Hoy con 36 años, mi pasión por el tenis se mantiene como cuando niño. Empecé tan chico que aún no me podía la raqueta y hasta el día de hoy tengo la particularidad de jugar a dos manos.
Soy ingeniero civil industrial, estoy a cargo del área corporativa de Compras de Nestlé y fue justamente en mi trabajo donde se inició todo esto. Milo, uno de los negocios que represento, me invitó a jugar un torneo inter-empresas de dobles, cuyos ganadores jugarían con Federer, a mi juicio, el mejor tenista de la historia. Por eso, al hablar de él, algunos pelos aún se ponen de punta.
Las paradojas de la vida. Este año asumiendo que su retiro estaba cerca, decidí ir al US Open a verlo en vivo, por lo que no estaba en mis planes asistir a la exhibición en Santiago.
Y llegó el día del torneo. Un día de tenis con la familia y deporte. Con mi partner Ignacio Sánchez, colega, habíamos practicado en la semana. Fue poco pero suficiente para generar esa mística que se necesita cuando se juega en duplas: Se creó esa complicidad necesaria que, junto al toque de suerte en el momento justo, nos llevó a la final.
En un partido que comenzó parejo, logramos mantenernos concentrados y apegados a nuestra estrategia para cerrar el partido a nuestro favor, con la incredulidad que un par de días después jugaríamos con un 'marciano' suizo.
Martes 19 de noviembre: Día de la exhibición
Me sentía bastante relajado considerando que jugaríamos contra una leyenda. Empezó la clínica de tenis y luego seguíamos nosotros. La tensión aumentaba. Inicié el calentamiento con otra leyenda del tenis chileno, Sergio Cortés y el siempre presente y apasionado Horacio de la Peña.
Estábamos listos para empezar el enfrentamiento con Federer, pero la agenda se atrasó y nos dijeron que jugaríamos en la tarde antes de la exhibición. Mal para mi rodilla, que se enfrío y me comenzó a doler un poco.
Ahora el relajo ya no era tanto, a estadio lleno la cosa cambió: la cancha se veía más grande, los latidos se aceleraron y el pulso no era el mismo. Falta de costumbre seguramente. Se acercaba la hora y nos llamaron nuevamente a calentar. Entramos y nos sentimos estrellas por un rato, paleteando frente a parte del público que nos apoyaba bastante.
Sin embargo, nuevamente la agenda se atrasó. Empezó el meet & greet que era la previa al partido de exhibición y ya no había certeza si alcanzaríamos a jugar.
Conocimos a la leyenda en el meet & greet. Federer fue muy cercano, un crack. Intercambiamos rápido unas palabras, autógrafos y fotos. Aún con jeans, tuvimos que salir para que se preparara para el partido.
Y salió a la cancha, con una presentación digna de un espectáculo norteamericano. Salió la leyenda, comenzó el paleteo y sólo una palabra se nos vino a todos a la cabeza: Mago. Hacía lo que quería con la raqueta y, sin caer en tecnicismos, no se entiende cómo logra desafiar las leyes de la física de manera tan simple a la vista. En casi dos horas, ganó un partido espectacular, confirmando en un simple amistoso que es y será siempre el mejor de la historia.
Pese a no haber jugado, estaba feliz. Listo para volver a casa. Ya era cerca de la 1 de la mañana, se retiró el público, se apagó la luz y comenzó el desmontaje.
Sin embargo, nos dijeron: "Esperen, de producción nos dicen que jugará con ustedes igual". Ya no lo creía, ¿qué va a hacer Federer jugando con un par de amateurs a las 2 de la mañana? Bueno, pese al cansancio nos jugamos la última carta y esperamos.
Y, de pronto, se prendieron las luces y volvieron los peloteros. Apareció un guardaespaldas, señal inequívoca de que la leyenda retornaba. Minutos después ingresó Federer y Zverev.
Atónitos los saludamos e ingresamos a la cancha. Pese a la hora, fue muy amable y nos preguntó cómo son las parejas. Le pedí sortear con su raqueta y después de ganar el sorteo escogí de compañero a Zverev: Quería jugar en contra de Federer. Zverev comentó desafiando a Federer: "Muy bien escogido, quiere ganar".
Tie break largo a 10 puntos inolvidables, mucho humor y relajo para una "pichanga" de tenis con Federer. Logré ganarle una pelota para sólo despertarlo un poco. Luego vino un ace abierto sin esfuerzo, ni siquiera logré ver la pelota e incluso Zverev se rió.
En mi turno de saque, Federer bromeó que no me pusiera nervioso con la doble falta. Logré zafar a la mayor presión del mundo para ponerla en juego y terminar con un muy buen intercambio en la red que obviamente me ganó: "¡Vamos a la playa!", dijo Federer en un español poco ortodoxo que sacó risas.
En otro momento, le dije que no tengo pelotas (para sacar) y no perdió oportunidad para aprovechar mi desafortunado comentario para volver a molestar con el apoyo de Zverev. Luego intenté pasarlo en la red con un golpe de derecha y me ganó el punto con una volea emitiendo un "easy" al mismo tiempo que le pegaba a la pelota. Un genio.
El resultado, 11-9 a nuestro favor, sólo queda en anécdota, aunque pasé a ser uno de los pocos en el mundo con récord positivo con Federer.
Terminó el tie break, le deseé suerte en Buenos Aires, su próximo destino. Se acabó el sueño.