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Queen + Adam Lambert regalaron a la semana el megaevento que le quedaron debiendo

Clásicos inmortales, una banda potente, despliegue técnico y un cantante que, por momentos, asombra con sus recursos, fueron parte de la receta que, esta noche de miércoles, permitió dejar más que satisfechas a las 15 mil personas que llegaron hasta la Pista Atlética.

01 de Octubre de 2015 | 00:47 | Por Sebastián Cerda, Emol
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Queen y Adam Lambert en Chile.

EFE
SANTIAGO.- Para dolor de cabeza de quienes son más dados a lo sencillo y directo, la fórmula tiene nombre compuesto: Queen + Adam Lambert. Puede parecer una formalidad o una fragmentación simbólica, como para dejar en claro que aquí no hay afanes de reemplazar a quien es, a todas luces, irremplazable. O para enfatizar en que una parte y otra de la ecuación, están lejos de tener la misma importancia.

Pero esta noche de miércoles en la Pista Atlética del Estadio Nacional, la emblemática banda británica remarcó que la expresión matemática da cuenta, simplemente, de lo que su show actual en rigor es: Una adición entre dos elementos que corren por carriles propios y que bien se complementan, pero que juntos no dan pie a un refrito, como muchos temían (a la luz de experiencias como las de Journey y otros visitantes de los últimos años).

Suena difícil. Tanto, que la gracia es el mero hecho de conseguirlo, como evidenció el trascendental grupo en la presentación que ofreció en Santiago con el aún nóvel cantante norteamericano, dueño de una voz versátil como pocas en el mundo del pop de estos días. Por momentos, incluso, asombrosa.

Pero es necesario que el hombre tenga ese calibre. La pieza que falta es nada menos que Freddie Mercury, uno de los frontman más completos que ha dado el rock en su historia, por lo que tomar su lugar requiere de un repertorio rico en toda clase de recursos. Y Lambert los tiene, aunque ese rasgo quede algo reservado en la partida, con la navegación segura que representa un hit como "One Vision".

Los cerca de 15 mil presentes se encienden de inmediato ante esa pieza de rock directo y amable, y la mecha permanece así para "Another One Bites the Dust", ese funk de carácter en que Lambert se pasea con facilidad entre graves y agudos, con el respaldo de una banda que funciona como una máquina programada por un astrofísico.

Y es justamente este último, Brian May, quien se roba la película en varios pasajes del show, al amparo de una de las guitarras con más identidad que se recuerden, y con las que despliega punteos envolventes. Como en el epílogo de "Fat Bottomed Girls" o, por cierto, en "Last Horizon", pieza instrumental de su repertorio solista, que entrega en el final para sumir a la audiencia en un viaje interestelar. O, antes, en "Love of my life", que despachó en voces y guitarras, en uno de los momentos más emotivos del espectáculo.

El otro histórico, Roger Taylor, refuerza todo desde la batería, instrumento que maneja con precisión y sin arranques innecesarios, por lo que su cuota de protagonismo la obtiene de un vistoso solo y posterior duelo con su propio hijo (el percusionista Rufus Taylor), así como también desde las voces en "A kind of magic" y "Under pressure".

En varios de estos momentos, la fórmula podría llamarse simplemente Queen, con un Adam Lambert refugiado en bambalinas, aguardando su turno. Pero cuando éste llega, el vocalista es voraz, y transforma el escenario en un territorio completamente propio.

De eso da tempranas señas en "Killer Queen", interpretada coquetamente sobre un sillón púrpura y dorado, y luciendo sus vistosos terraplenes, que cambiaría junto al resto de su vestuario en cerca de media decena de ocasiones, a la usanza de cualquier estrella del pop (bueno, de casi cualquiera). Aunque ésos son meros detalles al lado de su impresionante registro, que le permite hacer lo que se le plazca sin contraer siquiera un músculo.

Acompañado de la banda, hasta un tema de su más reciente disco despachó, "Ghost Town", una pieza con trazas de hair metal, que bien podría pasar por un desclasificado de Europe, y que en el marco de este show no pasa de la anécdota.

Porque al lado estuvieron himnos como "Crazy little thing called love", "Somebody to Love", "Who wants to live forever", "Radio Ga Ga", "I want it all", "We will rock you", "We are the Champions" y, por cierto, "Bohemian Rhapsody", una de las dos piezas que contó con la compañía remota de Mercury en pantalla.

Pasarelas hacia los lados y hacia el frente, un escenario menor en medio del público, juegos de láser, una bola disco, calculado despliegue de cámaras y una gran pantalla circular en el espacio interior de una enorme "Q", fueron parte de los elementos que coronaron la velada, y que terminaron de dar a esta semana el megaevento que se la adeudaba. Se suponía que una estrella de Barbados pagaría esa cuenta, pero finalmente fueron unos viejos británicos los que terminaron nivelando el apartado. Como los que saben nomás.
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