El viernes 18 de octubre explotó la crisis social que vive hoy Chile. Dos días después, Universidad Católica se podía coronar campeón del Torneo Nacional, pero no se pudo jugar. Tampoco en las semanas siguientes. Pese al deseo del Gobierno y la ANFP, la mayoría de los jugadores se ha opuesto a retomar la actividad.
El fútbol, reflejo de la sociedad, no está ajeno a las desigualdades. La torta, como se dice popularmente, está mal repartida. "Nosotros tenemos compañeros que se levantan a entrenar, corren dos o tres horas bajo el sol y después se van a trabajar de Uber porque si solo jugaran fútbol, no les alcanzaría para llegar a fin de mes", expresó el arquero y capitán de la U, Johnny Herrera.
La crisis ha develado la precariedad de las divisiones más bajas del balompié nacional. Ahí no hay autos del año, ni concentraciones en hoteles de primera. Abundan, por el contrario, historias de tipos que no viven del fútbol, si no que para él.
Tomás Parra tiene 19 años. Se crió en Villa Francia y desde ahí viajaba a La Cisterna para entrenar en las inferiores de Palestino. Lo "cortaron" en la Sub 17 y recaló en Recoleta, de la Segunda División Profesional. Hace poco cumplió su sueño de debutar.
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La vida de un futbolista de Segunda División no es la misma que un jugador de Primera. Obviamente, hay más sacrificios. No son los mismos sueldos, la mayoría tiene contratos por el mínimo. Es por eso que tenemos que optar por un segundo trabajo. Por ejemplo, yo soy barbero y trabajo con mi hermano mayor. Muchas veces, después de entrenar, mis compañeros me piden que les corte el pelo y me hago mis 'luquitas' extras. Lo que se gana no es mucho", le dice a Emol.
Antes de cortar pelo, el volante de contención hizo cuchuflis y ayudó a su abuelo en la feria. La realidad de sus compañeros no es distinta. Algunos trabajan limpiando micros, otros instalando televisores.
El gran apoyo de Parra, motivacional y económicamente, es su familia. Sin ellos, no podría jugar. "Ahora la situación en la casa no está como quisiéramos, pero siempre se las están rebuscando. Mi mamá es depiladora, mi papá trabaja conduciendo un Uber. Entre todos paramos la olla", explica.
Desde hace varios años, Parra vive en Maipú. Llegar a entrenar a Las Condes es complicado, más aún con estaciones de metro cerradas y calles cortadas. Se levanta a las seis, se junta con un grupo de compañeros de la zona poniente e inician una travesía de al menos tres horas, si tienen suerte.
"Muchos jugadores se saltan la micro o el metro porque no tienen cómo pagar. Otros tapan la patente del auto para evitar el tag en la autopista. Algunos llegan sin haber podido tomar un buen desayuno", comenta una fuente del cuadro recoletano.
La suspensión del fútbol ha golpeado fuerte a los clubes de la Segunda División Profesional. Al no recibir dineros del CDF, dependen de la venta de entradas, de algún mecenas y de auspiciadores que se han ido yendo. Independiente de Cauquenes, por ejemplo, anunció su retiro de la categoría hace unas semanas por estar "quebrado económicamente".
San Marcos de Arica, líder del campeonato, también sufre. El plantel y el cuerpo técnico emitieron un comunicado en el que hablaron sobre lo duro que ha sido este tiempo. Están emocionalmente desgastados. "Angustia, incertidumbre y cansancio, son sentimientos que hoy nos embargan, frente a la compleja situación ciudadana que ha afectado a todos los chilenos y en ese sentido el fútbol no ha sido la excepción", expresaron.
Los contratos eran hasta el 16 de noviembre, fecha de término de la competencia, y
ha habido problemas con los arriendos, por lo que varios han tenido que hacer volver a sus familias a las ciudades de origen.
"Nosotros les tenemos los arriendos al día, pero los contratos se habían hecho hasta el 16 de noviembre y los propietarios les están pidiendo los departamentos. Nosotros les hemos dicho que vamos a cancelar el otro mes si se pasan, pero ellos están preocupados, porque la mayoría son de afuera. Toda la Segunda División está igual, incluso peor que nosotros. Los clubes están desesperados, lo único que quieren es que se termine el campeonato", manifiesta el presidente Carlos Ferry.
Para el dirigente, no se puede seguir jugando. La seguridad no está garantizada. Los Bravos del Morro, barra del club, desplegaron un lienzo en el que se leía "Calles con sangre, calles sin fútbol".
"La suspensión ha afectado económicamente de manera terrible. Perdimos los pasajes de dos compras que habíamos hecho para Colchagua y Recoleta, que no se jugaron, y no hubo forma de recuperar los dineros. Se sigue aplazando y no se ve ninguna solución. No creo que se pueda seguir jugando, cada vez se complica más la situación. Inventen lo que inventen, no se va a poder jugar", apuntó Ferry.
La incertidumbre carcome a toda la división. Tomás Parra afirma que hay inquietud y que conversa a diario con sus compañeros de Recoleta. A ellos les conviene seguir jugando, no solo por lograr el objetivo de ascender.
"Seguimos entrenando, pero sin tener mucha claridad de lo que va a pasar con el campeonato. Ahora se habla mucho de que se podría parar definitivamente. Estamos todos con la incertidumbre de cuándo nos van a finiquitar, si van a pagar los sueldos. Tenemos la mente ocupada en otras cosas más allá de lo futbolístico".
Agrega: "En el camarín se habla de que ojalá se alargue lo más posible el campeonato y así poder agarrar un sueldo más y que el finiquito sea lo más alto posible, que no sea ahora para no quedar tantos meses sin trabajo. Seguir con la chance de subir, no queremos que se pare, porque tenemos un objetivo".
Parra relata que a veces no hay agua caliente en las duchas, que las canchas son malas y que llega con dolores en la espalda luego de los largos viajes en bus a regiones. ¿Qué lo sostiene? Él mismo lo explica: "La pasión por la pelota. Yo soy joven, me mantiene vivo el sueño, el querer llegar a Primera. Es el anhelo desde que uno es niño, es por lo que tanto he luchado. Me ha costado, es lindo cuando las cosas se dan, sabiendo todos los que hemos pasado". Hoy él y sus colegas se sienten en el limbo.