SANTIAGO.- Con un "Bienvenidos a Iraq", un taxista saluda a los clientes en el aeropuerto de Vitória, en el sureste de Brasil, adelantando el clima hostil que se vive en la ciudad debido a la huelga iniciada el sábado por la Policía Militarizada y que ha dejado casi 100 asesinatos.
Con algo más de 350 mil habitantes, Vitória, la capital del estado de Espirito Santo, es una tranquila ciudad que raramente aparece en los medios nacionales y que la huelga de policías ha llevado a las primeras páginas de los diarios.
Pasearse estos días por el pueblo es hacerlo por una ciudad fantasma, en la que prácticamente todos los comercios están cerrados, no hay transporte público y apenas se encuentran personas en la calle.
"Durante la noche, la cosa se pone muy fea. Es una situación muy tensa", comenta Rodrigo, un joven de 24 años, en la cola de un supermercado.
Desde que la policía inició una huelga, al menos 90 personas han sido asesinadas en el estado, mientras que centenares de tiendas han sido saqueadas.
La policía militar se retiró de las calles el sábado en protesta por las condiciones laborales y la congelación de salarios, y, dado que por su estatus están asimilados al Ejército no pueden hacer huelga, sus familiares bloquean los cuarteles para justificar que la paralización de la actividad de los agentes.
Presencia militar
Sin la presencia de la Policía Militarizada en las calles, el Gobierno regional se vio obligado a pedir ayuda a Brasilia, que envió 1.200 militares y miembros de la Fuerza Nacional.
Pero su presencia no ha logrado acabar con la ola de violencia y la confusión y los empresarios con recursos han optado por pagar su propia seguridad y han contratado a policías civiles para que vigilen sus establecimientos.
"Hacemos turnos de siete horas, y cobramos cerca de 500 reales por día (unos 160 dólares)", explica uno de ellos, dejando claro que no quiere ser ni filmado ni fotografiado.
"Ni nos han llamado para conversar, han dado la espalda a los funcionarios públicos", explicó.
"Esto es un caos. Estamos aquí porque necesitamos el dinero, cuando deberíamos estar en casa con nuestras familias, pero con lo poco que cobramos, es imposible vivir", agrega.
Uno de sus compañeros se lamenta porque hace "un trabajo que tendría que hacer el Gobierno, pero estamos a merced de una política barata y corrupta, no sólo en Espirito Santo, sino en todo Brasil".
"Brasil está fallido, son tantos robos que el país está a merced de cualquier acontecimiento como este o más grave", advierte.
Críticas y tensión
Todas las críticas se dirigen hacia el gobernador, Paulo Hartung, del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), el mismo del Presidente Michel Temer y quien tras ocho años en el cargo fue reelegido a finales de 2014.
"¿Dónde está el gobernador, dónde está el gobernador?", cantan varias de las esposas de policías militarizados delante del cuartel del cuerpo en Vitória.
Los familiares mantienen un clima de colaboración que sólo se rompe ante las protestas de grupos de ciudadanos que se acercan para reclamar que los policías vuelvan a su actividad.
"Vengan a nuestro lado, pueblo! Necesitamos a la policía en las calles. A él, Paulo Hartung, le da igual porque ya tiene sus guardaespaldas para protegerle", grita una mujer desde un camión utilizado como tarima en la puerta del cuartel.
Más adelante, otro grupo de mujeres también protesta: "Es una vergüenza, que vuelvan a trabajar! Son sueldos públicos, nos han abandonado".
La tensión entre las familias de los policías y los ciudadanos contrarios a la huelga se olvida cuando desde el camión se pide "una oración" para encontrar una solución y rápidamente se forma un cordón con decenas de personas que rezan para que termine un conflicto que podría empeorar si la Policía Civil se suma a la huelga.