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Guerra y humanidad
El Mercurio
Martes 9 de Octubre de 2001

Si en todas las guerras se cometen abusos, el riesgo de comisión es mayor cuando existe un argumento que los legitima.

Hugo Herrera A.
Profesor de Teoría Política
Escuela de Derecho, Universidad de Valparaíso

Los recientes ataques a Afganistán en respuesta a los atentados sufridos hace unas semanas por la ciudad de Nueva York muestran que la creencia en la posible eliminación de la guerra de la faz de la Tierra sigue puesta gravemente en duda. Si bien el futuro es una posibilidad siempre abierta, es difícil aventurar una paz perpetua. El conflicto es algo que arraiga en la naturaleza humana.

Si se tiene presente que lo más probable es la persistencia de conflictos armados, resulta adecuado no esquivar el bulto y poner mucha atención en lo que ocurra en la guerra que ha comenzado. Es que si bien la guerra puede ser calificada como un mal en sí mismo, existen maneras mejores y peores de librarla: las guerras pueden ser más o menos crueles. Evitar los excesos de crueldad o disminuir su presencia importa atender a los elementos que inciden en dichos excesos.

Los excesos en una guerra tienen que ver con la ausencia de medida. Con la vulneración, por ejemplo, de la distinción entre objetivos militares y poblaciones civiles, con el uso de medios desproporcionados y con el abuso respecto de los prisioneros indefensos.

Un elemento fundamental en la existencia de una medida en la guerra es que ella se libra entre seres humanos; entre seres dotados de ciertos caracteres comunes, en virtud de los cuales las principales tradiciones les reconocen una dignidad propia. El reconocimiento no siempre se mantiene durante el conflicto. Esto no debe llevar a desconocer, sin embargo, que mientras con mayor fuerza se reconozca la dignidad del enemigo, su valor, es previsible que menor será el grado de crueldad de una guerra. Mejor será el trato de los prisioneros o de la población civil enemiga, y la amplitud o magnitud de los medios empleados no será ilimitada.

Aquí - como en todo ámbito que tenga que ver con el ser humano- las palabras no son indiferentes; lo que se diga en un conflicto armado nunca lo es. Palabras de odio personal pueden acentuar el conflicto; palabras serenas y resueltas pueden convencer o inspirar temor en el enemigo.

En este sentido, los llamados a librar una guerra en nombre de la humanidad importan el grave riesgo de estimular la comprensión del enemigo ya no como un ser digno y valioso, en quien se pueden reconocer méritos. Librar la guerra en nombre de la humanidad implica que el enemigo es ajeno y contrario a esa humanidad que de él es necesario defender: es inhumano. Y sobre alguien contrario a la humanidad, sobre un ser inhumano, los niveles de crueldad aceptables de aplicar tienden a ser más amplios que los aceptables respecto de quien participa de la condición humana. Más aún si se tiene presente que no se trata del caso de una inhumanidad indiferente, como por ejemplo la de un animal o una planta, sino que de una inhumanidad culpable, que merece por definición ser castigada, cuando no condenada a desaparecer. Si en todas las guerras se cometen abusos, el riesgo de comisión es mayor cuando existe un argumento que los legitima.

Esta distinción entre humanos e inhumanos es más radical que ninguna. Ni siquiera la distinción religiosa entre creyentes y no creyentes la supera.

El no creyente es, al fin y al cabo, un ser humano, un semejante; el inhumano, no. La culpabilidad del creyente es menor que la del inhumano: refiere a un aspecto - fundamental, pero sólo un aspecto- de la existencia.

La inhumanidad es una culpa respecto de todos los aspectos incluidos en la expresión "ser humano". Tiene el no creyente, en fin, la posibilidad de convertirse, de la cual el inhumano parece estar privado.

Es difícil calcular el nivel de crueldad que alcanzará el conflicto en Afganistán. Un buen indicio es la ayuda humanitaria que el principal atacante enviaría a sectores especialmente necesitados de la población afgana. Hay otras señales que no son, sin embargo, tan tranquilizantes. La condena jurídicamente no probada de Osama bin Laden, la estigmatización apresurada de los talibanes, así como la desproporción de los medios empleados en el ataque hacen suponer que el llamado a una guerra en nombre de la humanidad - y la aunque tal vez no deseada pero consecuente división entre humanos e inhumanos- estaría produciendo algunos efectos.

 

 

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