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El exodo de los neoyorkinos
Apocalipsis de Manhattan
El Mercurio
Domingo 16 de Septiembre de 2001

Relatos de americanos y chilenos el último día en que las Torres Gemelas permanecieron de pie. Más de 200 mil toneladas de acero cayeron y junto con ello, miles de vidas humanas se esfumaron en un manto de ceniza y escombros.

Llanto e impotencia reinó entre quienes miraban con espanto cómo se derrumbaban los rascacielos de Manhattan.

M. Angélica Pérez Ferrada

A la resolución del Congreso estadounidense que autoriza al Presidente George W. Bush a "hacer uso de la fuerza", se suman los esfuerzos del Pentágono que preparan la ofensiva contra aquellos que apoyaron los ataques contra las Torres Gemelas.

El Presidente George Bush y sus asesores planifican la contrapartida. Las amenazas falsas de bombas proliferan. Y los neoyorquinos exigen que se castigue a los responsables.

Patricio Navia, cientista político, explica desde Nueva York que aunque el millonario saudí Osama bin Laden es el sospechoso natural, a los ciudadanos no les importa tanto quién fue, sino que el crimen sea castigado.

Si las investigaciones acaban confirmando que Bin Laden es el hombre, EE.UU. tendría dos opciones: atacar directamente al terrorista, al que los servicios secretos tienen supuestamente localizado, o ampliar los ataques a toda la zona de Al Qaeda, territorio de Afganistán en el que se encuentra Bin Laden junto a sus partidarios.

Las banderas en cada casa y edificio de Manhattan reflejan el dolor que sienten los americanos frente a la tragedia del martes. Un 11 de septiembre que, como declaran estos testimonios, quedará grabado con sangre en sus memorias.

"Pensé en tirarme al río"

A las 09.10 horas de la mañana la estación de Metro en Battery Plaice, al sur de Manhattan, estaba repleta de gente. Willie Ramos avanzó sin prisa. El olor a ceniza se impregnó en su ropa.

El fuego consumía a las Torres Gemelas. Los carros lanzaaguas se acercaban, sonaban las sirenas y Willie caminó hacia Battery Park, en dirección oeste.

Las aguas del río Hudson a un lado y la visión de las torres en llamas al otro daban un aire de irrealidad a la escena.

A las 10.05 horas la primera torre se desplomó. "Estábamos en shock, nadie reaccionó. Ancianos en sillas de ruedas, turistas y mujeres embarazadas que se habían refugiado a orillas del río miraban sin decir nada. El sonido era el mismo que al barajar naipes, piso por piso se iba cayendo acelerado por el peso", recuerda.

La nube de ceniza crecía y en pocos minutos los alcanzó. Hombres rompían sus camisas para taparse la boca y la visibilidad era escasa.

"En el borde del parque hay una alambrada para que la gente no caiga al río y empezamos a pensar en saltar - afirma Willie- . Algunos cruzaron la verja. Había un espigón del puerto y yo me dije: "me tiro, nado unos 20 metros y me agarro de ese tronco, porque en el borde del parque no hay de dónde sujetarse"".

La segunda torre cayó y si las cenizas y el polvo iban hacia Battery Plaice habría que nadar. Pero el viento sopló en dirección sureste y la ceniza cayó como una lluvia de polvo en Brooklyn.

"Yo quería salir y no había cómo. Al este estaba lleno de humo y ceniza, la visibilidad era bajísima. ¡Para qué meterme en una nube oscura! Permanecí junto a la verja y a las 11.00 de la mañana llegaron algunos botes a rescatarnos. Nos esperaban en Nueva Jersey un séquito de policías, bomberos y civiles con toallas, hielo y agua".

Si Willie viviera en Nueva Jersey el rescate hubiera sido perfecto. Sólo que su departamento queda en Manhattan y el puente George Washington, los túneles Lincoln y Holland - que conectan Nueva Jersey y Manhattan- estaban clausurados.

"Vi gente caer desde las ventanas"

Analista financiero del Banco de Nueva York, con oficinas en Wall Street and Broadway, Ari Kagan - americano de ascendencia israelí- salía de la estación del Metro, cuatro cuadras al sur del World Trade Center. La primera explosión había hecho su estreno.

La gente corría. El humo venía de la torre norte.

10 minutos permaneció con la mirada fija en los rascacielos. Caminó a la esquina de Wall Street y Broadway. La gente temblaba y trataba de averiguar qué había sucedido.

El "Bank of New York" seguía con sus puertas abiertas. Y Ari no continuó observando el incendio que se desataba. Tomó su maletín, esperó el ascensor y subió a su oficina, en el piso 20, con vista a las Torres Gemelas.

"Alguien dijo en la calle que había visto un avión dirigirse a la torre norte, pero nadie estaba seguro. Creímos que era un accidente", dice el joven de 29 años.

A las 09.05 horas escuchó la segunda explosión.

"¡Es un 737!", gritó alguien en la oficina. Pero el sonido del impacto casi ahogó su voz y una bola de fuego apareció en medio del edificio.

"Estaba shockeado - dice Ari Kagan- . Sólo en ese momento comprendí que no era un accidente... "Estados Unidos está bajo", pensaron todos. Temíamos que hubieran más bombardeos".

De poco sirvieron los planes de evacuación.

"Todos estábamos preocupados de salir y a los pocos segundos anunciaron que bajaríamos piso por piso, en orden. Nos tiramos por las escaleras. Nadie quiso esperar".

Se sumó a las filas de hombres y mujeres que marchaban alejándose del World Trade Center, siempre en dirección al norte. "Vi cómo la gente caía y se lanzaba - dice- . Los pisos ardían. ¡Se estaban quemando!"

"Se levantó un hongo nuclear"

Patricio Navia, el cientista político que trabajó con el ministro del Interior, José Miguel Insulza, en la propuesta de reforma al sistema electoral binominal, se encontraba en Washington Square, a dos kilómetros y medio de las Torres Gemelas, el día del atentado.

Desde esa zona se ven, se veían, las torres en dirección sur.

"A las 09.05 horas salí de la oficina y ya había ocurrido el primer impacto. No se escuchó nada. Todos en la calle miraban hacia el sur, hacia la torre en llamas. Un muchacho repetía que un avión se tiró contra la torre. Entonces se produjo una segunda explosión, pero desde donde estábamos no vimos el segundo avión y creímos que era otro atentado, con bombas. "¿Qué va a explotar ahora?", decían algunos. Pero nadie estaba arrodillado rezando ni nada de eso", cuenta Navia.

Y agrega: "Recordé que una vez un avión impactó contra el Empire State Building, pero era un avión pequeño".

Estuvo media hora en Washington Square y después fue a un curso que dicta Adam Przeworski. El profesor dijo que hubo un atentado, pero ni él se imaginó lo que realmente había ocurrido.

"Luego volví a la plaza y vi cómo caía una de las torres. "¡Se está cayendo!";, dije. Y alguien gritó: "¡Es la segunda que se cae!" Ahí me di cuenta que era la segunda que se había caído. No quedaba ninguna torre en pie. Se cayó como un castillo de naipes. Esta mañana veía desde mi departamento dónde estaban las torres y no hay nada".

Para Navia lo que ocurrió a los ojos del pueblo americano es equivalente a si en Santiago nos sacaran la cordillera. "Es un cambio a la geografía de Nueva York, además de un golpe terrible. No lográbamos creer lo que había pasado; un alumno de una clase que yo dicto se acercó en Washington Square para preguntarme algo de la materia y le contesté. Nadie daba crédito a lo que veía... un hongo nuclear, una chimenea gigantesca".

Una vez que la torre norte colapsó, caminó hacia la calle Broadway, a dos cuadras del atentado.

"Todos venían de sur a norte como marchando en un funeral. Cabizbajos. Silenciosos. Con sus credenciales para entrar al World Trade Center colgando en el cuello. El pelo lleno de polvo. Parecía que escapaban de un bombardeo", dice.

¿Permanecieron en pie los otros edificios emplazados junto a las torres? En el Deutsche Bank, ubicado exactamente al sur de las torres, trabajaba uno de los amigos de Navia. No lo pudo ubicar por teléfono y tampoco conocía el paradero de otras personas, así que envió un correo electrónico.

Con una frase: "Acabo de ver cómo se cae la segunda torre del World Trade Center".

"Mi mejor amigo quedó debajo de una nube de polvo"

Nicole Raymond, periodista chilena que trabaja para la edición en español del "Wall Street Journal", tiene su oficina frente a las Torres Gemelas.

"Si ven las imágenes que mostraron en la televisión, el edificio en que trabajo aparece muchas veces. Es más, desde mi escritorio tengo vista directa a las torres, pero ese día me levanté más tarde y me enteré del incendio de la torre norte antes de salir", afirma un poco más tranquila.

Lo primero que pensó fue que se trataba de un atentado. Y al ver por TV el avión de United Airlines estrellarse contra otra de las torres, confirmó sus aprensiones.

Iba a dirigirse a su trabajo de cualquier modo. Nunca pensó que las torres se desplomarían y, lo cierto, es que nadie lo imaginó.

"Alejandro Bianchi, un buen amigo mío, estaba a 50 ó 60 metros de las torres, se quedó mirando y comenzó el derrumbe. ¡No habían acordonado el área y a una niña en la confusión la desviaron en el Metro al World Trade Center! ¡Los heridos que sobrevivieron a las explosiones estaban en la plaza cuando todo se vino abajo!", relata Nicole.

¿Qué ocurrió con Alejandro?

A igual que otros compañeros de trabajo de Nicole estaba desaparecido. Su celular no contestaba y nadie lo había visto en las últimas horas.

La lluvia de escombros aplastó a algunos de los transeúntes y otros, en un acto instantáneo, corrieron dejando hasta los zapatos en el camino. Unos pocos encontraron refugio en un subterráneo hasta que la policía los evacuó.

"Alejandro estaba con ellos - cuenta Nicole- . Hubo momentos en que pensé que a él y a otros compañeros no los vería más. Mi mejor amigo quedó debajo de una nube de polvo y cuando logré hablar con él estaba muy impactado... lloraba. No creía lo que había ocurrido. Tampoco nosotros".

"Con la panza golpeó la torre"

Hasta el martes Carmen Dedoya, investigadora de mercados de inversión latinoamericanos de un banco neoyorquino, trabajó a cinco cuadras del World Trade Center, en el piso 45.

A las 8.50 horas el fuego se desató en las Torres Gemelas. "Creí que era un incendio. Se veía humo gris y una lluvia que parecía de escarcha - dice Carmen- . Pensé en la cantidad de gente que había, porque a esa hora ya hay mucho movimiento igual que en mi banco. La televisión informó que se trató de un avión".

Minutos después leyó un fax y se acercó a la ventana. Un avión comercial se aproximaba con dirección al World Trade Center. No distinguió bien si era United o American.

"¡Venía a toda velocidad!, ¡prácticamente peinó nuestro edificio y sentimos un remezón como un temblor! ¡Se estampó contra la Torre Gemela como en una película de Hollywood! Se ladeó y agarró la torre de costado, seguramente porque esa era la posición donde estaba el tanque de gasolina, me imagino. Con la panza golpeó la torre y vi a una persona en la ventana sacar la mano, no sé si habrá volado".

Y agrega: "¡Estabamos convencidos de que era un ataque masivo!".

Próximo paso: correr por las escaleras.

"Los 45 pisos se hacían interminables. El pánico era espantoso porque no sabía en qué momento nos iba a tocar. Y ya en la calle, escuchar los gritos de la gente que se estaba quemando era... no te puedo explicar", dice Carmen Dedoya.

El fuego bajaba rápido y algunos hombres corrieron a la guardería infantil que funcionaba en el World Trade Center a recuperar a sus niños.

Carmen corrió por Wall Street en dirección este y de pronto leyó en su wap portátil - una suerte de bíper que recibe e-mails- la noticia: "Han atacado el Pentágono".

"Yo ahí sí creí que esto era la Tercera Guerra Mundial. Corrí y corrí por East Hideway hacia el East Village, en la calle 12 con la Tercera Avenida", dice.

Se escuchó un grito. Carmen todavía no salía de la zona de Wall Street. "Era un ¡aaahhh! interminable, de terror, a lo lejos. Los que caminaban atrás gritaban: "¡Se cayó una torre! ¡Se cayó una torre!""

La nube negra se había transformado en un paraguas gigante.

"Mi oficina es un depósito de cadáveres"

A las 6.30 horas del martes Geoffrey Knöell - asociado al grupo Salomon Smith Barney, miembro del City Group- llegó a su oficina, en el edificio "The Travellers's Building", frente a las Torres Gemelas.

Dos horas más tarde se reunía con su jefe, Geoffrey Dennis, en una sala contigua con vista al World Trade Center.

"Estabamos hablando de Chile, qué iba a pasar con la economía chilena y oímos la explosión - cuenta Knöell- . Era como un relámpago. Grité y todos corrieron a la ventana, sin entender qué había pasado. No se veía un avión o alas, sólo un hoyo que destruyó unos seis u ocho pisos. Gente que pedía ayuda desde las ventanas con los brazos, seguramente confiaban en que algún helicóptero los rescataría".

Ninguno de los empleados del edificio pudo ver el avión. La razón es simple: pasó justo por encima de sus cabezas.

Y de repente se acercó otro avión, muy bajo y rápido.

"¿Por qué va hacia las torres?", repetía todo el mundo.

Al chocar contra otro de los rascacielos, la multitud en la ventana corrió en una avalancha hacia las escaleras.

Cuatro ascensores para 10 mil personas no eran suficientes, pero bajar 29 pisos a pie tampoco iba a ser rápido para Knöell. Menos aún para quienes se encontraban en el piso 30 o 40.

"Caminé rápido, aunque más de algún gringo gritaba "lento", "no hay que caer en pánico". Pero todo el mundo pensó que si nos estaban atacando nuestro edificio iba a ser el próximo. Somos los más altos en esa área. Casi fuimos el blanco, si ese avión no gira hacia las torres nos agarra a nosotros", recuerda Knöell.

Quince minutos después seguía al interior del edificio.

De pronto creyó que estaba a punto de llegar al primer piso y sólo iba en el 23.

"Fue el viaje más largo de mi vida. Temía que pegara otro avión. Creímos que estábamos bajo ataque de otro país".

Las calles llenas y el éxodo hacia la parte norte de Manhattan fue cuestión de segundos.

"Si están bombardeando van a darle al metro, pensé, así que seguí caminando. Llenísimo. Sin autos ni taxis. Una amiga mía se logró comunicar después de mucho rato por celular con unos familiares y entonces supimos que bombardearon el Pentágono. ¡Si pudieron hacer eso y están atacando a las Fuerzas Armadas es un acto de guerra! ¡Todos pensamos en los palestinos!", confiesa Knöell.

Radios cada dos cuadras en autos con las puertas abiertas entregaban noticias. Una mujer gritó al escuchar que la torre se acababa de tumbar.

"La segunda torre cayó", anunció una emisora 23 minutos después.

Agentes del FBI y policías con escopetas, la Fuerza Aérea sobrevolando la ciudad y la Guardia Nacional, que es parte del Ejército, cambiaron a partir de ese momento el rostro de Nueva York. La oficina de Geoffrey Knöell es utilizada ahora como depósito de cadáveres.

Sin trabajo hasta nuevo aviso, igual que muchos otros americanos, partió esa noche al "DiveBar", en la Av. 94 con Amsterdam. No había nada que celebrar, pero nadie quiso estar solo. Cafés y restaurantes estaban repletos.

 

 

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