Cada vez que el jinete Jeremy Laprida atraviesa la meta con su caballo repite el mismo ritual. Mientras el animal desacelera, él se persigna, apunta al cielo y luego se da unos suaves golpes en el pecho. La dedicatoria va para Francisco, el padre fallecido hace varios años por una fatalidad, de esas que nunca dejan de latir en la hípica.
Francisco era de una familia que destilaba pasión por los caballos y le traspasó ese fervor a Jeremy. Hoy su hijo tiene 24 años y acaba de ser escogido como el mejor de Chile por el Círculo de Periodistas Deportivos. Méritos no le faltan. Durante esta temporada, montando al temperamental fina sangre "Ya Primo", ganó El Derby, la Copa Jackson y el Gran Premio Latinoamericano. Poco a poco, además, se ha ido labrando un nombre a nivel internacional. Lo han llamado varias veces para correr en Perú y volverá a ir en febrero.
El derrotero de Jeremy en este micromundo partió desde que era chico. No puede precisar una edad. Acompañaba a su papá mientras trabajaba como cuidador o amansador en distintos corrales y escuchaba con ilusión de niño las historias que le contaba. Francisco había sido un jinete al que le faltó suerte y le picaba el "bichito" de salir del retiro.
"Un caballo lo pisó, le fracturó las costillas y le perforó el corazón y el pulmón
Jeremy Laprida
"Yo también le pedía que volviera, nunca lo había visto. Se puso a bajar de peso y los dos nos fuimos a Antofagasta, de donde era él, para que terminara su carrera. Mi mamá con mi hermana se quedaron aquí, porque ya teníamos una vida establecida. Las dos estaban estudiando", le dice Jeremy a Emol.
Francisco era su mentor, un espejo en el que mirarse, un orgullo. Lo seguía como una sombra por todo el hipódromo y las hacía de secretario. Le limpiaba las botas y el casco antes de cada carrera.
Laprida coronándose en el Latino. (Crédito: El Mercurio)
Sin embargo, la hípica está cargada de peligro y Jeremy se enteraría de la peor forma. Nunca se le va a olvidar el domingo 20 de julio de 2003. Su papá competía en la primera carrera, pero ese día no pudo acompañarlo. Estaba en la casa de su tía junto a su mamá, Dorys, que al día siguiente iba a ser operada de cáncer. La mujer había ido a preparar las últimas cosas que necesitaba llevar al hospital y a cortarse el pelo. En eso, sonó el teléfono.
"En la partida, tuvo una rodada. Un caballo lo pisó, le fracturó las costillas y le perforó el corazón y el pulmón. Casi lo mató de inmediato. Falleció por las graves heridas", expresa Laprida hijo.
Tenía ocho años. Fue como si su vida y la de su familia entrara en un tiempo indefinido, en una zona oscura. Tuvo que ir al psicólogo y se alejó completamente de la hípica. Dorys se negaba tajantemente a verlo sobre un caballo. La sola posibilidad de que terminase como Francisco la estremecía.
Los problemas y los temores continuarían. Tras la muerte de su marido, Dorys finalmente fue operada de cáncer, pero la enfermedad volvió y otra vez al quirófano. Todo era incertidumbre.
Ya recuperada, la mamá de Jeremy se deslomó trabajando para que nada le faltara a él y a sus hermanos. Ella era guardia de seguridad y generalmente hacía dobles turnos. Casi no la veían, pero no hay rencor. Solo agradecimiento.
El fútbolista que no fue y la vuelta a los caballos
El hoy corredor empezó a jugar fútbol. Partió en el barrio y luego hizo una prueba en las cadetes de Antofagasta. Quedó. Asegura que era un volante de contención con buen pie y su mamá lo alentaba para que siguiera. Pero no olvidaba los caballos.
Un día, llegó un primo a vivir a su casa. Trabajaba en el hipódromo. Su mamá, a regañadientes, le daba permiso para que lo acompañase, lo que no sabía es que ya estaba aprendiendo a montar.
Con 15 años, la pelota quedó de lado. Se abrió una carrera para aprendices y ahí debutó. En Santiago ya le tenían echado el ojo. A través de un amigo en común, el preparador Juan Palma le dijo que en la capital tendría todo para explotar su talento y cristalizar los sueños que lo acompañaban desde siempre.
Hay que tener huevos para ir a Estados Unidos. Esas son las grandes ligas, allá están los mejores y muy pocos chilenos lo han intentado
Jeremy Laprida
"No fue fácil porque mi mamá no quería, menos dejarme en la casa de una persona extraña que no habíamos visto nunca. Ella viajó, conoció la casa, la gente y se quedó tranquila. Me recibieron con los brazos abiertos, fui como un hijo más. Ahí empecé en la Escuela de Jinetes y comencé a tirar pa’ arriba", manifiesta.
El jinete fue el más rápido en El Derby con "Ya Primo". (Crédito: Photosport)
Pero a veces la alegría se confundía con la melancolía. Era solo un adolescente que echaba de menos a la familia, a los amigos. Sin embargo, al poco tiempo una noticia lo sorprendería: iba a ser papá. Cuenta que no tenía nada, pero fue un cable a tierra "para sacrificarse y no ser tan sentimental".
No demoró en destacar. A los 17 años, llegó a las 60 victorias y pasó a ser jinete de primera categoría. Luego vinieron los triunfos en los clásicos y pasó a liderar las estadísticas del Club Hípico, del Hipódromo Chile y la General.
Hace poco estuvo de vacaciones en Miami y gracias a un amigo, Christian Rojas, aprendió a montar al estilo americano. El siguiente paso es ir a competir a Estados Unidos. "Hay que tener huevos para hacerlo. Esas son las grandes ligas, allá están los mejores y muy pocos chilenos lo han intentado. Fernando Toro y José Santos son los únicos que han llegado a la cúspide, han dejado la bandera chilena en lo más alto. Santos está en el Salón de la Fama, ganador de la Breeders Cup, de los mejore clásicos, es un astro", afirma.
Jeremy Laprida espera llegar a lo más alto, sin miedo alguno: "Yo vi lo que le pasó a mi papá, después tuve la mala fortuna de ver otros jinetes que fallecieron, pero no me da miedo, al contrario, me dan más ganas y más fuerzas de ser jinete. Mi papá de chiquitito me decía que si era jinete, tenía que ser el mejor y que no tenía que tenerle miedo al caballo". Su éxito le pertenece a él, pero también a Francisco.