los estadounidenses: "Gente inocente muere en Afganistán. Los afganos no son terroristas", defiende un viejo comerciante que se dedica a la venta de frutas secas.
Lo que ocurre en las calles de Pakistán parece tender a incrementarse en los próximos días. Casi sin interrupción, las noticias de nuevas ofensivas contra Afganistán se repiten una y otra vez.
Y el sentimiento de la gente es que no se está atacando al terrorismo, sino a un país musulmán débil que no puede defenderse solo y al que hay que ayudar.
La fuerza de esta furia islámica se viene escuchando progresivamente en Pakistán y se ha extendido con protestas por varios países musulmanes del mundo. Es una furia incontrolable que está germinando y cuyo resultado final es algo que nadie se atreve a predecir.
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