Andrés Campos se planta con una mirada de piedra frente a Ramón Velásquez. En juego está el título de Chile en la categoría mosca. Apenas le choca los guantes, se da mediavuelta y se persigna con gesto apresurado. En la tribuna del Club México están los amigos de toda la vida, con los que iba al estadio a ver a Colo Colo. Retumban las canciones de la Garra Blanca y flamea un lienzo con la frase "Orgullo del Barrio". Es su propia barrabrava. El púgil escucha las últimas instrucciones de su entrenador, se estira apoyándose en las cuerdas del ring y empieza el combate.
Campos no sale a especular. Sus brazos se mueven como látigos, rápidos y filosos, que le van cortando el paso a su rival. Las ráfagas de ganchos y cruzados no se detienen. Velásquez, un chilote con fama de duro, resiste hasta el quinto asalto y al sexto ya no sale. Se acabó. Hay nuevo campeón de Chile y apenas tiene 23 años.
Puro barrio
Campos es de Las Lomas II, un campamento emplazado en Lo Barnechea con hileras de casas de madera reforzadas con cholguán, nylon o trozos de lata. Allí vive gente que ha esperado toda su vida por una solución habitacional . El deportista recuerda especialmente los inviernos. Las calles llenas de barro y el frío que traspasaba las escuálidas paredes de su vivienda.
Su mamá y su abuela trabajaban como asesoras del hogar en la parte acaudalada de la comuna. Tenían que hacer malabares todos los meses para poder mantener a seis niños. Andrés miraba y sin que nadie se lo dijera, decidió que tenía que salir al mundo.
"Gracias a Dios, nunca nos faltó la ropa limpia ni el plato de comida. Mi mamá y mi abuela siempre se preocuparon de eso. Pero a veces uno se quería comprar un par de zapatillas y ellas no podían darnos eso. Por eso, empecé trabajando de 'chiquitito'. Era pelotero en clubes de tenis. Después estuve en un local de pizzas, hice de caddie, fui ayudante de jardinería y por ahí unos 'pololos' en la construcción", le comenta a Emol.
El papá del púgil nunca estuvo presente. Apenas lo vio un par de veces y se suicidó hace unos años por una depresión. Campos asegura que era como cualquier otra persona para él. No suena frío ni cruel, solo está hablando de un desconocido.
"¿Mi papá? No me afecta, pero si tuviera un hijo me gustaría estar siempre con él, todo lo contrario que hizo él conmigo", afirma.
Andrés Campos entra rápido con el jab. (Crédito: LibraxLibra)
Sin mucho que hacer, Campos gastaba los días en la calle. "Me portaba mal, era vándalo", cuenta. Casi siempre tenía rabia. Lo echaban de los colegios, se metía en peleas a la menor provocación y se la pasaba de fiesta en fiesta o en el estadio viendo al Colo con su piño de "Lo Barne". En las calles veía gente consumiendo y se preguntó ¿por qué no? La droga era muy fácil de conseguir.
"Es muy fácil perderse donde yo crecí. Es cuestión de salir a la calle. Todo barrio no más. Se da todo muy fácil. Yo creo que era una etapa de inmaduro, de agrandado. Cuando chico quieres probar de todo y no tienes freno. En mi casa nunca me dieron esos malos ejemplos, pero empecé por amistades, cosas que se van dando solas", expresa.
Al ser consultado por el origen de ese descontrol permanente, no sabe qué responder. Se encoge de hombros y se mira los nudillos. En esa época no podía imaginar este ni ningún otro futuro.
Un día, unos amigos lo llevaron a un club de boxeo que había en Lo Barnechea. Alucinó. El gimnasio se transformó en su micromundo, un refugio. Iba todos los días y, no sin sufrir, logró dejar las drogas. "Me costó harto, pero me tenía que cuidar para ser deportista. El sueño, la alimentación...", declara.
Con solo seis meses de entrenamiento fue campeón nacional cadete y el entrenador cubano Jesús Martínez lo llevó a la selección chilena. Cuando llegó al Centro de Alto Rendimiento, le pusieron "Cisarro" por la forma en que hablaba. Dice que ahora ha mejorado y con algo de vergüenza aclara no le gusta que lo llamen así para no ser estigmatizado.
"Es muy fácil perderse donde yo crecí. Es cuestión de salir a la calle. Todo barrio no más
Andrés Campos
A Campos le costaba creer lo que vivía. Todo era rápido, como sus puños. Pasó de ser uno de esos jóvenes que con arrogancia clasista son llamados "flaites" a un tipo al que se le presentaban oportunidades para surgir, las que no tuvieron ni su mamá ni su abuela. Tampoco sus amigos.
"Estudié cuando estaba en la selección, del 2015 al 2017. Fue un período en el que no la pasé muy bien que digamos. Entrenaba en la mañana de 10 a 12, después me iba a estudiar de 1 a 5 y entrenaba de 6 a 8. Pasaba todo el día de largo, fue totalmente estresante. No descansaba. El 'profe' me dejó fuera de algunas competencias, porque bajé el rendimiento, pero estaba con la meta clara de poder sacar mi carrera, me esforcé y no me eché ningún ramo", relata.
Pese al cansancio, su carrera siguió en ascenso. Fue cinco veces campeón nacional amateur y recorrió todo el continente con la selección. Sin embargo, había un problema: el dinero. Ni para lo básico le alcanzaba.
"Cuando partí, ganaba 60 mil pesos. Después, lo máximo que llegué a ganar fueron 150 mil. Era algo muy inestable. Por medio del IND nos pagaba la Federación y, por ejemplo, no nos pagaban enero y febrero casi nunca. El tiempo que estuve lo pagaron una o dos veces. Estaba concentrado todo el año, lejos de la familia, y no tenía cómo ayudar en la casa. Pagaban 150 'lucas' al mes y todo va descontando, el plan del teléfono, comprarse los utensilios básicos de una persona: shampoo, pasta de diente", narra.
Campos está invicto y viajó a Australia para entrenar (Crédito: Instagram)
Se decidió a dejar el equipo chileno, pero no sabía si iba a poder seguir boxeando. Sentía angustia, no tenía claro qué quería para su vida. Su futuro volvía a ser un enigma.
Empecé trabajando de chiquitito. Era pelotero. Después estuve en un local de pizzas, hice de caddie, fui ayudante de jardinería y por ahí unos 'pololos' en la construcción
Andrés Campos
"Para pelear hay que prepararse muy bien y yo no tenía dónde entrenar la parte física ni la parte de boxeo. En eso, conocí al promotor Gonzalo Fuenzalida. Él me ofreció un trabajo, me ofreció entrenar y un entrenador. Partí trabajando con niños y me permitía seguir con lo que quería. También me hizo debutar como profesional y ahí comenzamos de a poquito", manifiesta.
En solo seis peleas, todas ganadas, ha deslumbrado con su técnica trabajaba con largas sesiones frente al espejo y su buen trabajo de pies. Su representante le habla de títulos sudamericanos, latinos e incluso del mundial. Él lo escucha asintiendo con la cabeza y esboza una sonrisa tímida. Sabe que tendrá que lidiar con esa presión. Hace poco, el sitio estadounidense "Big Fight Weekend" lo llamó el "prodigio chileno". "Si nunca has visto a Campos en acción, él es alguien a quien debes vigilar", apuntó.
El viaje a Australia
Campos tomó su celular y se encontró con un mensaje en su cuenta de instagram. Andrew Moloney, boxeador australiano, le pedía que por favor lo ayudara a hacer sparring antes del combate que tendría en el Arena Monticello frente al crédito local Miguel "Aguja" González. Aceptó y quedó atónito al ver cómo se trabaja en el primer nivel. Pese a lo intimidante que era el escenario, no se cortó y dejó una buena impresión. Los representantes de Moloney guardaron su contacto.
Ni Campos se creía lo rápido que lo llamaron. Firmó con la promotora Dragonfire y actualmente se encuentra en Australia entrenando. Estará tres meses y quiere hacer alguna pelea antes de devolverse.
A veces, el oriundo de Lo Barnechea se sorprende a sí mismo. Por un gesto, por una palabra. Se mira en el espejo y le cuesta pensar que es el mismo de hace uno años atrás, pero no se cree mejor que nadie. Afirma que le tocó la suerte y que trabaja para aprovecharla. Más que títulos, quiere que su mamá y sobre todo su abuela dejen de trabajar. Que no todo sea sobrevivir, si no que puedan disfrutar, cuenta.
Esas dos mujeres siempre están en su cabeza. No olvida los sacrificios ni el cariño a pesar de los problemas. Repite varias veces que a ellas y al boxeo les debe todo.