LIMA.- De primera dama a los 19 años, Keiko Fujimori se acercó este domingo, a los 40, a la presidencia de Perú, que ya ocupó su padre Alberto hace tres lustros, tras ganar la primera vuelta de las elecciones del domingo pese a la pesada mochila que le dejó su progenitor.
La hija mayor del encarcelado ex Presidente Alberto Fujimori se halla a las puertas, por segunda vez en cinco años, de ganar unas elecciones que podrían convertirla en la primera mujer en gobernar Perú, aunque debe atravesar un bosque de espinas para ello. El balotaje del 5 de junio dará la respuesta.
Keiko carga con la herencia de su padre, quien en su gobierno (1990-2000) derrotó a la feroz guerrilla de Sendero Luminoso y a la hiperinflación que le dejó su antecesor Alan García. Pero ahora está preso y condenado a 25 años de cárcel como autor intelectual de dos matanzas con 25 víctimas, y por corrupción.
Impenetrable y fría, ha reconstruido su imagen pública buscando transmitir nuevos valores, como tolerancia y paciencia, en un intento de distanciarse de la imagen de autócrata de su padre, quien el 5 de abril de 1992 dio un autogolpe con el que cerró el Congreso y tomó control de las instituciones del Estado reeligiéndose dos veces.
Para perpetuar la dinastía debió vencer resistencias dentro del fujimorismo, un complejo rompecabezas conservador donde confluyen empresarios, tecnócratas del libre mercado y cuadros de clase media que sueñan con que Perú recupere con ella la senda de la seguridad ciudadana y perpetúe el crecimiento económico, cuya primera piedra le atribuyen al Alberto Fujimori de hace 25 años.
La "hija bendita"
Keiko, que en japonés significa "hija bendita", ha pasado la mitad de su vida envuelta en política, a la que ingresó contra su voluntad, según confesó en una ocasión, por una conjunción de circunstancias familiares con un signo en común: la ruptura.
En 1994, a sus 19 años, la separación de sus padres, Alberto Fujimori y Susana Higuchi, la propulsó a convertirse en primera dama, la más joven de América. Todo en medio de un trauma familiar: su madre denunció a hermanos y familiares del entonces Presidente por comercializar donaciones provenientes de Japón destinadas a personas pobres.
Aquella acusación le valió a Susana ser torturada en los servicios de inteligencia, según denunció ella misma ante el Congreso. Keiko permaneció seis años en el cargo y desde entonces carga con el pasivo y activo de un gobierno al que una vez definió como "el mejor de la historia en Perú".
Fujimori pero sin fujimorismo
Sumido en un escándalo de corrupción, su padre renunció a la presidencia en noviembre de 2000 con un fax desde Japón. Ella optó por quedarse en Perú y enfrentó acusaciones por presuntos malos manejos de fondos públicos en el pago de sus estudios en Estados Unidos. Salió limpia, y ese episodio le cimentó una imagen corajuda. Dio la batalla, cuando hasta los hermanos de su padre se convertían en prófugos de la justicia.
En 2004 se casó en Lima con el ítaloestadounidense Mark Villanella y se reconcilió con su madre, quien la acompaña en campaña. Decidida a llevar una vida de hogar y negocios, en 2006 el destino familiar se cruzó otra vez. Un viaje de Tokio a Chile acabó con su progenitor preso -por una orden de captura internacional- y con ella iniciando, otra vez por amor al padre, su carrera política como la congresista más votada de la elección ese año.
Madre de dos niñas, con esa veloz trayectoria pugnó en 2011 por la presidencia con Ollanta Humala en balotaje. Sugerir el indulto a su padre le costó la elección.
Keiko 2.0
La derrota le hizo comprender que debía desprenderse del perfil autoritario con el que se identifica al fujimorismo. Renovó progresivamente el partido, lo llamó Fuerza Popular y puso de lado al ala dura, identificada con el fujimorismo, sin romper con ellos. El maquillaje trajo caras nuevas.
"Me comprometo al respeto irrestricto del orden democrático y de los derechos humanos", dijo en un debate de los candidatos presidenciales. Hoy está cerca de volver a Palacio de Gobierno, esta vez, como presidenta.