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Guerras químicas y biológicas
El nuevo rostro del terror
El Mercurio
Domingo 30 de Septiembre de 2001

Lo inimaginable ya ocurrió. Lo que viene en materia de espanto puede resultar aún más aterrador .


BAILE DE MÁSCARAS.- ¿Cuánto falta para que ataquen ahora con bacterias? Los últimos informes estadounidenses dejan en evidencia serias falencias en los programas de prevención.
Rodrigo Barría Reyes

A fines del año 1991, una tos apenas preocupante se dejó escuchar desde un sector del pabellón 8-C del Hospital Lincoln de Nueva York.

Lo que empezó tímidamente como unos carraspeos aislados, poco a poco se convirtió en una fuerte y orquestada melodía de tosidos duros y secos.

Los antibióticos fueron sacados de las estanterías y suministrados al cada vez más numeroso y afectado grupo de tosedores del sector 8-C.

Pero los médicos y sus remedios no pudieron aplacar las convulsiones que degeneraron en pulmones y músculos carcomidos.

Ahí, en una de las clínicas más prestigiadas del mundo, los médicos poco pudieron hacer ante la llamada "bacteria W", una nueva y resistente variedad de tuberculosis que se suponía olvidada en la Edad Media o propia de países empobrecidos.

70 pacientes del Hospital Lincoln murieron antes de que los especialistas pudieran controlar la epidemia.

¿Qué magnitud de desastre se generará cuando el blanco de la ofensiva biológica no sea la infección casual de una sala clínica bien cuidada, sino un ataque intencional a una ciudad despreocupada y atestada?

Programas de alerta ineficientes

Hace algunas semanas en EE.UU. se dieron a conocer las conclusiones de un ejercicio de simulación a gran escala destinado a evaluar la capacidad de reacción del país del norte ante un ataque biológico o químico de cierta magnitud.

En la operación participaron las instituciones sanitarias y de seguridad más importantes y las conclusiones justifican la demanda que han tenido las máscaras antigases y los paquetes de sobrevivivencia en las tiendas militares.

El ejercicio supuso que se dejaría escapar un agente biológico llamado "yersenia pestis" - el causante de la peste bubónica- en los alrededores de un centro cultural de la ciudad de Denver.

En el país supuestamente mejor preparado del mundo para enfrentar una alerta de bioterrorismo la simulación fue un desastre.

El Centro de Control de Enfermedades de EE.UU. (CDC, su sigla en inglés), que es el organismo nacional encargado de centralizar las emergencias contra este tipo de ataques, demoró tres días sólo en ser informado de lo que sucedía en Denver.

Después, comenzó la cadena de reacciones supuestamente bien diseñadas en el papel, pero que en la práctica fueron un fiasco.

Burocracia matizada por órdenes y contraórdenes desencadenó una respuesta para olvidar.

Al cuarto día del ataque, ya no había antibióticos, se acabaron las unidades de ventilación y no quedaban camas disponibles.

De tres mil pacientes "artificialmente infectados", 795 habían muerto.

Cuando finalizó el simulacro - a la semana de haber empezado- había más de cuatro mil contaminados con la bacteria. La mitad había fallecido.

Para colmo, un segundo ejercicio de catástrofe biológica realizado en Oklahoma, Georgia y Pennsylvania se tradujo en que, nueve días después del ataque, las autoridades aún no sabían siquiera de qué virus se trataba.

A dos semanas de la agresión, contabilizaban 16 mil americanos enfermos, de los cuales unos seis mil habían muerto o agonizaban.

El fracaso de la capacidad de reacción demostrado por EE.UU. ante un ataque biológico o químico no ha hecho más que espantar a las autoridades y ciudadanía que suponían disponer de buenos planes contra el más letal, masivo e imprevisto de los rostros que presumiblemente adquirirá el terrorismo en el futuro.

¿Paranoia o miedo justificado?

La alarma se expande en EE.UU. y buena parte de Europa.

En el país del norte muchos critican la decisión de haber fomentado durante años costosos programas de protección espacial contra misiles y no haber previsto que los ataques más mortíferos serán los cometidos por militantes radicales cuya actuación se limitará a lanzar apenas una poción de toxinas mortales al aire en un centro poblado.

Las cosas están mal en EE.UU. - y peor en el resto de países que pueden convertirse en potenciales blancos del llamado "bioterrorismo"- y se presume un caos mayúsculo cuando aparezca ese ataque que todos presagian que llegará.

Y están complicados porque hay claridad que apenas uno de cada cinco hospitales dispone de algún plan de contingencia para actuar en caso de producirse un ataque químico o biológico.

Peor aún: menos de la mitad de los centros médicos del país tienen sistemas de descontaminación y duchas especiales para los pacientes y sólo un tercio de los inmuebles tiene disponibles antobióticos necesarios para ser administrados, por ejemplo, en caso de un ataque con gas nervioso como el perpetrado en el metro de Tokio el año '95.

A nivel nacional las falencias son evidentes si se considera que apenas unos seis mil de los 11 millones de policías, bomberos y otros reservistas especializados en situaciones de emergencia han recibido entrenamiento específico ante la eventualidad de ataques químicos y biológicos.

La controversia que se plantea ante la paranoia que se ha generado a partir del 11 de septiembre es si es o no tan esperable que el neoterrorismo avance un poco más y opte ahora por armas biológicas de destrucción masiva como alternativa de ataque contra los "infieles".

Existe un buen contingente de entendidos que asegura que lo que aparece como evidente no es más que una exageración.

La explicación de estos analistas es sencilla: resulta menos costoso y logísticamente menos complicado secuestrar un avión y hacerlo estrellar o colocar un autobomba que confeccionar un cargamento de armas químicas o biológicas.

Se trata de un problema de recursos financieros y capacidad intelectual.

No, no es que los terroristas deban ser acaudalados o intelectos superiores para confeccionar material biológico, pero sí deben poseer una infraestructura, capacidad técnica y medios financieros más exigentes que otras posibilidades más simplistas de generar espanto y terror.

Lo que sí está claro - y así lo consigna el propio Departamento de Defensa de EE.UU.- es que, en los próximos 10 años, se producirá un aumento sustancial en el número de países que estarán involucrados en la confección de material químico y biológico - hasta el momento se cree que 17 países desarrollan estos planes- , por lo que el control que se pueda efectuar sobre esas manipulaciones se volverá cada vez más dificultoso.

Los que sí creen en la posibilidad de ataques biológicos o químicos exhiben un poderoso argumento: lo más impensado, lo que se suponía imposible, ya ocurrió.

¿Habría que soprenderse, entonces, por unos aviones que rocían una ciudad con ántrax?

Los dos escenarios para esa simulación de ataque ya se han pensado y en ambos casos los resultados son devastadores.

Si se "bombardea", por ejemplo, San Francisco, miles morirán en la estampida multitudinaria que se producirá en el escape de la ciudad. Con vecinos y servicios de emergencia sin capacitación, se estima que cerca de un millón de personas podría morir al ser contaminada.

El mejor cuadro imaginable supone una población y servicios de emergencia preparados y capacitados. Hay histeria, pero controlada. Con máscaras y sistemas de protección bien distribuidos, se espera que "apenas" unas cien mil personas mueran.

Por eso las autoridades de varios países - encabezados por EE.UU.- han decidido salir a atajar a los bioterroristas.

¿Pero qué se puede exigir cuando los mismos que ahora alegan la proliferación de material biológico y químico han encabezado ambiciosos y oscuros proyectos desde hace ya décadas?

Las culpas de los que acusan

Nada de ingenuidades.

Si EE.UU. alega y su población se histeriza ante la posibilidad de un ataque terrorista de tipo biológico o químico, sus servicios de defensa desde hace tiempo que están vinculados con la elaboración de variados tipos de "armamento genético".

Sólo en Vietman, los estadounidenses dejaron caer 70 millones de litros de herbicidas, especialmente "agente naranja", con lo que lograron la desaparición de la quinta parte de los bosques del país asiático.

El vínculo de EE.UU. con programas bacteriológicos nunca se ha cortado. Es más: en los últimos años se ha intensificado.

De hecho, una de las primeras determinaciones del Presidente George W. Bush al asumir el mandato fue alejarse lo más posible de las negociaciones tendientes a la ampliación de los acuerdos relativos a la prohibición de armamento biológico.

¿La razón?

Simple: cualquier extensión de atribuciones a organismos internacionales habría implicado la revisión y restricción de sus propios centros de creación de material químico y biológico.Algunos reportes provenientes de EE.UU. confirman que el gobierno está centrado en la manipulación del virus que genera el ántrax.

Las autoridades han alegado a su favor que estos programas se llevan a cabo con la finalidad de conocer más esta variable de contaminación biológica para así poder desarrollar vacunas más efectivas para sus FF.AA.

El problema más complejo es que los servicios de inteligencia no informaron del proyecto en su momento ni al ex Presidente Clinton ni al Congreso.

Ahora, Bush sí fue alertado y dio su aprobación para que la iniciativa siguiera adelante.

En la práctica, desde fines de los '90 las FF.AA. estadounidenses desarrollan un plan de vacunación masiva para sus efectivos contra el ántrax, pero después de años de iniciativa, apenas menos de la mitad de los reservistas americanos han sido inmunizados.

Problemas con el laboratorio fabricante de la vacuna y el temor de los soldados por las consecuencias del llamado "síndrome del Golfo" hicieron que las dosis estén restringidas a grupos selectos de soldados destinados a operaciones especiales en riesgo de ser contaminados.

Los rusos, el soporte más importante de los estadounidenses en la fuerza que atacará el terrorismo internacional, también exhibe un largo historial de flirteo con armas biológicas de destrucción masiva.

Uno de los logros más significativos fue la creación de un compuesto derivado de la llamada "fiebre Q", un mal que se contagia desde los animales y que suele generar neumonías y otras complicaciones "aparentemente" naturales en los humanos.

La KGB fue uno de los clientes interesados en la nueva modalidad biológica desarrollada por sus científicos. Para un servicio secreto era ideal contar con un arma de asesinato que no dejaba huella.

Cerca de los musulmanes, en Medio Oriente, Israel también ha estado trabajando en los últimos años en investigaciones relacionadas con armas de tipo biológico.

La línea de investigación bélica israelí ha sido particularmente polémica desde el momento en que se conoció que los esfuerzos de los servicios de defensa del país tenían como objetivo generar un compuesto biológico de aniquilación masiva que afectara sólo a la población palestina.

La denominada "bomba étnica" pretende generar un producto que sea capaz de identificar los genes de las personas y así proceder con un ataque selectivo: quienes responden a las características de ese gen son afectados, y quienes exhiben genes distintos, se libran del ataque.

Para suerte de los palestinos, los israelíes se habrían topado con una complicación hasta el momento insalvable para el avance del proyecto: israelitas y palestinos tienen un pasado común, por lo que se hace en extremo complicado lograr que el agente biológico pueda identificar a unos y otros.

¿Cuánto demorarán los terroristas en cambiar bombas y fusiles por bacterias?

Muchos que ahora temen ser víctimas, ya lo han hecho en el pasado y siguen viendo la mejor manera de hacerlo en el futuro.

 

 

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