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Kunduz despierta de una pesadilla tras derrota integrista
El Mercurio
Martes 27 de noviembre de 2001

La ciudad, dominada por el régimen del mullá Omar durante cuatro años, celebró su liberación a manos de la Alianza del Norte.


IRA.- Soldados de la Alianza del Norte golpean y arrastran a un combatiente talibán en Kunduz. Luego fue subido a un camión y no se sabe qué hicieron con él.
Elisabetta Piqué, enviada especial de La Nación, GDA.

KUNDUZ.- Hay olor a muerte en Kunduz, el último bastión talibán del norte de este país, que finalmente el domingo fue totalmente liberado. En el bazar, debajo de un puesto de paja, un hombre yace en el piso, en medio de un charco de sangre. Tiene los ojos abiertos, la boca abierta, la mano inerte, el cuerpo estremecido por una ráfaga de kalashnikov.

"¡Kandahar, Kandahar!", grita la muchedumbre que atesta el lugar, señalando que, como muchos otros, este último soldado de la resistencia del mullá Omar venía de la sureña Kandahar, considerada la capital espiritual de los talibanes.

Nadie sabe cómo se llama ese talibán tirado ahí, en medio de las moscas, que probablemente está pasando a la historia como el último combatiente de la Jihad (Guerra Santa) contra los infieles. Mientras los camarógrafos acercan sus implacables objetivos a esos ojos sin vida fijos en la nada, y a ese rostro de barba larga, como exigía la dictadura religiosa, una mano piadosa arroja una manta polvorienta sobre el cuerpo.

Ese cadáver no es el único del bazar de Kunduz que huele a muerte. Frente a la Nahir Pharmacy, debajo de otro puesto, hay otro cuerpo, y cruzando la calle, otros dos, atrozmente inmóviles. "¡Terrorist, terrorist!", grita la muchedumbre, con el puño en alto. Los muertos son combatientes de Omar con rostros curtidos y sucios, víctimas de los intensos choques que hubo por la mañana, después de una última noche de fuego, que incluyó bombardeos norteamericanos sobre la colina de Bala Hissar, donde había posiciones talibanes.

Símbolo de fanáticos

Dos de los muertos perdieron su turbante negro o blanco, símbolo de los fanáticos estudiantes coránicos, mientras que uno muy joven, de no más de 15 años, aún lleva puesto un kola rojo, el gorro medio cuadrado que suelen usar debajo.

En la calle principal, en tanto, el clima es extraño: una mezcla de liberación, caos y gran tensión. Miles de muyajedines vestidos con uniformes mimetizados van y vienen a toda velocidad tocando bocina, y decenas de jeeps, camiones y blindados que apuntan peligrosamente hacia la multitud, van buscando casa por casa si quedan talibanes.

Se oyen disparos en la plaza principal, y entre empujones y corridas nos enteramos que un enésimo "terrorista" acaba de ser apresado. Golpeado salvajemente con palos de madera por los soldados de la opositora Alianza del Norte, entre escenas de júbilo de los habitantes, el prisionero es subido brutalmente a un camión, que parte a toda marcha, embistiendo bicicletas.

"¡Punjabi, punjabi!", "¡paquistaní, paquistaní!", exulta la calle, en un festejo brutal.

Kunduz, que estuvo dominada por el estricto régimen del mullá Omar durante cuatro años, en tanto, parece despertar de una pesadilla. Una ciudad revolucionada por la presencia de decenas de periodistas, observados como si fueran seres de otro planeta, sobre todo las mujeres, y el arribo triunfal de miles de muyajedines. No se ve ni la sombra de una mujer en la calle - por miedo a los combates y por las costumbres coránicas- , y la mayoría de los negocios está cerrado.

En la rotonda que marca la plaza principal de la ciudad de unos 50.000 habitantes, se observa otro cadáver, una enésima imagen del espanto. Mientras, los muyajedines acaban de pegar algunos símbolos de la liberación: una foto de Burhanuddin Rabbani, el exiliado Presidente de Afganistán (reconocido por la ONU), y otra de Ahmed Shah Massud, el llorado e idolatrado "León de Panshir".

Cerca de una de las mezquitas de Kunduz, Mohammed Nek, un vendedor de madera, como la mayoría de los habitantes dice que está contento: "La situación era muy mala, los talibanes le pegaban a la gente, no nos dejaban ver televisión, ni escuchar música", recuerda.

Escuelas por terroristas

"Mucha gente murió - agrega- , tanto civiles como talibanes locales y extranjeros. Aquí había muchísimos terroristas chechenos, árabes, paquistaníes y uzbekos. Ahora espero que vuelvan a abrir las escuelas, y que haya trabajo".

Mohammed Malim, un profesor de matemática, coincide: "Durante cuatro años no pude enseñar, sino que tuve que sobrevivir atendiendo en una tienda de repuestos mecánicos. Ahora necesitamos un buen gobierno, y que no haya más peleas. Siempre quise la libertad".

¿Prefiere al general uzbeko Abdul Rashid Dostum, o al tadjico Mohammed Daud, los dos comandantes de la Alianza que negociaron el fin del régimen talibán en Kunduz? "Queremos un buen gobierno. No me importa si es con Abdul Rashid Dostum o con Mohammed Daud", expresa.

 

 

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