SANTIAGO.- Las imágenes, movidas producto del tembloroso pulso de quien sostiene el celular, muestran a un hombre de barba gris que permanece impávido. Lleva un largo abrigo negro sobre una camisa blanca mientras sus verdugos, que lo mantienen atado, lo hacen subir por una escalera. Con su rostro casi inexpresivo, recibe en su cuello una cuerda, cuyo nudo es ajustado por sus verdugos. En el video, se escucha el rezo islámico y a continuación el cuerpo cae.
Al amanecer del sábado 30 de diciembre de 2006 en Bagdad,
murió en la horca el ex Presidente iraquí, Saddam Hussein, tras ser declarado culpable por la muerte y tortura de 148 opositores chiíes en 1982. También fue juzgado por el "genocidio" del pueblo kurdo y otros "crímenes contra la humanidad" y "crímenes de guerra" cometidos durante su dictadura.
A diez años de su muerte, Irak sigue dividido y sumido en el caos. Las dos décadas en que el gobernante suní estuvo al frente del país estuvieron marcadas por una fuerte represión y tres guerras, que dejaron varias cicatrices que aún se mantienen abiertas, pero que se diluyen con la irrupción del terrorismo del Estado Islámico (EI).
La caída
Multitudes en todo el país celebraron la caída de quién consideraban el mayor tirano que había tenido el país de Medio Oriente. "La Justicia ejecutó la pena de muerte en nombre del pueblo", dijo con tono satisfecho el jefe de Gobierno, Nuri al Maliki, tras la ejecución.
En sus 24 años al poder, Hussein reprimió brutalmente a sus adversarios e incluso llegó a utilizar gases tóxicos contra la población para disipar cualquier tipo de oposición a su gobierno. Entró en guerras contra Irán (1980-1988) y en la del Golfo (1990-1991), dos conflictos devastadores, y provocó duras sanciones internacionales contra su país.
El 9 de abril de 2003, con el entonces Presidente George W. Bush, EE.UU. lideró la denominada "coalición de la voluntad”, con la que invadió Irak y acusó a Hussein de ser un patrocinador del terrorismo internacional. El líder iraquí fue derrocado y posteriormente hallado en diciembre de 2003, mientras permanecía escondido cerca de su ciudad natal Tikrit.
Quien alguna vez había sido un poderoso dictador, ahora se había convertido en un viejo hombre derrumbado. Un tribunal lo condenó a muerte el 5 de noviembre de 2006 por la masacre en la localidad chiita de Dudschail en julio de 1982. "Era un hombre quebrado, tenía miedo", relató el asesor de seguridad nacional de Irak, Mowaffak al Rubaie.
Tras su muerte, la sociedad iraquí encontró alivio y vislumbró la posibilidad de que su país, castigado por tantos años, pudiera iniciar un nuevo camino por medio de la democracia. Sin embargo, la esperanza resultó ser engañosa. La invasión liderada por EE.UU., el conflicto religioso y la posterior ofensiva del EI, sumieron a la población en una aflicción permanente. Por ello, en las calles, a pesar de que la imagen del "tirano" genera rechazo, muchos atenúan el recuerdo de la represión que puso en marcha entre 1979 y 2003.
Nostalgia por Saddam
En su tienda de Bagdad, Anuar vende fotos, fundas de pistola o sellos con la efigie de Saddam Hussein, una forma de mantener el recuerdo del fallecido dictador que, según él, "sabía cómo controlar el país".
Aunque algunos consideran que su negocio es controvertido, muchos comparten la sed de seguridad de Anuar. La inestabilidad política en el país y el caos que provocó la aparición del EI, que conquistó amplios territorios en el norte de Irak en 2014, también ha alimentado el sentimiento de añoranza por el antiguo régimen.
"La situación tan difícil en Irak estos días y la mala administración de los Gobiernos desde 2013 han provocado que el pueblo eche de menos la época de Sadam y la consideren como días de riqueza", comentó Nayi Ibrahim, ex miembro del partido disuelto Al Baaz, que lideraba Husein, según consigna EFE. Agrega que la nostalgia por la época del dictador, según Nayi, "no es porque Sadam fuera un ángel, sino porque los que gobernaron después de su época causaron caos, deterioro de la seguridad, pobreza, desempleo y aumento del sectarismo".
En 2015, Irak se situó en el puesto 161 (de 168) del barómetro mundial de la corrupción elaborado por la ONG Transparencia Internacional, y el Primer Ministro, Haider al Abadi, es criticado constantemente por sus dificultades para concretar las reformas prometidas.
"Obviamente Saddam era un dictador pero había seguridad. Hoy no tenemos ni dinero ni trabajo, sólo destrucción", dice por Hassan, de 71 años, mientras fuma una pipa en un café de Bagdad. Principalmente entre los sunitas, el entonces dictador sigue teniendo muchos adeptos. Miembros de su partido, Baath, se unieron al EI, alianza que hace posible el éxito de la milicia terrorista en el país, y que genera una rencilla religiosa a muerte con el grupo gobernante, los chiitas.
Así, Saddam Hussein, a una década de su muerte, sigue siendo tan odiado como venerado y sin duda que su imagen, buena o mala, logra sobrevivir a su última gran rival, la horca.