El recinto londinense se ha transformado en uno de los principales escenarios para el arte contemporáneo en el mundo.
EFELONDRES.- Comenzó con una araña gigante. Después, los visitantes, tumbados sobre el suelo, miraron fascinados un inmenso sol. Y, por último, caminaron despacio dentro de una oscura caja. En los útimos diez años, más de 300 personas han pasado por la Tate Modern de Londres. Ya sea por su sala de turbinas y sus espectaculares instalaciones, su colección de arte moderno y contemporáneo, o el edificio en sí y sus vistas a la catedral de St. Paul, el museo se ha convertido en uno de los más famosos del mundo. Y tiene tanto éxito que está siendo ampliado.
"Creo que es por el edificio. Y por la forma en que se muestra el arte", opina Nicholas Serota, director de las galerías Tate, en una entrevista con motivo del décimo aniversario del museo. "Es una institución que la gente encuentra muy accesible".
El edificio, una vieja central eléctrica, corta realmente el aliento. Su arquitecto Gilbert Scott, diseñador de las típicas cabinas telefónicas rojas, planeó el coloso de ladrillo en los años 40, ubicándolo en la orilla sur del Támesis, frente a St. Paul. La "catedral de la energía" debía ser poderosa, pero con sus 99 metros fue creada a propósito 15 metros por debajo de la cúpula de la iglesia.
Así, la historia de la Tate es también la historia de los cambios que ha vivido Londres. Cuando el estudio de arquitectos suizos Herzog & de Meuron comenzó en los años 90 a convertir la vacía "Bankside Power Station" en un museo, cambió también la imagen de la ciudad.
Con la inauguración del centro, el 12 de mayo de 2000, el barrio de Southwark pasó de ser un barrio más bien degradado a uno de moda. De pronto, uno podía volver a vivir en el sur del Támesis. Y se construyeron llamativos apartamentos, que sólo los acaudalados podían permitirse. Por el puente Millennium del arquitecto Norman Foster, que fue creado en la misma época, cruzan hoy masas de personas en ambas direcciones.
Pero la inauguración de la Tate también supuso un hito para el arte. Londres disponía ya de museos de clase alta como la National Gallery o la Tate Britain, la "madre" de la Tate Modern. Sin embargo, al contrario que en París o Nueva York, no existía un museo dedicado por completo al arte moderno y contemporáneo. Y aquel era el momento adecuado: Londres florecía, el sector financiero estaba en buena forma y el arte británico contemporáneo llamaba la atención. El coleccionista Charles Saatchi hizo famosos a artistas como Damien Hirst y Tracey Emin. "Charles convirtió a Londres en una ciudad donde uno quería ver arte contemporáneo", señala Serota.
La colección arranca en 1900 y se prolonga hasta la actualidad. Las obras, entre ellas algunas de Matisse, Picasso, Dalí, Rothko y Beuys, no están ordenadas cronológicamente, sino por temas. Por un lado, esto se debe a que, al contrario que el Museo de Arte Moderno de Nueva York, tiene muchas ausencias, y un orden cronológico las haría muy obvias. Y, por otro, la idea era ensayar un nuevo concepto.
Los visitantes dieron su aprobación. Si se partió de un cálculo de unos dos millones de visitas anuales, ahora son casi cinco millones. ¿El motivo? Muy probablemente las espectaculares instalaciones en la sala de turbinas. "Uno no puede hacer como si fuera una sala normal", dice el artista alemán Carsten Höller, que en 2006 montó un tobogán gigante en el marco de las Unilever Series.
El "arte participativo" divierte. En la mayoría de obras el público tiene que implicarse, como sucedió con el "Weather Proyect" de Olafur Eliasson, que hizo brillar un sol artificial, o la gigantesca estructura de Miroslaw Balka, donde sólo reinaba la oscuridad. En octubre llegará el turno del artista chino Ai Weiwei, con el que la Tate Modern mira por primera vez hacia China (hasta ahora sólo artistas occidentales habían expuesto en la sala).
Y de cara al futuro, la Tate se está equipando con una ampliación. Está previsto un edificio auxiliar con forma de gigantesca pirámide, y también serán modificados los viejos depósitos petroleros de la central. Los cambios resultarán en el 60 por ciento de la superficie para exposiciones. Y de nuevo, Herzog & de Meuron se encargan de llevar a cabo el proyecto.
Sin embargo, los problemas financieros también acechan a las instituciones de éxito. En realidad, la "Tate Modern 2" debería estar lista para los Juegos Olímpicos de 2012 en Londres, pero de los 215 millones de libras previstos (320 millones de dólares) sólo hay disponibles 75. Por tanto, no se sabe si el proyecto podrá ver la luz en su totalidad en 2012. Aunque al menos los depósitos del sótano deberían estar listos.