"La vida es un viaje en paracaídas y no lo que tú quieres creer", decía Vicente Huidobro en "Altazor", dando cuenta del tránsito por este mundo como un permanente descenso hacia la muerte. Desde un prisma algo menos poético, la trayectoria de Dënver también puede verse como un salto en paracaídas, aunque esta vez la caída no tiene como destino el fin, sino el pop más desprejuiciado. De ello fueron evidencia sus tres primeros discos, siempre crecientes en sus niveles de aproximación al género, hasta llegar al clímax que hoy representa Sangre Cita, inserto en la lectura más radical. Tras cerca de una década de descenso, Milton Mahan y Mariana Montenegro finalmente tocan suelo.
Pero en el buen sentido, claro está. Porque en su cuarto álbum el dúo ofrece una colección de canciones que atacan directo el sistema nervioso central, construidas sobre su entramado más sintético a la fecha. El objetivo es claro: La pista de baile, no sólo como centro de movimiento, sino también como sede de cortejos, encuentros fugaces y cierre de acuerdos para citas más íntimas que vendrán después. Porque si hay algo que exudan estos temas es libertad sexual, corporalidad y algo de perversión, con letras explícitas que, convengamos, siempre han maridado bien con el electropop.
En esa línea, y pese a pertenecer a la generación "paraíso del pop", la expresión chilena de Dënver pareciera no emparentarse tanto con congéneres como Álex Anwandter o Javiera Mena, sino más bien con esa generación previa que animaron nombres como Pornogolossina, QuieroStar, Kínder Porno e incluso Lulú Jam, con quienes comparte una misma ética. Claro que si ellos quedaron al debe en encontrar un correlato musical, Dënver sí logra conjugar ambas facetas, en un disco que debería ampliar el alcance de la banda como nunca antes en su siempre prometedora carrera.
Invincible se tituló el último álbum que alcanzó a editar en vida Michael Jackson. Un título que a estas alturas resulta paradójico, considerando que a partir de entonces el "rey del pop" entró en un imparable derrumbe, que incluyó quiebras, juicios por abuso sexual y una serie de infortunios que sólo terminaron con su muerte, en 2009.
Ése es el primer aspecto por el que llama ahora la atención Unbreakable, de Janet Jackson; por la similar contundencia de un título que, de todos modos, pareciera querer comunicar algo distinto a lo que Michael buscó hace 14 años. Sin llegar a decretarse invencible, Janet de todos modos nos dice que nadie la puede quebrar. Probablemente, ni siquiera esa mala jugada que el destino le gastó, llevándose de este mundo a su hermano mayor, y al que a ratos pareciera rendir fiel tributo en esta placa. No sólo por mensajes que hablan de extrañar y querer aquí, sino incluso por una interpretación asombrosamente similar, como si parte del astro hubiera encarnado en ella, o tomado posesión de su garganta.
Por eso y por el r&b, claro está, género al que esta placa se pliega con fidelidad, sacando a relucir su naturaleza negra, y dando también cuenta de la incombustible capacidad evolutiva y adaptativa que el mismo tiene. De ahí la pertinencia y naturalidad de los apoyos electrónicos y de colaboraciones como las de Missy Elliot, en los momentos más poperos y movidos (sabrosos, aunque nunca irresistibles). Los otros, en tanto, se tiñen de la nostalgia y añoranza propia de quien cierra un duelo, sin estrategias que se filtren en apariencia. Mal que mal, han pasado siete años del último disco y seis desde la muerte de Michael Jackson. Suficientes como para evitar suspicacias y para reandar el camino propio. Por mucho que, a veces, parezca hacerlo con zapatos prestados.
Algo raro está pasando con la comunidad hipster local. Siempre tan proclive a maravillarse con nombres emergentes en el hemisferio norte, hoy parecen estar pasando por alto a uno de los que más han animado el circuito de pop electrónico en el último tiempo. No por nada Chvrches anotó, sólo en 2014, una trilogía dorada de festivales, con pasos por Lollapalooza, Coachella y Glastonbury.
¿Simple envión con mucho de marketing y de penetración social, como en tantos otros casos? No exactamente. Tras la buena partida que representó The bones of what you believe (2013) —álbum que incluye el difundido single "The mother we share"—, el trío escocés ratifica ahora su materia prima con un álbum que aborda todo el abanico bailable, desde piezas cuyo ánimo es el de invitar y predisponer, hasta otras que alcanzan un clímax enérgico y frenético.
En todas ellas prima un envoltorio que depende de máquinas y sintetizadores casi en un cien por ciento, lo que en ningún caso es sinónimo de frialdad. Primero, por el tono colorido de las canciones, pero también por la pertinencia y justeza de los arreglos y recursos desplegados por Iain Cook y Martin Doherty, además de la voz acaramelada y amable de Lauren Mayberry. Luego, por líneas melódicas adhesivas, y un conjunto que encuentra en la multitud y en el gozo colectivo su mejor nicho. De seguir por esa senda, no otra cosa que las puertas del futuro deberían abrirse para Chvrches, un grupo del que deberíamos seguir sabiendo por mucho tiempo más.
Nunca ha sido fácil cargar con el cartel de última esperanza en nada, y tampoco en la electrónica. Si no, que lo diga Justice, que tras ese avasallador debut conocido como Cross (2007), no logró en el venidero Audio, Video, Disco (2011) responder a las altas expectativas levantadas, hasta sumirse en el aparente ostracismo en que hoy se encuentra. O el mismo Calvin Harris, que luego de sorprender con I created disco (2007) optó por virar el timón y refugiarse en la comodidad de la EDM —cuestión de la que sin dudas no debe arrepentirse, cada vez que entra a ver su cartola bancaria—.
Así, el reciente Caracal pone a los británicos Disclosure en similar disyuntiva, luego del destape global que significó el anterior Settle (2013). Y lo cierto es que cumplen. Aunque algo resblandecidos y pisando terrenos más comunes, de todos modos se las arreglan para marcar diferencias en estos días, ahora con una fórmula que prescinde de cortes más radicales, para privilegiar un democrático espíritu pop.
Por cierto, el afán no es sólo bailar, sino también ampliar el abanico a través de piezas que, seguramente, se desenvolverán como una más en las radios, sobre todo gracias a colaboraciones tan ilustres en las voces como las de Sam Smith y Lorde. Las demás, jugando con los cambios y las RPM, oscilando entre la masa y los clubes, aunque siempre remitiendo a esos cándidos años en que comenzaban a ponerse de moda conceptos como "lounge" en los bares santiaguinos, y en que singles como "Lady" (Modjo) se expandían como un virus.
Nada como para proclamar la buena nueva, entonces, pero en tiempos de dictadura EDM, cuando toda propuesta de raíz electrónica que se escapa de esos márgenes parece quedar reducida a expresión under, de todos modos se agradece un disco como éste.