VIENA.- Economista, ecologista, hijo de inmigrantes y un alivio para la Unión Europea. Así es visto Alexander Van der Bellen de 72 años, ex líder del partido Los Verdes que logró superar la repetición de las elecciones presidenciales frente al ultranacionalista Norbert Hofer, y se transformó en el nuevo jefe de Estado de Austria.
Van der Bellen, un político que no encaja del todo dentro de los estereotipos del ecologista clásico, con su victoria de este domingo ha logrado calmar los ánimos de los socios de la Unión Europea (UE), temerosos de que la extrema derecha se instalase en Austria.
Aún más, cuando paralelamente a su victoria se daba a conocer la renuncia del Primer Ministro italiano, Matteo Renzi, quien vio fracasar su proyecto de reforma constitucional en un plebiscito que ha puesto en la cuerda floja la institucionalidad de ese país y de la Unión Europea.
Pero su camino al triunfo no fue fácil. Para llegar a la victoria, Van der Bellen tuvo que superar un proceso que comenzó el pasado 22 de mayo, con su primer intento de ganar la presidencia del país y cuando se impuso por apenas 0,6 puntos porcentuales o 31.000 votos. Ese resultado fue invalidado poco después por el Tribunal Constitucional por irregularidades formales -aunque no por manipulaciones- en el recuento de votos.
Político poco convencional
Hijo de una estonia y de un ruso de origen holandés que escaparon de la revolución bolchevique en Rusia en 1917 para radicarse en el Tirol austriaco, Van der Bellen nació el 18 de enero de 1944 y vivió allí hasta los 33 años, antes de trasladarse a Viena, donde hizo carrera, primero en el mundo académico y luego como político.
A este último entorno ingresó recién a los 50 años y enseguida se creó la fama de ser un personaje que no encaja del todo dentro de los estereotipos de un político ecologista. Nunca se le ha visto andar en bicicleta y en el pasado declaró su amor por los autos de lujo y por el cigarro.
Es considerado un mal comunicador y con un pésimo desplante en público. Muchos aseguran que en debates y discusiones políticas nunca logró llegar a los ciudadanos y que su victoria se debe al miedo que causaba su rival en los sectores menos conservadores del país.
No obstante, el antiguo decano de la Facultad de Ciencia Económicas de Viena siempre ha sido muy valorado entre el electorado por su honestidad y moderación. Precisamente por eso, para varios analistas, es un político que representará muy bien las funciones de la presidencia austriaca, un cargo protocolario pero imbuido de prestigio y visto como una referencia ética.
Europeísta convencido y antiguo militante socialista, Van der Bellen habla de Heinz Fischer, presidente austríaco hasta julio de este año, como su modelo a seguir. Se refiere a un jefe de Estado que representa al país en el extranjero a través de una imagen "digna" y que internamente mide, de forma discreta pero firme, entre las fuerzas políticas del país.
El alivio del europeísmo
Como presidente electo, Van der Bellen dio la vuelta a los sondeos y superó lo que parecía una atmósfera propicia para el triunfo del mensaje populista del ultraderechismo, tras el triunfo del Brexit en junio pasado en el Reino Unido y la victoria electoral del republicano Donald Trump en Estados Unidos.
Ante el avance de este populismo derechista, Van der Bellen se vio obligado a presentarse no sólo como candidato progresista y experimentado, sino también como un patriota, con fuertes raíces en su Tirol natal. Uno de sus principales argumentos, de hecho, fue la advertencia de que Hofer, un conocido escéptico de la UE y de la globalización en general, podía impulsar un referéndum sobre la permanencia de Austria en el bloque europeo.
También insistió en que estas elecciones no se decidía sólo sobre qué persona ocuparía la presidencia del Estado, un cargo eminentemente protocolario, sino el futuro rumbo de Austria: integrada con su continente o bien en un lugar donde se levanten de nuevo fronteras.
Aunque la presidencia austriaca no prevé un papel activo del jefe de Estado en el día a día político, la Constitución sí le otorga la potestad de decidir a quién encarga la formación del gobierno, sin obligación de optar por el líder del partido más votado. En ese sentido, Van der Bellen ha asegurado que, si ganaba, haría todo lo posible para no encargarle nunca al FPÖ ultraderechista la formación de un nuevo Ejecutivo, ni siquiera en caso de una victoria en las urnas.
De esta forma, se transformó en el gran respiro para los grandes líderes europeos, que ven con temor la expansión un populismo antisistémico y eurocéptico pues podría amenazar la estabilidad institucional en Europa.