"Theo y Vicente segados por el sol"
Por Carola Oyarzún O.
El Mercurio, sábado 11 de agosto de 1990

Pareciera que los textos epistolarios forman parte de una escritura pasada y que transformar ese material en una obra dramática fuera un imposible. Sin embargo, la experiencia reciente de "Cartas a Jenny" realizada y adaptada por Gustavo Meza, demostró que este genero epistolar puede ser la expresión intima, inédita y única, a partir de la cual surge el gran impulso de reconstruir una historia. El caso del dramaturgo y actor francés Jean Menaud es similar, puesto que tomo como base la correspondencia entre los hermanos Van Gogh y dramatizó sus vidas.

Alfredo Castro adaptó y reordenó el texto de Menaud aprovechando toda su potencialidad como una alternativa de comunicación escénica distinta, moderna y poderosa. La forma epistolar en "Theo y Vicente segados por el sol" se transforma y se percibe como un discurso ininterrumpido, muy acorde con el del hombre de hoy, lejano en su intento de lograr un verdadero encuentro con el otro; tanto el espacio como el tiempo son obstáculos infranqueables. En esta obra esta característica se presenta con elementos de mucha fuerza, intensidad y creatividad: dirección, escenografía, música e iluminación dan paso a una experiencia teatral desgarradora.

Las obras dramáticas basadas en la vida de los grande genios, como Van Gogh en el caso de "Theo y Vicente segados por el sol", siempre producen un especial interés. La forma de ver el mundo del artista constituye una revelación que admiramos, lamentamos y sufrimos a la vez. En las palabras del filósofo alemán Max Scheler, "El genio no se adapta al mundo, lo amplía".Por eso que su visión de la realidad no resulta un descubrimiento que nos maravilla y desconcierta, pues es privilegio único de ese espíritu genial el develar lo que ningún otro puede hacer: es el saber ver del que tanto habló Leonardo da Vinci.

Dentro de esta línea, la obra "Amadeus" de Peter Shaffer, tuvo la maestría de acercarnos de Mozart, uno de los más grandes genios de la música, y de apreciar la vida del artista incomprendido, odiado, envidiado y olvidado por sus contemporáneos. "Theo y Vicente segados por el sol", de Jean Menaud, obra adaptada y dirigida por Alfredo Castro, nos entrega la vida de un genio de la pintura: Vicente Van Gogh. Sin duda, sus cuadros con esa "ampliación" de las fronteras de la realidad, algo inaceptable en su tiempo.

"Theo y Vicente segados por el sol" recoge la vida de los hermanos Van Gogh desde su niñez hasta su muerte, registrando momentos de extremada generosidad y comprensión junto a otros de pasión, incomprensión, desesperación y locura. La obra no permite tregua en esta relación fraternal, caracterizada por los afectos encontrados y desencontrados, difíciles y eternamente dependientes uno del otro, de tal modo que las coincidencias de las crisis experimentadas por ambos sólo pueden ser vistas en el contexto de una relación muy atípica.

La obra, dirigida por Alfredo Castro, tiene la fuerza de generar una multiplicidad de emociones y reflexiones. Es inevitable pasar por el sufrimiento del artista, por esa vitalidad creadora dialéctica: vida-muerte. Este testimonio invita a largas meditaciones en torno al arte, la experiencia estética, le genio-hombre, entre otros temas. Muchos de los parlamentos (cartas) de Vicente son un verdadero manifiesto de la pintura de fines de siglo. Reflejan la firmeza de su concepción artística, su visión del color, de la luz y del movimiento de las formas, ideas que obligan al espectador a atender a lo que el artista dice, como un mensaje fundamental.

La historia de Vicente Van Gogh es una sucesión de fracasos familiares y artísticos. Hijo de un pastor protestante de carácter fuerte y costumbres ordenadas, hizo de la suya el mayor contraste en cuanto a vida bohemia y descarriada. Por su parte, su hermano Theo, un marchand d'art, apoyaba su talento a pesar de nunca haber vendido ni un solo cuadro de él. Sus innumerables quiebres psicológicos lo obligaron a estar internado durante largas temporadas. Sus cartas más desgarradores son las que escribe desde ese lugar de encierro y dolor. Desde allí su ansiedad por su pintura se vuelve un llamado desesperado por una vida sana donde poder volver a encontrar su ser. No obstante, su proceso de deterioro va muy rápido; lo sabe él y también su hermano, cuyos padecimientos de distinta índole son también muy angustiosos. Theo se sintió siempre una persona débil, vieja, formal y limitada.

Esta tensión del artista con el mundo externo, su crisis existencial propia, además de los desencuentros sentimentales y familiares, conforman la base del drama presentado por el Teatro de la Universidad Católica de Chile, en un montaje con características experimentales notables y un lenguaje escénico que moviliza al espectador en todos sus sentidos.

La escenografía, realizada por Alejandro Rogazy, despojada de objetos y dominada por el color, crea un espacio abierto que va llenando la vida de Theo y Vicente. Es una bella amplitud que también puede entenderse como un mundo vacío desde donde emerge la voz de Theo como el puntal de la vida de su hermano que se precipita a la locura. Él es el contrapunto que hace que los discursos epistolares se junten y se distancien en un ritmo inquietante dado por el director. Parte de la tensión de la obra está dada por el acercamiento y alejamiento de los actores en el escenario., lo que produce un jugo visual significativo y una inquietud interna desconcertante.

El trabajo actoral de Ramón Núñez en el papel de Theo, y de héctor Noguera, en el de Vicente, alcanzan grandes momentos. El primero mantiene una línea medida, ambigua sentimentalmente, rasgo del personaje que el actor desarrolla a través de una variedad de actitudes, las que así como provocan el dominio sobre su hermano, también producen el desprecio de éste. El actor construye una personalidad compleja, contradictoria e inquietante. Por su parte, el personaje de Vicente, más llamativo por su naturaleza, es desempeñado con un vigor extraordinario. Héctor Noguera va marcando los distintos estados del artista a través de un trabajo vocal y una gestualidad poderosos, que pasan por las gamas más complicadas hasta llegar al desespero y al suicidio. Sufre a Vicente con verdad y amor y la exigencia del personaje no permite tregua alguna; debe - sostenidamente- avanzar hacia una agonía que mueve intensamente al espectador.

Se suman a este montaje la iluminación de Ramón López y la música de Miguel Miranda. En ciertos momentos estos elementos se transforman en actores protagónicos. La luz y el sonido producen situaciones climáticas de gran altura. La música está trabajada sobre sonidos discordantes, sueltos, cuya finalidad -en muchas escenas- es el desconcierto. La luz en esta obra es capaz de proyectar formas con colores que estremecen, acompañan u también reemplazan al texto.

El Teatro de la Universidad Católica retoma la búsqueda de obras trascendentales como "Theo y Vicente segados por el sol", en una presentación elaborada con el impulso creador de Alfredo Castro y el sobresaliente trabajo de actuación de Ramón Núñez y Héctor Noguera. La apasionante vida del genio de la pintura se recrea con una escenografía pura e impregnada de simbología y belleza. "Theo y Vicente segados por el sol", es un espectáculo que tiene esa intensidad y pasión artística añorada por los admiradores del teatro.

 
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