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La "Justicia infinita" de EE.UU.
La guerra final
El Mercurio
Domingo 16 de Septiembre de 2001

El mundo contempla expectante cómo se reúne en el Golfo Pérsico y el Océano Índico una formidable fuerza bélica que parece demasiada para las condiciones de Afganistán, país que protege a Osama bin Laden. Pero la zona es un polvorín y EE.UU. se prepara para todo.


REACCIÓN DEL MUNDO ÁRABE.- La inminente acción bélica de EE.UU. contra Afganistán podría desencadenar la guerra santa. En la fotografía, manifestaciones en Pakistán.
Mauricio Carvallo

La primera gran guerra del siglo XXI durará años, pero EE.UU. debía iniciarla ya porque su tiempo se agotaba. El Presidente George Bush y sus asesores civiles y militares habían empleado los últimos días para ponerse de pie tras el golpe en Washington y Nueva York y para planificar las acciones de represalia ante un enemigo difuso.

Mientras, la tensión aumentaba en el mundo, las bolsas caían en pánico y la población civil de Afganistán huía de las áreas de inminente conflicto.

Bush había advertido que no se trataría de un acto simbólico: "Nuestra respuesta será masiva, prolongada y eficaz" y llamó a ser fuertes porque la acción sería dura. Y el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, había expresado su preocupación de que los terroristas respondieran en suelo estadounidense no sólo haciendo estallar un avión, un automóvil o un barco. "La amenaza asimétrica", planteó, podría emplear armas químicas y biológicas.

El Primer Ministro británico, Tony Blair, el más estrecho colaborador de EE.UU., agregó a la cuota de riesgos los ataques nucleares.

Los estadounidenses, que apoyan las represalias en un 90%, consideraron el paréntesis como el intento de alcanzar con mayor precisión objetivos militares para salvar muchas vidas inocentes. Pero el tiempo prudencial concluyó y llegó el momento de actuar, aunque sin las pruebas definitivas que justificaran represalias (con su cuota de nuevas víctimas) contra un Osama bin Laden considerado culpable desde el principio.

Desde mediados de semana los tambores de guerra se hicieron más audibles. Comenzaba una operación a gran escala, calculada para 10 años, que debutaba con la concentración de tropas de tierra, aire y mar en las zonas del Golfo Pérsico y el Océano Índico y que continuará con acciones en todo el mundo.

El miércoles partieron desde territorio norteamericano cien aviones (cazas de combate F-15, F-16, bombarderos de largo alcance B-1 y aeronaves con radar "awacs"), que se sumarán a un número similar que aguarda en las bases de Turquía, Arabia Saudita, Bahrein y Kuwait.

Los poderosos B-1, cuyos proyectiles caen guiados por satélite, sugieren que la orden no es sólo bombardear Afganistán, sino también eventualmente Irak e Irán, donde los terroristas talibanes poseen campos de entrenamiento.

Porque el dilema es si aprovechar el impulso bélico para sacar de una vez a Saddam Hussein del poder, aunque no estuviera directamente relacionado con el ataque a EE.UU. El Presidente iraní, Mohamed Jatami, quien acusa que los atentados sirven como pretexto para incrementar los sentimientos hostiles contra los musulmanes, advierte que cualquier acción precipitada agravaría el conflicto y que sus fuerzas armadas defenderán la integridad territorial de la república islámica.

Como la Casa Blanca asegura que actuó más de una organización, al parecer el propósito es no abstenerse ante las dudas. Sabe que en el pasado Irak apoyó el terrorismo y no es misterio que posee armas de destrucción masiva. Ante este riesgo, Hussein optó por lo más sano: anunció que no interferirá en las acciones contra Afganistán.

Preparan equipos de rescate en Uzbekistán

También zarpó el portaaviones "Theodore Roosevelt" transportando 15 mil soldados de la 26 unidad expedicionaria de marines. Mientras, sus hermanos "Enterprise" y "Carl Vinson" permanecen anclados a tiro de cañón de los misiles afganos. Los tres buques suman otros 200 cazas que ya bastaban para justificar una primera incursión aérea. Al trío podría sumarse el portaaviones "Kitty Hawk", que zarpó el viernes desde el puerto de Yokosuka, en Japón, con destino desconocido.

Y pese a que se apostó en Arabia Saudita el teniente general de Aviación Charles F. Wald para ordenar los ataques de 175 aeronaves a su cargo, se optó por agregar mayor presión militar. Lo ya descrito, más cruceros, destructores y submarinos proyectaron un gigantesco rango de opciones. Al mismo tiempo, previendo inevitables bajas, se organizan en las ex repúblicas soviéticas de Asia Central - especialmente Uzbekistán- equipos de rescate para asistir pilotos abatidos.

Bush invierte con amplitud parte de los 40 mil millones de dólares que le giró el Congreso. Tiene permiso para emplear los medios de coerción "necesarios y apropiados" contra las naciones, organizaciones o personas que programaron, autorizaron y produjeron los atentados del 11 de septiembre.

Y ordenó el desplazamiento de más buques desde Japón al teatro de guerra, mientras que Gran Bretaña comenzó a desplegar fuerzas no especificadas, sólo comparables a las que empleó en la guerra de las Malvinas.

A la vez, la economía norteamericana derivó a un plan de guerra que intenta disminuir la recesión de corto plazo, contemplando rebajas de impuestos a las empresass, nuevas reducciones a las tasas de interés, inyección de dólares al sistema financiero y emisión de bonos para respaldar las operaciones de represalia.

El gran riesgo es una operación terrestre

La acumulación de fuerzas fue el dato más elocuente de que se había iniciado una guerra de grandes dimensiones que excederá la misión de atrapar a Bin Laden. Pero el hecho que deba actuar en una región donde se pueden crear desequilibrios estratégicos obliga a EE.UU. a esmerarse en no herir el orgullo de las naciones islámicas que podrían interpretar que se trata de una guerra contra el Islam.

Aunque de allí despegarán los aviones que bombardearán Afganistán, el punto más riesgoso para EE.UU. son las operaciones terrestres. La milicia religiosa talibán controla el 95% del territorio montañoso y crudamente árido, poco más grande que Francia.

Aquí reside el problema porque hay que sacar a Bin Laden de las cavernas. Se requiere de una larga y arriesgada invasión por tierra y la acción de fuerzas especiales.

La guerrilla está compuesta por veteranos con más de 20 años de experiencia que primero humillaron a los soviéticos y ahora ganan la guerra civil contra la Alianza del Norte afgana. En un país de 20 millones de habitantes, la milicia talibán despliega unos 400 mil efectivos. Su disposición a morir por Alá suple su inconsistente fuerza de unos mil tanques, 25 cazas MIG, cientos de misiles aire-tierra, un número no calculado de minas ocultas y decenas de helicópteros.

Allí, los británicos fueron aplastados en el siglo XIX y los rusos en la década del 80 del XX. Generales en retiro de la ex URSS que terminaron traumatizados y severamente heridos claman que no se puede derrotar a Afganistán por la vía militar. Aconsejan que por ningún motivo haya operaciones terrestres porque habría cuantiosas bajas y desalientan las incursiones aéreas porque sería bombardear piedras.

El secretario del Ejército de Tierra, Thomas White, aseguró que EE.UU. desarrollará un combate sostenido, con artillería pesada, ligera, aérea y aerotransportada. La aviación bombardearía los campamentos guerrilleros de la región, pero todos saben que no sirve la capacidad bélica en un territorio tan pobre.

Aquí, las fuerzas de asalto para liquidar células terroristas en campo enemigo y que se dejarían caer durante la noche parece ser la estrategia del Pentágono para salvar su honor. Tras fuertes bombardeos, buscarían y secuestrarían o matarían a Bin Laden haciéndolo salir mediante bombas de humo o lacrimógenas.

"Sólo" hay que eliminar jefes terroristas

Lo novedoso de la nueva estrategia es lo que viene después: eliminar a los terroristas mediante su mismo juego sucio. Aunque al principio parezca un objetivo local, implica una costosa guerra global. Porque sólo ha comenzado la campaña que se ampliará mediante acciones económicas, diplomáticas, políticas, militares y de inteligencia que aíslen a los asesinos fanáticos.

Es lo que permite entender que haya dos nombres para calificar las acciones. La operación contra el terrorismo mundial partió con la denominación de "águila noble". La específica contra Afganistán se conoce como operación "justicia infinita". Y aunque ésta es una continuación de aquélla llamada "alcance infinito" bajo la cual Clinton ordenó bombardeos en 1998 contra los campamentos de la organización terrorista Al Qaeda, el nombre inquieta a Bush porque hiere la sensibilidad musulmana.

Pero una pregunta que nadie ha sabido contestar es qué constituiría una victoria que termine la guerra contra el terrorismo universal.

Por lo mismo, si bien Rumsfeld indica que diversos estados pueden estar implicados en el terrorismo, a diferencia de las guerras convencionales no existe un país agresor y no hay objetivos materiales que sea preciso destruir. "Sólo" hay que eliminar jefes terroristas.

El inminente invierno afgano estrecha a unas semanas el tiempo disponible para las operaciones militares. Hacia noviembre se harán más difíciles porque la temperatura bajará a menos 20 grados, la nieve cubrirá el norte y en el sur (donde se escondería Bin Laden y el mulá Mohamed Omar gobierna en Kandahar), se descargarán lluvias torrenciales. Ello no sólo obstaculizará el avance terrestre, sino también las comunicaciones de los satélites espías.

Escaseaban los planes basados en el conocimiento de la zona. Como dijo la consejera de Seguridad Nacional, Condoleeza Rice, para EE.UU., ésta "es una guerra en que la información de inteligencia es lo más importante". Esta se solicitó a varios países cercanos al escenario bélico, y Rusia y Pakistán fueron los primeros en proporcionar indicios sobre campos de entrenamiento y los nombres de los principales jefes terroristas.

Peligro de dos guerras simultáneas

Sólo el jueves hubo un ejemplo de la decisión tomada: aviones estadounidenses y británicos bombardearon al sur de Irak para menguar sus cañones antiaéreos para cuando se sobrevuele su zona de exclusión. El pretexto fueron las "amenazas hostiles" contra las fuerzas de la coalición en el Golfo Pérsico. Fue el primer acto de la misión de ahogar a organizaciones que buscan terminar con el modo de vida occidental, representado por EE.UU. Se trata de la verdadera guerra contemporánea, mucho más terrestre que aquella de misiles que preparaba la administración Bush.

Obligado a cambiar de estrategia, la noche del jueves el Presidente desarrolló ante las dos cámaras del Congreso una sesión calificada como histórica y que recordó aquella realizada por el Presidente Franklin D. Roosevelt tras el ataque de Pearl Harbor. El ambiente era de guerra. Mientras, cazas y "awacs" sobrevolaban Washington, el vicepresidente Dick Cheney se ausentaba por medidas de seguridad. Se ha dispuesto que ambas autoridades estén separadas en actos públicos y sus horarios sean secretos.

Bush planteó exigencias no negociables: o los talibán entregan a los jefes terroristas y permiten el acceso de EE.UU. a los campos de entrenamiento, "o deberán compartir lo que el destino les depare". Adelantó que habrá ataques espectaculares que se verán por televisión, pero también acciones ocultas.

Si el frente interno estadounidense estaba calmo, una intensa actividad diplomática precedió sus palabras. Aunque EE.UU. se reservó el derecho a actuar solo en defensa propia, se esforzó en armar la mayor coalición posible, lo que hacía previsible una gran represalia.

Por eso, cuando el jueves el consejo de clérigos islámicos afganos rechazó entregar a Bin Laden, la Casa Blanca amenazó con derribarlos del poder, a pesar de que estaba consciente de la advertencia que si un país poderoso y no musulmán atacaba a un país débil sería la "jihad", la guerra santa.

Fue un mal comienzo. Bush había tenido la delicadeza de solicitar al general Pervez Musharraf, Presidente de Pakistán, el uso de su espacio aéreo, gesto que no había tenido Clinton el 98. Pero, aún así, los habitantes de este país que aceptó colaborar con EE.UU y que comparte mil 200 kilómetros de frontera con Afganistán, salieron a la calle para alabar al terrorista, proclamar la "jihad" y llamar a una rebelión armada contra el gobierno.

Uno de los grandes dilemas de Washington es qué hacer si Musharraf fuese derrocado y no recibiera su apoyo vital. Esto podría extender la guerra estadounidense a Afganistán y Pakistán, que juntos sumarían cerca de un millón de combatientes, con el agregado de pesadilla que este último posee armas nucleares.Esto explica por qué EE.UU. reúne tan tremenda fuerza ofensiva en la zona.

La Casa Blanca ofreció sus buenos oficios para que Pakistán, que está en bancarrota, consiga un préstamo de muy bajo interés que alivie su deuda externa de 37 mil millones de dólares. Y no sólo eso. También que Pakistán supere las sanciones que recibió por tener arsenal nuclear, con lo cual podría recibir armamento convencional para hacer frente a su conflicto territorial con India.

Para permanecer neutral en esta disputa, lo mismo ofreció la Casa Blanca a esta última nación. Sin embargo, el riesgo era alentar una lucha religiosa, cultural, además de territorial en una zona donde los conflictos se exacerban. La guerrilla chechena lanzó esta semana su mayor contraofensiva en muchos meses contra las fuerzas rusas y Moscú expresó su preocupación de verse involucrado en dos frentes al mismo tiempo. En este cuadro, EE.UU. ponía en la lista de colaboradores del terrorismo a Sudán, Siria, Cuba, Libia y Corea del Norte.

El único punto positivo es el cese del fuego entre israelitas y palestinos, irónicamente el problema que inspiró al terrorismo.

 

 

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