FELIPE GÁLVEZ T., Enviado
especial
Domingo, 22 de Mayo de 2005
Una marcha en la montaña que nunca debió
ser ordenada. Ya no sirven ni las acusaciones de negligencia,
ni la confesión de los errores, ni los mea culpa. Así
lo sabe el Comandante en Jefe del Ejército, Juan Emilio
Cheyre.
Son las 9 de la mañana del viernes
20 de mayo y en el refugio militar La Cortina, en Antuco,
la nieve cae fina, pero envuelta en un viento helado que la
convierte en verdaderas púas que lastiman el rostro.
Es el viento blanco que soportan cinco hombres que se presentan
ante la máxima autoridad del Ejército, el general
Juan Emilio Cheyre, que los recibe agradecido por la colaboración
que estos miembros del Club de Esquí de Los Ángeles
vienen a ofrecer para el rescate de las víctimas de
la tragedia de Antuco.
Basta estar sólo un par de minutos bajo
la incesante nevada para comprender por qué hay 40
conscriptos y un sargento que no soportaron la tempestad y
que se encuentran desaparecidos o muertos.
Es justamente eso lo que preocupa a Cheyre,
que se desplaza de un lado a otro por el refugio dialogando
con los generales a cargo de cada una de las labores que se
organizaron para el rescate. Un cuello de pólar verde
cubre su cabeza, que gira de un lado a otro, exigiendo respuestas
que no siempre encuentra.
La inestable comunicación es una de
las cosas que más molestan al jefe castrense, aunque
el contacto telefónico con el general de brigada Rodolfo
González, a cargo de la coordinación de las
operaciones desde Los Ángeles, permite conocer el plan
de acción de Cheyre para enfrentar la dramática
situación.
Y lo primero es comunicarle, bajo "blindaje",
la resolución que ya adoptó el Comandante y
que luego dará a conocer ante las cámaras por
la tarde: la remoción del alto mando de Los Ángeles
responsable de las brigadas que se perdieron en Antuco, así
como la apertura de un sumario interno y de una causa judicial
para establecer culpabilidades.
Pero, además, Cheyre especifica al general
las necesidades que tienen en el refugio; entre ellas, bolsas
negras para los cadáveres de los jóvenes soldados
caídos. Las esperanzas de encontrarlos con vida son
mínimas y eso se refleja no sólo en el estrés
del Comandante, sino en la expresión de cada uno de
los que está en esta zona, ubicada a unos 30 kilómetros
de Antuco, en medio de la cordillera.
"Los que vivimos aquí sabemos cómo
es esto", repiten los pocos pobladores de estos refugios.
Uno de ellos es la señora Elba, quien a pesar de ser
santiaguina, vive desde hace muchísimos años
en el casino-refugio del Club de Esquí. Ella es la
administradora y el miércoles pasado se convirtió
en la salvación de varios uniformados que, extraviados,
llegaron a pedirle ayuda.
Fue el primer grupo en descender, pero que
al llegar a La Cortina descubrió que no tenían
las llaves para abrirlo. Tampoco tenían allí
alimentos, por lo que el apoyo entregado por la señora
Elba fue vital. Según cuenta, los soldados, entre ellos
varias mujeres, llegaron empapados por no contar con la ropa
adecuada para la montaña.
Renace la esperanza
"Acá pudieron secarse y les di
pan, café, azúcar y hasta cigarros, por lo que
ahora estoy sin víveres", recuerda entre lágrimas.
Temprano, cinco patrullas con 68 hombres de
alta especialización, apoyadas por efectivos del GOPE
de Carabineros expertos en montañismo y de los baqueanos
del Club de Esquí, salieron en busca de los, en ese
momentos, 47 desaparecidos.
Mientras, en La Cortina, Cheyre y sus subordinados
realizaban labores propias de la supervivencia en la montaña.
Algunos colaboraban con el restablecimiento de las comunicaciones,
otros ayudaban a los lugareños a poner en marcha una
máquina "pisanieve" que ayudaría en
el rastreo y hasta el propio Comandante demostraba que no
vino a descansar, acarreando sacos con víveres para
los días que pasarán arriba.
Eran cerca de las 13 horas cuando una noticia
cambió la cara al pesimista ambiente. Cuatro soldados
habían sido encontrados con vida por una de las patrullas
cuando estaban a metros del refugio militar. Uno de ellos,
el capitán Claudio Gutiérrez, se transformó
en el héroe de una dramática historia (ver recuadro).
La alegría y la emoción embargaron
a todos en La Cortina al ingresar los uniformados. Los abrazos
se extendieron por varios minutos, pero lo más importante
era guarecerse alrededor de una estufa que devolvió
el calor perdido en la montaña.
Con ellos, Cheyre daría cumplimiento
a otra de las acciones que planificó temprano. Tal
como se lo había manifestado telefónicamente
a González, retornaría a Los Ángeles
con los desaparecidos que encontraran durante el día,
ojalá vivos.
Y así fue. Poco después de las
tres de la tarde, una caravana de vehículos -todas
camionetas cuatro por cuatro y aprovisionadas con cadenas,
única forma de llegar a la zona- seguía la huella
dejada por una de las máquinas "bulldozer"
de Vialidad que despejaban el camino.
Abrazo en el dolor
Pero la jornada estaba lejos de terminar para
Cheyre. Camino a Antuco, la caravana que su vehículo
lideraba se detuvo dos veces, en los puntos de control de
Conaf. En Chacay, los familiares del desaparecido soldado
Enzo Sánchez, de 18 años, exigían al
Comandante que les permitiera ascender hasta los refugios
militares para participar en la búsqueda del conscripto.
El encuentro entreveró al jefe castrense
en una fuerte y emotiva discusión con los familiares,
quienes le exigían además mayor información
de los soldados perdidos. Con paciencia, Cheyre explicó
las dificultades ambientales de la zona y la inconveniencia
de permitir el ingreso de personas inexpertas. El intercambio
terminó con un abrazo.
Lo mismo ocurrió algunos kilómetros
más abajo, en otro puesto de control, donde al uniformado
lo esperaba una serie de periodistas y gráficos. Allí,
mientras contaba con lágrimas en los ojos cómo
había vestido con sus propias manos y prendas personales
(calzoncillos, calcetines) a uno de los soldados muertos que
encontraron, Cheyre fue interrumpido por Juan Enrique Castillo,
padre del conscripto Robert Luis Castillo, del batallón
Mortero y que aún figura como desaparecido.
Entonces, el general dejó a un lado
su impronta de Comandante en Jefe y se quebró: "Su
dolor es mi dolor" dijo entre sollozos.
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