- Yo llevaba como una década en los rumores del Premio Planeta. Cada 15 de octubre, mi nombre emergía en un momento u otro. Yo
nunca había presentado una novela al Premio Planeta, pero al terminar
"El fuego invisible" y comprobar que era una novela que tenía tantas referencias literarias y alusiones meta-culturales,
vi que podía ser una óptima candidata a este galardón y la presenté. Esa, digamos, es la contestación oficial, porque la contestación real es que a fuerza de estar mi nombre tantos años en esos rumores, yo
recibía ciertas presiones, incluso de mi propia madre, que me decía: "Pero hombre, ¿cómo has perdido otra vez el Premio Planeta?". Y yo tenía que explicarle que nunca había presentado una novela. De modo que
decidí presentarla al fin y ver qué ocurría.
Y para mi sorpresa, se abrió camino. No lo esperaba, porque fue un año particularmente competitivo: se presentaron 634 novelas al premio, muchas de ellas de Latinoamérica y de repente, ir superando todos los procesos de selección, fue para mí una auténtica sorpresa. Y también un honor, porque evidentemente,
es un premio que te da mucho.
- La trama de esta nueva novela está enfocada en la búsqueda del Grial como objeto. Pero a medida que el lector avanza en su lectura, descubre que tú vas mucho más allá, explorando la esencia misma del nacimiento de las ideas y la importancia de las palabras. ¿Por qué esa temática?
- Hace ya algunos años,
tropecé con un libro que me causó una
profunda impresión. Fue un libro de
Umberto Eco, un ensayo de este semiólogo que se titulaba
"La búsqueda de la lengua perfecta", en donde él
reflexionaba sobre el origen de las lenguas en todo el planeta. Y decía una cosa que me llamó mucho la atención: que en todos los textos sagrados del mundo antiguo,
los dioses o Dios, lo primero que hacían después de la Creación, era darle nombre a lo creado. Digamos que era el acto mágico por excelencia, dar nombre, y
esas palabras contenían la esencia de lo nombrado. Y me di cuenta que nosotros, los seres humanos,
estamos haciendo eso continuamente, casi sin darnos cuenta, dando nombre a los fenómenos, a las situaciones o a las cosas nuevas que aparecen en nuestro camino. Luego, de alguna manera, t
enemos en nosotros la misma chispa creativa que esos dioses de las mitologías. Y ese paralelismo, esa conexión, me pareció muy potente y
quise reflexionar sobre ello en clave de novela.
- En esta novela, además, consignas la aparición del Grial en España…
- Bueno,
no es una invención mía, sino una argumentación documentada. Es verdad que cuando Chrétien de Troyes inventa el término grial y lo coloca como título en su cuento "Li contes del graal" ("El cuento del grial"), en 1180, está describiendo el grial como un
objeto sobrenatural en manos de una mujer que camina entre hombres, en una especie de cortejo. Bueno, resulta que una mujer sujetando un cuenco sobrenatural, con rayos, en medio de un cortejo, es lo que
se estuvo pintando 60 años antes en España, en una serie de iglesias de los Pirineos, muy pequeñas y aisladas del mundo. Yo quise averiguar por qué y de alguna manera esa inquietud, ver que
el grial se pintó en España antes de que se describiera en Francia, lo pongo en manos de mis protagonistas para que resuelvan ese misterio.
El escritor está en plena promoción de su libro por varios países latinoamericanos. Crédito: EFE. - Tu protagonista, David Salas, es un joven lingüista del Trinity College de Dublín, nieto de un destacado novelista, que inicia esta aventura tras el Grial. ¿Cuánto hay de Javier Sierra en este personaje?
- Está la
capacidad de asombrarse, la necesidad de implicarse en la investigación, pero poco más, porque David Salas en un personaje acomodado; él vive muy bien, tiene su mundo perfectamente establecido y de repente ese mundo se derrumba cuando hace un viaje a España y se tropieza con un fragmento de su pasado familiar.
Yo lo que quería ahí era, de alguna manera, hacer una metáfora; evocar la situación de muchas personas hoy en la civilización occidental, que estamos acomodados,
creemos que todo está bajo control, pero es un control falso que
en cualquier momento se puede derrumbar. A veces, incluso, solo porque se cruza con nosotros una palabra y ahí es donde pongo el punto de arranque.
- En "El fuego invisible", al igual que en otras de tus obras anteriores, tú le otorgas un rol muy importante al arte, donde muchas veces están escondidas las claves del misterio que vas desentrañando a medida que la trama avanza. ¿Efectivamente sientes que en las pinturas, en las esculturas, en las iglesias, hay claves que nos permiten entender mejor lo que no conocemos del pasado?
- Nuestra cultura, en esta época, siglo XX-XXI, nos ha educado en relación al arte de una manera muy peculiar, porque nos aproxima a él desde una perspectiva fundamentalmente estética. Y sin embargo,
el arte nunca fue concebido con un propósito estético, sino con un propósito fundamentalmente narrativo. El arte, antes de las vanguardias del siglo XX, siempre nos contaba una historia. Siempre tenía un elemento propagandístico, de interés religioso o histórico, que se entendía en su contexto. Ese arte antiguo nunca fue pintado para estar en un museo. Colgar un cuadro al lado de otro, un retrato real al lado de otro retrato real, obedecía a un relato al que había que acceder en lugares específicos y eso lo hemos olvidado.
Hoy entramos en un museo o en una colección de arte y lo único que sacamos de ahí es un placer visual, pero no apreciamos la lectura de lo que nos quiere contar. Yo me he rebelado contra eso hace ya bastantes libros y con "La cena secreta" yo di el primer paso para enseñar a mis lectores a que
lean en el arte, que no solo lo miren. Reconfirmé mis votos en "El maestro del Prado" y ahora con "El fuego invisible" vuelvo otra vez a esa cruzada. Mi misión como autor, de alguna manera, tiene que ver con
devolver la capacidad interpretativa del ciudadano moderno respecto al arte antiguo. El misterio forma parte de nuestra cultura.
- Sé que hace tiempo te interesan varios temas de Latinoamérica. ¿Qué historias o mitos te interesaría abordar en alguna futura novela?
- A principios de los años 70, hubo un grupo de españoles que organizaron la primera expedición científica española a la Isla de Pascua. Esa expedición la encabezaba un escritor que se llamaba Antonio Ribera, que en su época escribió un libro llamado "Operación Rapa Nui". Yo fui muy amigo de Antonio y cuando murió en 2001, me deja 20 grandes cajas de papeles de su expedición a la isla. Y
Pascua, desde hace ya muchos años, se ha convertido en una especie de imán, de desafío para mí. Todavía no he viajado hasta allá, pero sí conozco muchas cosas de la cultura Rapa Nui, como la lengua rongo rongo, que es un tema que me tiene fascinado. Y me gustaría, en algún momento, acercarme a él. Recibí este legado,
tengo el interés, me falta el viaje y quizá ahí complete lo que necesite para hacer algo.
- Pensando en eso, entiendo que tienes dos proyectos posibles para tu próximo libro: uno vinculado al final de "El maestro del Prado", que termina con un enigma, y el otro sobre la carrera espacial. ¿Cuál piensas elegir?- Soy muy consciente de que hasta que no termine la promoción de "El fuego invisible", que finalizará, espero, cuando se dé el siguiente Premio Planeta en octubre de este año, no podré ponerme a trabajar en mi siguiente proyecto. Efectivamente, una es
cerrar "El maestro del Prado", mi novela de 2013, que termina con un acertijo que encuentran al final de la novela, en la encuadernación de un viejo libro. He estado trabajando en la resolución de ese acertijo y tengo ahí una pista. Pero tengo
otro tema que me obsesiona desde hace mucho tiempo y que es la carrera espacial. Yo nací en 1971, en medio del fragor de las misiones Apolo y me lo perdí todo. Yo no lo viví, porque en 1972 llega el Apolo 17 a la Luna y se acaban las misiones. Por lo tanto, siempre tuve la carencia de haberme perdido el momento exploratorio más fulgurante de la historia reciente de la humanidad. Hace algunos años, en Tenerife, tuve ocasión de compartir mesa con Neil Armstrong. Conocí a Alexey Leonov, que fue el "Neil Armstrong soviético", el hombre que habían designado para ser el primer hombre en la Luna de la Unión Soviética. También he departido con Frank Borman, comandante de la Apolo 8. En fin,
tengo gente que me ha iluminado sobre ese tema y todo eso aparecerá en algún momento en forma de un relato.