"De salud ando bien, pero de trabajo…", así responde Alejandro Hermosilla cuando se le pregunta cómo está. Su voz refleja tristeza, pero dice que necesita expresarse antes de que la desesperación lo siga carcomiendo. Desde hace más de diez años, es guardia de seguridad en partidos de fútbol, pero no trabaja de manera estable desde que comenzó el estallido social y no lo hará por lo menos hasta el próximo año. La temporada 2019 fue cancelada por la ANFP.
"Justamente ahora vengo de intentar repactar una cuenta en una casa comercial. He tenido que hacer malabares y aún así he tenido problemas con algunas tarjetas. Hay que poner la espalda, pero el sistema nervioso se resiente y te toma todo el cuerpo. Los que trabajamos netamente en esto nos ha afectado muchísimo. Los partidos del fútbol daban la mayoría de nuestros ingresos", le cuenta a Emol.
Hermosilla trabaja para la empresa de Williams Peralta, que le presta servicios de seguridad a varios equipos de Primera División. Peralta dice han sido semanas difíciles, con muy poco trabajo. Se ilusionó con el partido entre Iquique y La Calera, pero la invasión de la Garra Blanca al Bicentenario de La Florida echó por tierra los intentos de volver a la actividad. Pese al temor que generan los barras, el empresario recalca que sus empleados estaban dispuestos a volver. Lo necesitan.
"Ellos echan de menos el trabajo. Hay matrimonios que trabajan en esto para hacerse un sueldo entre los dos y para otros es un complemento. Tienen cierto temor, pero no pueden no trabajar", expresa.
Hermosilla, que trabaja codo a codo con su pareja, ahora siente el filo implacable de las deudas y se preocupa por un futuro que le plantea preguntas que todavía no logra responder. Con el fútbol y otros eventos podía hacerse unos 100 mil pesos semanales y 400 al mes, un poco más que el sueldo mínimo, pero sin contrato.
Los guardias reciben entre 20 y 25 mil pesos por encuentro. Se les paga con boleta de honorarios y sus turnos se pueden extender por siete horas. Algunas hinchadas pueden convertirlas en un calvario. "Acá el guardia que quiere ser héroe termina en el cementerio", afirma Hermosilla, que por mientras se las rebusca para sobrevivir.
"Por mientras he ido a vender a la feria como colero (vendedor informal). Es como una terapia en estos momentos. Vendo de todo. Compro y llevo cosas mías. Zapatillas, zapatos, pantalones, poleras, relojes, pero no se hace el mismo sueldo. He tirado curriculum por aquí y por allá. Estoy buscando, pero se hace difícil por todo lo que está pasando en el país. Además, yo tengo 57 años y ya te ven como viejo para trabajar", comenta.
Una situación parecida vive Cristián Soto. Él trabaja acomodando a los accionistas de Colo Colo en el sector exclusivo que tienen en la tribuna Océano del Estadio Monumental. Su otro trabajo es como chofer de Uber, que también se ha visto afectado por la crisis.
"En total, somos 18 personas en el Monumental. Para muchas de ellas, este trabajo en su principal ingreso, ya que le dedican toda la semana. Yo soy estudiante. Estoy en cuarto de kinesiología y para mí esta pega es un complemento, que me sirve para pagar la universidad. Últimamente estábamos haciendo dos partidos semanales por la Copa Chile y ahí eran 40 'luquitas' que me venían muy bien al bolsillo”, explica.
La lucha social por una vida más digna implica sacrificios, pero Hermosilla y Soto aseguran que es muy distinto saberlo que padecerlo. En el caso del fútbol, les toca a ellos, a los vendedores del estadio, a los acomodadores de autos e incluso a los futbolistas de las series con menos recursos, alejados del glamour y de los contratos millonarios.
"Yo entiendo a los jugadores, que están defendiendo los derechos de la gente, está bien, pero los trabajadores somos los principales afectados con todo esto. Yo no me puedo dar el lujo de no tener plata", cierra Soto.