En plena promoción de "Escuadrón 6", su protagonista, Ryan Reynolds, aseveró que el largometraje de acción de Netflix es "lo más Michael Bay que Michael Bay jamás haya hecho". El actor se refiere, claro, a cómo el realizador de "Armageddon" y la saga de "Transformers" demuestra que, cuando se trata de construir secuencias frenéticas, no hay nadie como él.
Si lo miramos bajo esta óptica, "Escuadrón 6" es, efectivamente,
un largometraje de acción que no da respiro, en el que su director se divierte con el alto presupuesto que le fue dado por la plataforma de streaming (nada menos que 150 millones de dólares), a través de momentos tan entretenidos como absurdos, dos adjetivos que bien podrían definir la mayor parte de su filmografía.
En la secuencia inicial vemos una persecución que dura quince minutos y que, mediante un montaje acelerado, intenta distraernos de ciertas falencias. Es difícil no dejarse arrastrar hacia la propuesta unívoca que deja al descubierto la película: ¿cuántas más cosas pueden suceder en un corto período de tiempo? ¿cuántos conejos sacará Bay de la galera? Una vez que la adrenalina baja -y la ostentación de ese presupuesto hace lo propio-, el filme pone las cartas sobre la mesa con una premisa extremadamente simple.
Un hombre rico y justiciero quiere derrocar a un dictador en Medio Oriente, tan solo la punta del ovillo de su plan a largo plazo: acabar con los perversos líderes mundiales que azotan al pueblo.
Adentrarse en el terreno sociopolítico es una decisión arriesgada, por lo cual la jugada que hace el film es convocar a dos guionistas cuyo sello es no tomarse a esa clase de tópicos demasiado en serio. Reynolds trabaja cómodo con el material de Paul Wernick y Rhett Reese, los guionistas de "Deadpool", tanto así que por momentos uno siente que el actor está resurgiendo aquella interpretación.
Desde referencias a la cultura popular hasta frases disparadas con supuesto ingenio, el actor se mueve en un terreno conocido que indefectiblemente tiene dos resultados: es efectivo, pero demasiado familiar.
Para equilibrar la balanza, la película tiene al resto de los integrantes de ese escuadrón, pero ni la talentosa Mélanie Laurent logra inyectarle pluridimensionalidad a un rol básico y de escaso lucimiento.
La construcción de esos personajes no se condice con lo que supieron hacer Wernick y Reese en el pasado, ya que son meros peones sin personalidad que se describen a través de un solo rasgo, presentándose a sí mismos en lugar de que sus acciones los definan, como sucedía en otra superproducción fallida, Escuadrón suicida.
De todas formas, hay que darle cierto crédito a Bay. Las dos horas de duración de su película no se sienten, porque él sabe que su punto fuerte es la parafernalia, los espejitos de colores, el exceso. Por lo tanto, cuando llega el final con promesa de secuela (o de franquicia, ya veremos qué destino tendrá), el filme recién comienza a replantearse qué quiere ser. Con una escena de tono solemne e innecesariamente impostado se borra ese desparpajo que Bay también había trabajado muy bien en "Pain & Gain", esa sátira con la que "Escuadrón 6" por momento se emparienta, para luego disfrazarse de algo que no es.