El objetivo era culminar la guerra y en 78 días lo lograron, aunque no fueron pocos los que
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Aceptar los riesgos
Hecha la orden, el ataque comenzó. Se mantenía una esperanza: consistía en que el Presidente de Yugoslavia, Slobodan Milosevic, mostrara una "señal muy contundente" para seguir negociando, pero no eran muchas las expectativas.
De hecho, también había fracasado una segunda reunión entre el líder yugoslavo y el emisario de EE.UU., Richard Holbrooke, por lo que ya estaba tomada la decisión; mientras que en suelos serbios, el Primer Ministro, Momir Bulatovic, les advertía por televisión a sus ciudadanos que estaban en un "peligro de guerra inminente", la ofensiva estaba en marcha.
Aquella noche de miércoles, los cazas de las Fuerza Armadas españolas F/A-18 Hornet fueron los primeros en hacer caer sus misiles en Belgrado. El ataque fue progresando con la incursión de más de 1.000 aviones que estuvieron operando desde bases aéreas en Italia y Alemania, y el portaaviones USS Theodore Roosevelt, todo esto, bajo el accionar de una guerra "no declarada" en la que EE.UU., bajo la presidencia de Bill Clinton, fue protagonista.
"Los riesgos que conlleva el actuar hay que sopesarlos frente a los riesgos que suponen el no actuar"
Bill Clinton, Presidente de EE.UU.
"Los riesgos que conlleva el actuar hay que sopesarlos frente a los riesgos que suponen el no actuar", fueron las palabras del entonces Presidente norteamericano. Ante estas declaraciones, los gobiernos de Rusia y China rechazaron tajantemente la decisión de la OTAN.
Fueron 78 días de bombardeos, donde murieron 462 soldados yugoslavos y dos estadounidenses y se buscó destruir las defensas antiaéreas yugoslavas y varios otros objetivos militares. Los ataques se realizaron desde al aire para rebajar el número de víctimas de civiles, aunque de todos modos, produjo una importante destrucción en las ciudades.
Del bombardeo a la firma del acuerdo
Cuatro días después del ataque, el diario español El País recorrió las calles de Belgrado, constatando la difícil situación en que se encontraba: falta de gasolina, escasa circulación del transporte público, resplandores continuos ante explosiones y personas refugiadas.
"Somos un pueblo pequeño y hospitalario, ¿por qué nos tiran bombas?", mencionaba un empleado a la publicación española. "Todos decían que yo era un traidor. Ahora, cuando esa gente lo critica, yo lo defiendo para provocarlos", decía un quiosquero haciendo mención a Milosevic. "Todo esto me parece un sueño y pienso que tal vez mañana despertemos y la pesadilla pase", pensaba un joven que transitaba por las calles, en un conjunto de comentarios que podían reflejar el pensamiento común del pueblo yugoslavo.
Miles de bombas cayeron en este periodo desde los aires de Belgrado, que fueron suficientes para que el 10 de junio, el consejo de Seguridad de la ONU aprobara la
resolución 1.244 que ponía fin a los ataques y que establecía que Kosovo pasaría a estar bajo una administración provisional internacional, mientras las tropas serbias abandonarían la zona.
A pesar de que se logró el objetivo, aún persisten las críticas a la OTAN por las decisiones tomadas durante la operación. Una fue seguir con ella pese al rechazo del Consejo de Seguridad de la ONU, pero quizás el daño más destacado fue "el trágico error" de bombardear la Embajada china en Belgrado, donde murieron cuatro personas, en un hecho que fue calificado por el Gobierno asiático como un "crimen de guerra".
Ya han pasado 20 años del ataque, pero este no se deja de comentar. Mientras que el ministro de RR.EE. de Rusia, Serguéi Lavrov, aseguró que Occidente no "aprendió nada (de los bombardeos)", Kosovo desde 2008 goza de su declaración de independencia, pero las esquirlas del conflicto persisten: Serbia sigue sin reconocerlo, al igual que potencias como Rusia y China.