Hace exactamente dos años que Emmanuel Macron asumió el liderazgo de Francia. Joven, con una sonrisa cautivadora, un Parlamento afín y un largo listado de reformas, el ex ministro de Economía llegó al Palacio del Elíseo sacudiendo la escena política francesa bajo la promesa poner fin a las anticuadas prácticas que gobernaban al país.
Sin embargo, a 24 meses de su investidura, ha debido frenar sus ambiciosos planes ante el arribo de la crisis de los chalecos amarillos, en noviembre del año pasado, y de una serie de conflictos al interior de su Gobierno que han gatillado un descenso en su popularidad.
Según una encuesta de la firma BVA publicada en abril, el 32% de los franceses tiene una opinión favorable del Presidente, su nivel más alto desde que se desataron las manifestaciones. Desgastado por meses de protestas y la falta de resultados tangibles, Macron ha caído en la "maldición" de los dos años que afecta a los presidentes franceses.
Para su pesar, su repunte debe ser rápido y magnánimo si es que no quiere perder ante la ultraderecha unas elecciones europeas que se prevén, por sobretodo, como un plebiscito sobre el Mandatario galo.
Crisis y reformas dormidas
Durante los últimos meses, el Gobierno de Macron ha debido lidiar con tres graves problemáticas que lo han obligado a dejar en modo de espera a sus tan anheladas reformas: el caso Benalla, desatado cuando su jefe de seguridad fue grabado golpeando a manifestantes; la renuncia de los ministros de Medio Ambiente, Nicolas Hulot, y de Interior, Gerad Collomb, dos de los pilares de su Ejecutivo, y las manifestaciones de los chalecos amarillos.
Hasta que estos sucesos irrumpieron de lleno en su gobierno, el Presidente se había enfocado en impulsar su cambio a la ley laboral, reforzar el arsenal antiterrorista y endurecer la política migratoria. También logró algunos avances, aunque tímidos, a nivel económico: el descenso del desempleo de un 9,5% (abril 2017) a un 8,8% (enero 2019) y un crecimiento estable, según consigna el diario ABC.
Sin embargo, medidas como la supresión del impuesto a las grandes fortunas y los mismos coletazos de su reforma laboral - que aprobó por decreto - terminaron contribuyendo a su baja en la aprobación y a que fuera criticado por prácticas clientelistas. Una encuesta del instituto Odoxa publicada en diciembre aseveró que el 74% de los franceses lo considera "presidente de ricos".
Macron terminó abandonando silenciosamente varias de sus iniciativas clave, como su cambio al sistema de pensiones. La más notoria, no obstante, fue la reforma a la función pública, con la que pretendía transformar la oxidada burocracia institucional de Francia. Un proyecto tan radical que comprometía la eliminación de 120.000 puestos de funcionarios públicos.
Sin embargo, según ABC, la medida, que el Parlamento acaba de comenzar a discutir y votará a finales de este mes, terminó siendo un mero "maquillaje" y muy lejano a aquella transformación que prometió. Su propuesta drástica, que causaría controversia política, no le venía nada bien en medio de las protestas.
Así, tras seis meses de convulsión social, el jefe del Elíseo se dedicó más bien a entregar
concesiones presupuestarias y a impulsar su "Gran Debate", con el fin de disminuir el enfado colectivo. Cuando parecía que la tensión disminuyó, el Presidente retomó parte de sus iniciativas y reveló una batería de reformas, que incluía un recorte de impuestos y el cierre de la elitista Escuela Nacional de Administración (ENA).
"Quiero una bajada para quienes trabajan reduciendo significativamente el impuesto sobre los ingresos", declaró el 25 de abril en su primera conferencia de prensa en Francia. Aunque dijo haber "escuchado" las "inquietudes" de los chalecos amarillos sobre la "injusticia social", se mostró determinado a seguir adelante. "Las medidas no han sido lo suficientemente rápidas, humanas, radicales, pero creo profundamente que han sido justas (…) las transformaciones que están en curso y las que son esenciales para nuestro país no deben ser detenidas".
Pero para el politólogo francés Jérôme Sainte-Marie, Macron parece haber perdido esta partida. "Una promesa fundamental del proyecto 'macroniano' era dar a las reformas liberales de inspiración europea una amplia base social y política. Esta apuesta se ha perdido. Pese a los refuerzos venidos de la derecha y de la izquierda, ha retomado la impopularidad de sus predecesores", afirmó en el diario Le Figaro.
Desafío "elecciones europeas"
Además de sus ambiciones internas, Macron puso en su línea de prioridades el renacer de la Unión Europea (UE). Cuando asumió sus funciones lo hizo con un discurso europeísta y lleno de propuestas para el futuro del bloque. Incluso se hablaba de una "primavera europea" que se sobrepondría al auge de los populismos euroescépticos.
Pero a dos años de su investidura, su gestión no ha dado los frutos que él esperaba. Su propuesta refundacional tropezó con las dificultades políticas y electorales que su aliada alemana, la Canciller Angela Merkel, debió enfrentar para apoyarlo. Finalmente, sus intenciones de crear un presupuesto para la zona euro solo lograron un pactar un acuerdo mínimo.
Ahora, en la misma arena comunitaria, un desgastado Macron deberá poner sus fuerzas en el
desafío de las elecciones para el Parlamento Europeo del 26 mayo. Especialmente cuando la percepción generalizada es que el Mandatario se juega la vida en un plebiscito encubierto. "Es obvio que es un test nacional y europeo para Macron", afirmó a la emisora RFI
Stéphane Séjourné, director de campaña de En Marcha, partido del Presidente.
Según el último sondeo del instituto Ifop, En Marcha y Reagrupación Nacional, liderado por la ultranacionalista Marine Le Pen, empatarían con un 22,5%. "El riesgo que corre Macron (…) es que Le Pen le dirá durante lo que le queda de mandato que no tiene la legitimidad de los franceses y que la próxima presidenta de Francia será ella", afirmó el politólogo Christian Lequesne al portal español El Periódico.
Más allá de lo vital que serán los resultados de las elecciones, Emmanuel Macron continuará gobernando Francia por tres años más. Lo hará con una sólida mayoría en el Congreso y una oposición que todavía lucha por recomponerse. Ahora, solo le resta seguir en pie ante una crisis "amarilla" que, aunque apaciguada, no ha finalizado del todo, y retornar a aquellos planes que el 14 de mayo de 2017 planeaba impulsar a toda costa.