SANTIAGO.- Partamos de algunas bases: 1) Camilo Sesto es sencillamente el artista más grande que ha dado la música romántica en español. Ese título no ha estado en duda en las últimas décadas, ni tampoco lo estará después de esta noche, o de las noches que falten por sucederse en esta enésima gira del adiós que emprende.
2) Esto no se trata del respeto con el artista o la valoración de la trayectoria, como los fanáticos locales del cantautor
reclamaron en este medio, hace casi un año, tras su anterior show en la misma Movistar Arena que lo acogió esta noche, nuevamente ante cerca de 12 mil personas. Tampoco se trata de hacer leña de una leyenda. De ninguna manera.
Se trata simplemente del aquí y el ahora, del presente, del espectáculo que este astro detrás de obras inmortales insiste en seguir paseando por aquellos lugares que estén dispuesto a acogerlo. Ese espectáculo que, como todos, también vale por sí mismo, y no sólo por el nombre y las credenciales de quien lo ofrece.
Bajo ese prisma, la verdad es tan elocuente como dolorosa: Camilo Sesto es hoy apenas un tenue reflejo de sí mismo, de esa estrella que brilló entre los 70 y los 90; la ventana de un tren en constante movimiento, que permite vislumbrar a lo lejos un paisaje que se aleja sin remedio.
Ese paisaje, por cierto, no se llama juventud. Sí podría llamarse presencia, en su sentido más etéreo y esencial. Para comprobarlo, ahí han estado tipos como el nonagenario Charles Aznavour, o el recientemente fallecido BB King, entre muchos otros ejemplos de que esto no tiene que ver con edad, sino con cuántas facultades se tengan para estar a una altura no tan dramáticamente distante del propio legado. O, por último, de arreglárselas para adaptar el mismo a la condición actual, algo que para algunos ha sido más sencillo en función de las características de la ingeniería detrás de su obra, es verdad.
Pero el prodigioso Camilo Sesto de los 70 le complicó la vida al del presente, con un repertorio confeccionado para una garganta que hoy, innegablemente, no existe. Y es hasta comprensible que no exista, dado su alto nivel de exigencia, su indesmentible majestuosidad. Lo complejo es tratar de ignorarlo, pretender que todo sigue igual, algo en lo que el español parecía no haber caído hasta 2008, cuando de manera sensata anunció su retiro.
Pero eso quedó en letra muerta, como suele suceder cuando el negocio anda bien, cuando las ganas no se extinguen como se pensaba, o cuando los equipos presionan para que la actividad se mantenga a toda costa (
bien lo sabe Chuck Berry). Así, Camilo Sesto sigue activo. Hoy con momentos más estables, como en el arranque con "Con el viento a tu favor". Sin embargo, todo varía pronto hacia los mismos terrenos que el cantante pisó el año pasado: Poco fino en "Amor amar", derechamente desafinado en "Terciopelo y piedra", errático en "Fresa salvaje", refugiado en su coro durante "Dónde estés, con quién estés", haciendo mímica en "Samba". Todo se repite bajo la misma lógica a lo largo de las dos horas de concierto, no vale la pena seguir ejemplificando.
En algunos asistentes la incomodidad es notoria. Hay cierta fragilidad, cierto vértigo del que muchos no logran abstraerse, y sus rostros los delatan. En Twitter, otros pocos intentan festinar con algo con lo que, de verdad, no se puede. La mayoría, en tanto, se sume en el coro masivo, en el recuerdo de este catálogo inmortal y el reencuentro de frente con el hombre que lo firmó (una deidad del romanticismo, qué duda cabe).
Un reencuentro que tiene mucho de egoísta, pero eso a nadie debe importarle demasiado hoy. Porque, a fin de cuentas, reencontrarse con alguien como Camilo Sesto, esté como esté, es reencontrarse también con un pedazo de la propia historia personal. Es ver un viejo álbum de fotos familiares, reconocer la casa paterna, los olores de la infancia y la juventud. El nombre de antiguos amores, los versos desplegados en una lejana conquista. La mamá preparando el almuerzo, la taza de leche sobre la mesa después de una tarde de juego en plena calle. En fin, los recuerdos, la nostalgia por el pasado, un espacio temporal que, para nosotros y para el gran Camilo Sesto, nos guste o no, simplemente ya se fue.