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La indispensable fase dos
La guerra a ras de suelo
El Mercurio
Domingo 14 de octubre de 2001

Hay que cazar a los líderes de Al Qaeda en su terreno, en las montañas, en las cavernas y en el desierto.


EFECTIVO INGLÉS.- Los ejercicios de batalla en la cercana Omán se transformarán en algo real.
Mauricio Carvallo

No bastaron los seis días de bombardeos contra las ciudades y los alrededores de Kabul, Kandahar, Herat y Jalalabad. Para que EE.UU. y Gran Bretaña ganen la guerra se hace necesario mucha más sangre y sudor, es decir,llevar la lucha a ras de suelo.
Los ataques se sucedieron fácilmente contra un país agrícola azotado por cuatro años de sequía. La falta de blancos de importancia explicó que EE.UU. utilizara menos aviones que en Kosovo.

Hasta ahora la ofensiva contra el régimen talibán no ha variado mucho de la campaña militar contra Irak y Serbia. Pero habrá que salirse de esos libretos por las condiciones económicas y militares de Afganistán.

En Kabul en un momento cayó una bomba cada 10 segundos, pero quedaron intactos sus guerrilleros y soldados. Después del tercer día, altos funcionarios del Pentágono reconocieron que los ataques contra puntos materiales habían sido tan efectivos que varios aviones debieron regresar sin descargar sus proyectiles.

Aunque el Presidente George Bush sostuvo que el conflicto se extenderá hasta el 2002, con obligadas pausas entre noviembre y marzo hasta que termine el invierno afgano, para derrotar al enemigo se hace necesaria la fase dos. Es decir, aquella que representa el real desafío para los excesivamente orgullosos militares aliados. Hay que cazar a los líderes de Al Qaeda en su terreno, en las montañas, cavernas y en el desierto. Se necesita que fuerzas ligeras tomen lo que quede de aeropuertos para hacer posible el aterrizaje de militares.

Se requiere profundizar el trabajo de comandos de EE.UU. y británicos preparados en sabotajes y guerra de guerrillas, ya infiltrados desde hace semanas en territorio afgano.

Sin suficiente perspectiva y contacto directo con el enemigo no habrá destrucción precisa de objetivos y se seguirá atentando contra vidas inocentes. Unas 300 personas habrían muerto en barrios residenciales en las inmediaciones de instalaciones militares, baterías antiaéreas y campos de entrenamiento (ya vacíos de terroristas) a causa de proyectiles que se dejaron caer desde los cinco mil metros. Según la agencia afgana AIP, en la noche del miércoles murieron 160 personas en la ciudad de Karam, al este del país.

Los bombardeos fueron derivando en los últimos días hacia blancos móviles, como transportes y tropas talibán. El propósito es extender el temor y la deserción, si es que eso era posible en ejércitos tan fanatizados, para dejarlos a merced de sus adversarios.

Estados Unidos, incluso postergó para después del cañoneo la búsqueda de Osama bin Laden. Así evitó que si lo hubiese secuestrado o muerto la presión internacional diera la guerra por terminada, evitándole lograr su primer objetivo: desbaratar la infraestructura terrorista o del bando que lo acoge.

Las incursiones sólo iban a tener una pausa ayer sábado debido al festival musulmán de Miraj un Nabi que celebra la ascensión a los cielos del profeta Mahoma.

Hasta ahora ha sido demasiado fácil

La artillería antiaérea talibán tiene un tiro muy corto y sus aviones MIG-21 y SU-22 ni siquiera despegaron. Quedaron convertidos en chatarra al igual que helicópteros y radares. Menos de tres días bastaron a EE.UU. y Gran Bretaña para dar por ganada la etapa. En las primeras dos noches se lanzaron 90 millones de dólares en misiles, es decir el presupuesto afgano para todo el año pasado.

Por eso pareció exagerado que, el martes, el jefe del estado mayor norteamericano asegurara que se había ganado la supremacía del espacio aéreo. Con más de 300 de los aviones más modernos del mundo y la colaboración de las mayores potencias occidentales nunca pudo haber dudas de que así sería, aunque los talibanes hubiesen podido volar la treintena de sus MIG.

La capital, Kabul, recibió en dos horas cuatro oleadas de 18 bombas y otras 12 posteriormente. También fue seriamente castigada Kandahar, más al sudeste, en donde el jefe de la milicia fundamentalista, el mullá Mohamed Omar escapó 15 minutos antes de que se desplomara su casa. Esta era uno de los blancos seleccionados, confirmó el Pentágono, pero se evitó destruir mezquitas.

Rápidamente y sin réplica quedó destrozada la débil infraestructura del país más pobre del Asia Central. Hasta el jueves se habían eliminado más de 40 blancos, con un 85 % de efectividad.

Desde el martes, las incursiones áreas (que se intensificaron entre miércoles y jueves) pudieron realizarse de día porque ya no se temió a las baterías antiaéreas. Se lanzaron nuevos o perfeccionados elementos de destrucción, como artefactos de penetración de 2,5 toneladas para eliminar bunkers enterrados y bombas de racimo que estallan cerca de la tierra para liberar un centenar y medio de bombas pequeñas y que se lanzaron donde se creyó que había tropas enemigas.

El énfasis inicial no estuvo en eliminar éstas, sino la infraestructura económica y militar. Se buscó despejar terreno para impedir el desplazamiento de los talibanes e incluso se resucitó una técnica conocida como "kill boxes" (bolsas de muerte) que consiste en saturar un punto para disponerlo a ser ocupado.

No obstante, de poco sirve haber hecho difícil que el territorio sea utilizado como base de terroristas si éstos están escondidos.

Llegó la hora de los helicópteros

Si con el ablandamiento de terreno las fuerzas aliadas quedaron en condiciones de emprender su ofensiva terrestre antes de que a medidados de noviembre comiencen el invierno y la fiesta religiosa musulmana del Ramadán, también esto ha alentado a avanzar a la Alianza del Norte.

Uno de sus jefes, Atequallah Barialy, planteó que nadie puede ganar una guerra en Afganistán solamente con bombardeos, pero que si los norteamericanos fueran sabios, no deberían participar en operaciones por tierra. El deseo de las fuerzas rebeldes de liderar las acciones ha puesto un problema adicional a EE.UU., que no confía en la capacidad bélica de sus aliados afganos y porque Pakistán se opone a que la Alianza obtenga el poder en Afganistán (ver crónica aparte).

Fuera de la resistencia afgana, que todavía no se prueba realmente, el mayor problema de EE.UU. sigue siendo la inmensa distancia que debe salvar para llegar al punto de batalla. Las dificultades que pusieron los países cercanos para aceptar tropas y bases de operaciones hizo trabajoso enviar F15 y F16. Debieron despegar desde portaaviones estacionados en el Mar Arábigo, a casi mil kilómetros de distancia, y sobrevolar Pakistán, pero no Irán que amenazó con derribarlos.

Incluso bombarderos B-1, B-2 y B-52 debieron salir desde Europa y de la isla Diego García, frente a Africa, y ser cargados de combustible en el aire.

Esta dificultad, más objetivos escasos y ya demasiado difíciles de destruir desde grandes alturas empujan a la intervención de helicópteros de combate cargados con fuerzas especiales. Los "Blackhawk" y los "Apache", que salieron desde las bases estadounidenses de Japón equipados con sensores infrarrojos y sistemas de navegación satelital, dejarían caer comandos muy al interior del territorio enemigo.

El problema es de dónde despegarían. Esto obligaba a considerar como eventualidad al portaaviones "Kitty Hawk", estacionado vacío en el Mar Arábigo. Es que los helicópteros deberían volar sobre Pakistán (con reabastecimiento de combustible incluido) anunciando las acciones antes de llegar a Afganistán. Y como los helicópteros son vulnerables a los misiles Stinger, se multiplicarían los riesgos.

Hay que sacarlos de sus madrigueras

La misión de los comandos sería hacer inteligencia para ir a la caza de Bin Laden, castigar por sorpresa su ejército y eliminar las instalaciones que queden dentro de las cavernas.

La idea es sacar a los terroristas de sus madrigueras, dañar su cohesión y mantener hasta el próximo verano bombardeos esporádicos para evitar que reconstruyan sus posiciones. Según fuentes del talibán, miles de voluntarios se han presentado para luchar contra EE.UU. En Kandahar, la capital de facto, se habrían creado 28 unidas militares y en Kabul otras 13, cada una de las cuales compuesta por entre 200 y mil 500 efectivos.

Es decir, Afganistán es un país que huye o que se queda para el combate.

Ya operaban desde hace semanas al interior de Afganistán boinas verdes, rangers y delta forces, del Ejército; de seal (sea, air and land de la Marina) y varios de la Fuerza Aérea, más comandos británicos. Pesquisaban la ubicación de las tropas enemigas siempre móviles, detectando minas escondidas y buscando puntos de ataque. Lo más probable es que desde ahora actúen un par de horas dejando a su alrededor destrucción, humo y gritos de dolor.

Pero esta sola táctica tampoco bastaría para derrotar a los musulmanes. Sólo les haría daño. Para algo definitivo deberían participar tropas más masivas.

Entre ellas, la unidad de infantería ligera de la décima división de montaña que aguarda con mil soldados (a las que se unen mil más) en Uzbekistán y cuya especialidad es evacuar rápidamente tropas en caso de necesidad. Aunque este país de la ex URSS fue hasta la semana pasada reacio a facilitar el despegue de fuerzas especiales, en los últimos días su Presidente, Islam Karimov, señaló que no se vigilaría demasiado el cumplimiento de esta indicación. Y se han multiplicado en la base de Khanabad los aviones de transporte.

Incluso los gobernantes de la vecina Tadjikistán anunciaron su disposición a considerar la apertura de espacio aéreo para operaciones militares en las afueras de su capital, Dushambe.

Y no obstante que Pakistán, el país más comprometido con la guerra después de Afganistán, fue reacio a permitir que su territorio sea utilizado para un ataque terreste, el jueves su ministro del Interior anunció que las fuerzas norteamericanas podrían tener acceso a sus aeropuertos comerciales de Pasni (cerca de las costas del Mar Arábigo) y Sindh, más inmediato a Afganistán.

No es ni será material para la televisión

Mientras se resolvía desde dónde despegarían las tropas de elite, esperan en EE.UU. el Quinto Grupo de Fuerzas Especiales (SFG), preparada para actuar en Asia Central. O la Décima Fuerza Especial, entrenada para clima frío. O el 160 regimiento de aviación para operaciones difíciles (SOAR). O la 101 división aerotransportada, o la 82 división de infantería.

La aparición de estos nombres no sólo revela lo militarizado que es EE.UU. sino el propósito de evitar una guerra convencional contra los afganos. No actuarán tradicionales ejércitos de tierra porque ya lo hicieron Gran Bretaña y Rusia y fueron derrotados.

No obstante que la intervención de fuerzas especiales y ligeras es un escenario más que probable, Bush y el Pentágono lo mantienen en estricto secreto. No es ni será material para la televisión. Esta semana el Presidente se quejó de que trascendieran - a través de los parlamentarios- los planteamientos internos de su gabinete de guerra, por lo que no solamente ordenó no revelar ningún antecedente a la prensa, sino que restringió a un pequeño grupo la información confidencial.

El secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, indicó que muchas victorias de los comandos no serán anunciadas..., especialmente si representaran la muerte de norteamericanos para evitar que los talibanes las proyecten como victorias. Pero concedió que esta clase de fuerzas se están preparando para intervenir.

¿También Irak?

La gigantesca fuerza bélica enviada a Asia Central para atacar fuerzas guerrilleras de Afganistán (hecho que parece aún más exagerado por la ayuda proporcionada por la Otan) indica que los gobiernos de EE.UU. y Gran Bretaña evaluaron la posibilidad de que la guerra se expandiera a otros países vecinos.

A Irak, concretamente.

"Halcones" del Pentágono que presionan por acciones en este último país y sus contradictores del Departamento de Estado compiten por ganarse al Presidente Bush.

Los primeros, que buscan que Bush hijo finalice el trabajo iniciado por Bush padre, pidieron al ex director de la CIA, James Woolsey, que juntara evidencia que hiciera posible establecer la conexión iraquí en los atentados del 11 de septiembre para deshacerse de una vez por todas de Saddam Hussein. Aparecieron datos de que el terrorista suicida Mohamed Atta se reunió con un miembro de la inteligencia iraquí poco antes de viajar a EE.UU.

Pero no parece suficiente

Esta sorda lucha envuelve al secretario de Estado, Colin Powell, quien se opone al ataque a Irak que patrocinan el subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz y otros altos funcionarios de esta cartera. Según Powell, hay que delimitar lo más posible al enemigo y conseguir el mayor apoyo internacional, sobre todo del mundo árabe.

Sin embargo, los primeros parecieron haber ganado terreno cuando el embajador de EE.UU. ante la ONU, John Negroponte, indicó que otros estados podrían ser envueltos en las acciones contra el terrorismo.

La situación se agravaría porque la guerra abarcaría un estado y no sólo una fuerza terrorista que opera en unpaís. El conflicto alcanzaría dimensiones gigantescas.

La conferencia islámica ha advertido que atacar Irak significaría mayor opinión pública antinorteamericana y destruiría la coalición. Y este solo planteamiento ha aumentado la oposición de los países islámicos al ataque contra Afganistán, tanto en Indonesia e incluso en Omar y Egipto, estos últimos aliados de EE.UU. en la región. La propia ONU dio una demostración de que no desea que las cosas lleguen tan lejos cuando apoyó por abrumadora mayoría que Siria (un país que EE.UU. considera pro terrorista) ocupase un asiento en el Consejo de Seguridad.

Esta alarma obligó a EE.UU. a sostener que apoyaba la creación de un estado palestino en Gaza y Cisjordania. Hasta ahora Bush no se estima acompañado por Ariel Sharon, gobernante de Israel, que ordenaba reprimir por la fuerza a los palestinos, desbaratando la idea de producir unidad con el mundo musulmán.

 

 

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