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Costa Rica elige a su nuevo Presidente en unas elecciones con pronóstico incierto

Los ciudadanos del país centroamericano deberán decidir entre Fabricio Alvarado y Carlos Alvarado, dos candidatos con propuestas e ideologías absolutamente opuestas.

01 de Abril de 2018 | 08:29 | Redactado por Ramón Jara A., Emol/Reuters
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Fabricio Alvarado (izquierda) y Carlos Alvarado. Uno de ellos será el próximo Presidente de Costa Rica.

AFP
SANTIAGO.- Este domingo, más de tres millones de personas están habilitadas para votar en la segunda vuelta presidencial y así elegir al próximo gobernante, en unos comicios marcados por la incertidumbre respecto de qué va a pasar.

Son dos los candidatos que aparecen en la papeleta, el predicador evangélico Fabricio Alvarado y el periodista y ex ministro Carlos Alvarado. Se trata de dos aspirantes que, al principio de la campaña, ni siquiera asomaban como opciones claras para llegar a segunda vuelta, pero que sorprendieron en la primera vuelta el pasado 4 de febrero.

Por un lado, Fabricio Alvarado Muñoz, del derechista Restauración Nacional, registraba sólo un 3% de adhesión en las encuestas un mes antes de los comicios. Sin embargo, necesitó sólo de ese periodo para subir más de 20 puntos y quedarse con el primer lugar en la elección, registrando el 25% de los sufragios.

En tanto, Carlos Alvarado Quesada, del oficialista Acción Ciudadana (centroizquierda), nunca apareció en las encuestas como una de las opciones para llegar al balotaje. Asimismo, debió lidiar con la sombra del Presidente Luis Guillermo Solís y los casos de corrupción de su Gobierno. Con todo, venció todos los pronósticos y quedó en el segundo lugar en los comicios, con el 21,6% de los votos.

Ahora, los pronósticos son muy cerrados y no vaticinan qué podría ocurrir este domingo. Así, mientras unas encuestas dan la ventaja al ex diputado conservador, otros muestran un empate técnico con el periodista.

La diferencia en temas valóricos

Ambos Alvarado, que no son familia, pasaron inesperadamente al balotaje por sus posiciones enfrentadas sobre el matrimonio igualitario, tema que irrumpió en la campaña por un dictamen de la Corte Interamericana de Derechos Humanos pidiendo a Costa Rica equiparar los derechos de las parejas del mismo sexo.

La brecha que abrió ese debate se amplió hasta polarizar agriamente la elección entre un sector ultraconservador, cuyas creencias marcan su agenda política, y otro progresista, cuyos planteamientos a veces van contra el sentir de la mayoría.

"Esta división, esta guerra que se ha dado en distintos ámbitos (...) ha golpeado al país y el país no quiere eso", dijo en el último debate Fabricio Alvarado Muñoz, de 43 años, quien construyó su campaña en torno a la defensa de los valores tradicionales y la familia.

Su contendor, periodista y politólogo de 38 años, le respondió que fueron "sus posiciones homofóbicas las que dividieron al país", donde siete de cada 10 habitantes se declaran conservadores y religiosos.

Los ataques mutuos por llevar la religión a la arena electoral por primera vez desde finales del siglo XIX opacaron temas críticos para el país, como el creciente déficit fiscal, la baja creación de empleo y las cifras récord de crimen.

Dos países

Esta elección también ha hecho más evidentes que nunca los dos países que conviven en Costa Rica: Uno urbano, joven y profesional que pide a sus políticos que lideren un cambio de mentalidad; y otro rural, adulto y concentrado en las zonas deprimidas de la costa que se apega a sus tradiciones.

Alvarado Muñoz ha prometido que luchará contra la instauración del "estado laico" y la "ideología de género", con planes de eliminar la educación sexual de las escuelas y restringir el acceso al aborto legal, además de proponer subir las penas por corrupción y "mano dura" contra la delincuencia.

El aspirante no ha dado detalles sobre cómo enfrentará la crisis fiscal o la pobreza, y su proyecto de reunir a las "mejores mentes" desató las críticas de sus adversarios, que lo acusan de no estar calificado para dirigir al país.

Por su parte, Alvarado Quesada ha tenido que esquivar las acusaciones de corrupción que han salpicado a su partido y presentó un detallado plan para reducir a la mitad el déficit público, dar asistencia social al 20 por ciento de las familias pobres del país y luchar por los derechos de las minorías.

Pero sus críticos le echan en cara que el mandato de su aliado Luis Guillermo Solís, quien por ley no puede aspirar a la reelección presidencial inmediata, incumplió las promesas de cambio que hizo cuando le arrebató el poder al bipartidismo en 2014.

Ahora, ambos candidatos se someterán al escrutinio público, en una elección donde la alta tasa de indecisión y el fantasma de la baja participación rondarán las salas de votación.
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