Jueves,
19 de Mayo de 1994
KURT COBAIN Y EL ROMANTICISMO
El
líder y vocalista de Nirvana, Kurt Cobain, ``principal símbolo
del mercado discográfico que se montó en Seattle'' (el
grunge ), como dice el periodista Freddy Stock, se convirtió
en el primer gran mito musical de los 90. La forma de su desaparición
-- el suicidio -- y el carácter que tuvo gran parte de su vida
marcada por la angustia es un signo de aquello que se anuncia desde
hace algunos años: la recuperación del Romanticismo en
cuanto éste significó en dolor, resistencia al entorno
y evasión.
Se trata, por supuesto, de un Romanticismo que inspira y nutre, pero
que no se reproduce exactamente. Han pasado más de cien años
y la experiencia del Hombre, en términos de trágicas posibilidades,
es enorme.
La
personalidad de Cobain era interesante. Como artista, es calificado
como ``genio creativo'' y ``el atormentado cerebro de una de las bandas
más viscerales e intensas sobre la faz de la Tierra''. Físicamente,
era débil, otra característica de algunos héroes
románticos; sufría de úlcera, esa ``fiebre interna
que lo hacía retorcerse en el suelo de puro dolor''. Y se escapaba
de todo eso y de sí mismo (decía que ya su música
no era sincera) apoyado por el alcohol y la heroína, que fue
``su más fiel compañera''.
"Tengo
que alejarme de esta realidad para recuperar el entusiasmo que tenía
cuando niño'', dijo, y con esa frase firmó en forma definitiva
su pacto con la ruptura. Con la evasión. En suma, es Cobain una
personalidad a la que hay que observar. No en vano, el domingo siguiente
de su muerte, algunos sacerdotes le dedicaron sus prédicas, y
muchos jóvenes hicieron misas por él y por el trágicamente
fallecido Andrés Bobe, del grupo La Ley.
Interesa,
además, porque hay que atender ciertas concepciones románticas
para conocer mejor el carácter de este fin de siglo, y porque
a la hora de elevar una elegía siempre es necesario cuidar las
implicancias. Ya en Estados Unidos un joven se suicidó por su
inspiración, como sucedió con muchos en tiempos de Goethe
al éste publicar `Werther'. Las tendencias, ya se sabe, demoran
años en configurarse y a veces su camino es tan lento que uno
termina por darse cuenta de ellas cuando ya han desaparecido. No cabe
duda, sin embargo, que en el mundo contemporáneo se incorporan
en forma exponencial los valores y creencias de sociedades post industriales,
y se vive el imperio del deseo. Junto a eso, en lo temático se
viaja a la recuperación de la nostalgia, la soledad y el goce
en el dolor.
El
marco operativo es el del fin del constructivismo. Un mundo en que los
dogmas no tienen cabida y en el que la sospecha es elemento sustancial.
Un artista contemporáneo así como el romántico
no estará gobernado por reglas preestablecidas y no podrá
ser juzgado por la aplicación de su creación a categorías
hechas.
Al
examinar el quehacer romántico nos encontramos con que, en vez
de un arte pleno y seguro, completo en sí mismo, como era el
clásico, los artistas proponían la progresión.
Un arte cuya personalidad se encontrara en el constante cambio.
Hoy,
como en pleno siglo XIX, la meta no está clara. El arte parece
abierto a perspectivas infinitas, y los creadores como los jóvenes
vuelcan esa misma conciencia del constante cambio a la religión,
la moral, la vida social y política, y exigen una espiritualidad
nueva. Una espiritualidad convincente, convencida y consecuente.
Jean
Baudrillard, como buen lector de signos de la sociedad contemporánea,
dice que ya todo desapareció y que la humanidad se encuentra
en estado de coma. ``Nada puede terminar porque el fin es apenas una
bella idea (...) El fin ya ocurrió. La muerte se instala previamente''.
Vale decir, pura necrofilia, uno de los ejes del Romanticismo.
La
evasión como protesta es uno de los más claros síntomas
de este desentierro . Huida que encuentra su cota más alta en
el suicidio. Un artista romántico fue uno que dio a la expresividad
primacía sobre la construcción.
Un
artista que procuro expresar sus sentimientos o las pasiones de sus
personajes a través del prisma de su propia personalidad. También
fue un rebelde contra sí mismo y contra los demás, un
descontento destinado a permanecer en continua contradicción.
En
postura opuesta al clasicismo, el romántico se planteó
también frente al Más Allá. Era necesario encontrar
respuestas que remitieran a un estado metafísico. Y ya que las
instituciones religiosas no respondían a los requerimientos del
tiempo, se verificó un interés por el misterio y lo inefable.
Todo romántico que se preciara debía sentir predilección
por lo arcano, lo oculto y lo extraño. Una nueva sensibilidad
empezó a deleitarse con cuanto era melancólico o terrorífico.
Románticos parecieron, entonces, los castillos góticos
y los conventos en ruinas.
Esos
fantasmas también se recuperan en nuestros días, cuando
las escenas góticas no sólo sirven para `El nombre de
la rosa' sino también para Walt Disney en el final de `La bella
y la bestia', en cada secuencia de `Drácula' o `Batman', en la
fascinación que ejercen los cementerios en los seguidores de
algunas bandas rock, en la moda del dark y hasta en el estremecedor
video clip de la canción `Mary Jane's last dance', de Tom Petty.
Es
decir, el siglo XX recupera sus monstruos, desesperado por renovar la
consoladora aspiración metafísica.
Durante
el período romántico, se tendió a una representación
viva y global del Hombre. Una especie de idealismo pesimista, urgido
por la aspiración a valores superiores y acompañado por
la conciencia de la derrota en la maraña de la vida social burguesa.
Y como la contradicción no podía estar ausente ni entonces
ni ahora, los postulados también afirmaron la moral como forma
primordial de existencia. Una moral absoluta, expresión de una
ley de vida en armonía con las leyes de la naturaleza.
Pero
junto a eso, la exigente moral propuesta parecía no ganar nunca.
Por tanto, el artista se encerró dentro de su propio fracaso
con doloroso desprecio hacia quienes no supieron valorarlo.
La
mentalidad del romántico de calle y del artista romántico
estaba escindida entre lo contingente y lo eterno. Baudrillard señala
esa característica como presente también en el espíritu
creativo del siglo XX:
"Queremos
ser inmortales, pero en un reino real, hit et nunc , aquí y ahora''.
El
Romanticismo fue intérprete de algunas pasiones que, dando al
hombre un sombrío carácter, lo empujaron hacia la soledad,
donde encontró imágenes sublimes para contemplar sus dolores.
A seis años del próximo siglo, en la misma línea,
pero todavía más desesperado, el creador vuelve a estar
inmerso en el gesto amargo del desengaño, la memoria y la melancolía.
Todo esto, dentro de la más absoluta libertad de acción,
de las más variadas formas, con los más aterradores fantasmas.
Juan
Antonio Muñoz H.
|