¡A todos los hue… que nos tiraron para abajo, estamos de vuelta más fuertes que nunca! Son las palabras de Francisco Solís, que resonaban en los pasillos del Centro de Deportes de Contacto del Estadio Nacional después del término del combate que perdió ante el cubano Andy Granda, pero que lo dejó con una medalla de plata en los Juegos Panamericanos Santiago 2023.
Lo del judoca fue un grito de desahogo, de revancha tras un largo proceso de reintegrarse al alto rendimiento. Luego de rozar el bronce en Lima 2019, donde quedó quinto en la categoría +100 kilos, vivió un periodo complejo anímicamente que lo llevó a alejarse de golpe del tatami. Trancas de la vida dice él, frustrado por no poder conseguir los objetivos que había proyectado.
“A veces los comentarios de la gente te hieren un poco. Era bastante inmaduro en ese tiempo y no supe afrontar las cosas como un hombre adulto”, recuerda. El medallista revela que luego de tomar esa decisión pasó casi un año trabajando en una obra, oportunidad que le dio su papá.
“Él podría decir que ha dedicado su vida a construir los metros de Santiago. En ese momento él estaba trabajando en la extensión de la línea 2 que iba desde La Cisterna hasta el Hospital El Pino. Como había dejado un poco el judo tampoco quería estar de vago y le pedí ir a trabajar”, reconoce.
Solís dice que la experiencia le sirvió porque pudo madurar en ese año. Expresa que se pudo dar cuenta de la realidad que se vive en el país.
“Cuando vienes de abajo y eres humilde es una realidad difícil. Y me hizo darme cuenta de que en el deporte vives en una burbuja, pero en una buena burbuja que te da oportunidades. Más que por los beneficios que se pueden tener, uno tiene que sentirse afortunado de poder hacer algo distinto a los demás”. Dice que poder hacer deporte le cambió la vida y no lo volvería a cambiar por nada.
Lo que lo motivó a volver fue a no rendirse con el sabor amargo de qué pudo haber pasado, o si a lo mejor pudo haber tenido mejores resultados. Se había quedado con las ganas de dar un poco más. “Me di cuenta de que estaba siendo un poco inmaduro. Lo tenía que hacer por mí”, asevera.
Desde hace como un mes que venía con un nudo en el estómago porque, según él, independiente de lo mucho que pueda entrenar, siempre está ese miedo por pensar que algo va salir mal o se va a perder. “Pero creo que eso es parte de sobrellevar los combates, minuto a minuto, segundo a segundo”, indica.
Admite que el valor de la plata es alto porque le costó mucho llegar a ese sitial. Levantarse en la mañana a hacer pesas, la sesión de judo en la tarde, una rutina desgastante.
“No es fácil porque la gente podrá decir que no trabajas, que no estudias. Pero es alto rendimiento entonces uno tiene que estar dando el 100% todos los días. A veces solamente se ve la medalla o se piensa que uno pudo haber dado más, pero esta vez me siento orgulloso de mi plata. Batallé duro no solo en el tatami, afuera también entrenando. Sumé cada granito de arena para poder estar acá”, concluye.
Hoy puede decir con tranquilidad que volvió a equilibrar su vida, y ya traza metas para lo que viene. En el horizonte, conseguir una clasificación a París 2024.