El momento del llanto de Tomás.
Leonardo Vallejos, Emol
RÍO DE JANEIRO.- Brazos al cielo, una gran sonrisa y recibido con felicitaciones. Esa fue la primera reacción de Tomás González al terminar su rutina de suelo esta mañana en el Río Olympic Arena.
Al salir del cuadrilátero lo esperaban su entrenador Antonio Espejo y su kinesióloga Daniela Fingerhuth. La alegría era total y era tiempo de la tensa espera del puntaje que le darían los jueces.
Pero todo se derrumbó. La cara de González pasó de la sonrisa a la incredulidad, a la desazón. En la pantalla gigante se proyectaba que sólo había sido evaluado con 15.066.
No lo podía creer. Miraba a Espejo, al suelo, se sacaba las vendas del tobillo. No entraba en sí. Se encogió de hombros y ni su staff pudo contenerlo.
Pasaban los minutos, recibía uno que otro "Vamos Tomás" desde las tribunas. Pero no aguantó. Se sentó, agarró una toalla y comenzó a llorar. Se tapó la cara, no quería que nadie viera. No podía digerir esta desilusión de dejar escapar su sueño olímpico de una medalla en su prueba reina.
El silencio reinó. Las miradas cómplices con Espejo y Fingerhuth hablaban por sí solas. Ellos tampoco lo entendían. Incluso otros gimnastas se acercaron a darle su apoyo y a decirle que tampoco entendía.
No había nada más que hacer. O mejor dicho sí. Sacarse toda esa rabia, impotencia y desazón con lo que mejor sabe hacer.
Lo pensó y se decidió. Atrás quedó la lesión en el tobillo izquierdo. Su coraje y ganas de sacarse esa espinita fueron más grandes. Dos saltos y unos 15.149 puntos que lo ilusionan con clasificar a la final.