La
miseria golpea a los refugiados
El
Mercurio
Jueves
22 de noviembre de 2001
Apiñados en carpas improvisadas,
quienes huyen de la guerra en territorio controlado por los
talibanes enfrentan todo tipo de carencias.
CAMPAMENTOS.- El polvo y el viento se suman a las ya penosas
condiciones de vida de los refugiados, entre los que se
cuentan estos niños afganos. |
Catherine
Philp, The Times.
SPINBOLDAK,
AFGANISTÁN.- Medio ocultas por la turbulenta tormenta de polvo,
miles de carpas raídas se extienden por la planicie desértica
hasta donde la vista alcanza. Agazapados en la arena, grupos
de niños hambrientos recogen trozos de pan, mientras el viento
azota.
Este es el problema de los refugiados del cual Naciones Unidas
había advertido durante meses, pero que hasta ahora no se
había permitido que lo viera el mundo. Su envergadura es mayor
que lo imaginado.
Alrededor de 100 mil personas apiñadas en este campo solamente,
demasiado aterradas para regresar a sus casas debido al bombardeo
norteamericano y a la amenaza de una nueva guerra civil.
Difíciles condiciones
Las condiciones aquí son desesperantes, pero con la frontera
paquistaní en frente de ellos cerrada, no tienen a donde ir.
En el medio de la extendida ciudad de carpas que es Sheik
Rashid una joven madre, Marium, está sentada junto a sus hijos
sobre un colchón inmundo, mientras se protege los ojos del
polvo asfixiante. No hay instalaciones sanitarias y el terreno
está esparcido con heces secas.
Durante los últimos 10 días, desde que la familia se tuvo
que volver desde la frontera, han estado acampando a la intemperie,
los seis durmiendo bajo una frazada compartida mientras esperan
en vano refugio y alimentos.
El único alimento que han tenido es el pan que el marido de
Marium compra con el pequeño salario que recibe por armar
carpas para el número creciente de refugiados. Su propia familia
no tiene techo.
"Los niños tiritan toda la noche de frío", cuenta Marium.
"Estoy muy triste porque no soy capaz de hacer nada por ellos".
Las condiciones allí son lamentables. Hace un mes, este campo
no existía. Ahora camiones llegan a diario desde Kandahar,
vaciando su cargamento humano. Al no encontrar refugio, caminan
pesadamente por casi dos kilómetros a través del extenso campo
hasta el otro extremo donde otras familias sin techo están
en cuclillas, agazapadas, con sus pertenencias esparcidas
a su alrededor.
Incluso aquí no hay escape de la guerra. De repente surge
un grito y los dedos apuntan a la estela de un bombardero
B-52 que pasa velozmente por el cielo. Gul Muhammed mueve
su cabeza de un modo cansado. "Cada noche oímos a los aviones
que pasan por aquí", dice. "Todo lo que queremos es estar
en alguna parte seguros", asegura con un dejo de esperanza.
Las obras de caridad islámicas que administran el campo están
haciendo lo que pueden para hacer frente a esta avalancha
humana, pero están claramente sobrepasados.
Estimaciones erradas
Ninguna agencia internacional de ayuda ha visitado todavía
el campo y sus estimaciones se han quedado muy cortas de la
realidad. Sólo en esta área fronteriza, hay al menos otros
dos campos atestados con decenas de miles de refugiados.
Naciones Unidas ha declarado que no puede ayudar a los refugiados
mientras permanezcan en suelo afgano bajo control talibán.
Miles de tiendas y otros suministros se encuentran en sus
bodegas al otro lado de la frontera, a la espera que Pakistán
abra la frontera y permita el ingreso de los refugiados. Pero
no hay indicios de que eso suceda.
Los recién llegados se valen por sí solos. Un grupo de hombres
trata de hacer un refugio con palos y frazadas que trajeron
con ellos. Mientras luchan por poner la frazada, una ráfaga
de viento azota el polvo en sus rostros y su construcción
provisoria se viene al suelo. |