El
ataque terrorista a Nueva York y Washington representa un hito
de profundo cambio. EE.UU. vive una sensación de vulnerabilidad
que ha derrumbado la premisa del "excepcionalismo" norteamericano
difundida por Seymour Martin Lipset. La política de defensa
norteamericana de "guerra de las galaxias" se ha visto cuestionada
por una agresión suicida y por el peligro del "bioterrorismo".
Y, por último, se perfila un reacomodo del peso relativo y prioridades
externas de las diferentes regiones y países, en función de
la lucha antiterrorista.
El desafío para EE.UU. es cómo combatir la "amenaza asimétrica"
de un terrorismo no-estatal, comparativamente pequeño y difuso.
Es previsible un retorno a la "vieja seguridad"; es decir,
a una buena inteligencia sustentada en la cooperación internacional
para destruir los planes terroristas antes de que se ejecuten.
La clave del éxito de la lucha contra el terrorismo estará
precisamente en la cooperación internacional, siempre y cuando
se la conciba como un proceso de convergencia asociativa de
largo plazo y no como una conveniencia táctica.
Para derrotar el terrorismo EE.UU. necesita a Europa, a
China y a Rusia, países, estos últimos, que hasta hace pocas
semanas parecían ser considerados por Washington como parte
de un emergente polo adversario. Necesita también aliados
moderados en Asia, el Medio Oriente y el resto del mundo.
Por eso, lo más probable es que se imponga un "re-engagement"
norteamericano con la política mundial. EE.UU. tendrá que
revisar profundamente su manera de comprender el mundo exterior.
Será necesario entender mejor el fenómeno del terrorismo,
abordar el problema en su integridad y desarrollar un enfoque
que vaya más allá del uso de la fuerza. La propia crisis humanitaria
de los refugiados de Afganistán sugiere que será imperativo
dedicar esfuerzos prioritarios a la salud, educación y desarrollo
económico de aquellos que el día de mañana, si no se les atiende,
pueden transformarse en terroristas. Es necesario una mejor
comprensión de las fuerzas de la globalización y la jihad
como las denomina Benjamin Barber en su libro "Jihad vs. Mc
World".
América Latina quizás decline en importancia política para
Washington debido a que el gobierno estadounidense privilegiará
sus lazos con los países claves para el éxito del combate
antiterrorista. En contraste, la agenda de libre comercio
ha experimentado una clara reactivación en un contexto de
clima bipartidista en el Congreso norteamericano y de impulso
a iniciativas para contrarrestar una eventual mayor desaceleración
económica producto de los atentados. La preocupación por la
"seguridad económica" ayudará a las negociaciones bilaterales
con Chile.
Lo que Chile debe hacer
Chile ha manifestado un apoyo decidido a EE.UU. por una
cuestión de principios. Pero también nuestro interés nacional
se ha visto afectado con los actos terroristas, pues amenazan
la distribución y el consumo de nuestros productos en los
principales mercados, inciden en el costo de los seguros y
afectan el turismo.
Nuestro país escogió el camino de la globalización para
avanzar al desarrollo, y ello trae aparejado oportunidades
y responsabilidades. Democracia, libre comercio y la nueva
agenda humanitaria son parte de nuestra visión del mundo.
Por eso hemos sido beneficiados con negociaciones individuales
con EE.UU. y la Unión Europea. En consecuencia, el respaldo
a Washington en la lucha contra el terrorismo es congruente
con nuestra opción de inserción internacional.
Deberemos perfeccionar los acuerdos de cooperación internacional
contra el terrorismo, especialmente en el área financiera.
Chile y los países del hemisferio tendrán también que intensificar
el proceso de modernización de los instrumentos de seguridad
colectiva, como es el caso del TIAR. Es necesario insistir
en rechazar los estereotipos y las posiciones maniqueístas
de colisión entre el Islam y la civilización judeo-cristiana.
El mayor peligro que se cierne sobre el mundo es una regresión
en la vigencia de los principios fundamentales de la convivencia
humana. Es decir, que en aras de una supuesta mayor seguridad
se pretenda desconocer la diversidad cultural y étnica, se
ponga en cuestión la tolerancia o se vulneren los derechos
humanos. El desafío es, por tanto, cómo ser eficientes y firmes
en la respuesta al terrorismo sin sacrificar la fuerza moral
de la lucha antiterrorista desde la legitimidad democrática.