"20H/501Y.V2.", "VOC 202012/02." y "B.1.351." Ésos fueron los nombres que los científicos propusieron para una nueva variante del SARS-CoV-2 que se identificó en Sudáfrica. Las secuencias de letras, números y puntos son muy significativas para los científicos que las idearon, pero ¿cómo se supone que el resto de la población lo retenga? Incluso la más fácil de recordar, B.1.351, sería un linaje completamente diferente del virus si se omite o se pone mal un solo punto.
Las convenciones de denominación de los virus estaban bien cuando las variantes eran tema de los investigadores. Pero ahora son fuente de ansiedad para millones de personas, que necesitan nombres fáciles de pronunciar, sin estigmatizar a los lugares asociados a ellos.
"Lo difícil es encontrar nombres que sean distintos, que sean informativos, que no impliquen referencias geográficas y que sean pronunciables y memorables"
Emma Hodcroft, epidemióloga molecular Universidad de Berna
"Lo difícil es encontrar nombres que sean distintos, que sean informativos, que no impliquen referencias geográficas y que sean pronunciables y memorables", señala Emma Hodcroft, epidemióloga molecular de la Universidad de Berna, en Suiza. "Parece algo sencillo, pero en realidad es una gran exigencia tratar de transmitir toda esta información", agrega.
La solución, según ella y otros expertos, es idear un sistema único que pueda utilizar todo el mundo, pero vincularlo a los más técnicos en los que se basan los científicos.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) convocó a un grupo de trabajo a decenas de expertos para idear una forma sencilla y escalable de hacerlo. "Este nuevo sistema asignará a las variantes preocupantes un nombre que sea fácil de pronunciar y recordar, y también minimizará los efectos negativos innecesarios en las naciones, las economías y las personas", indicó la OMS. "La propuesta de este mecanismo está siendo revisada por socios internos y externos antes de su finalización", detalló.
Según dos miembros del grupo de trabajo, el principal candidato de la OMS hasta ahora es muy sencillo: numerar las variantes en el orden en que fueron identificadas: V1, V2, V3 y así sucesivamente.
"Existen miles y miles de variantes y necesitamos alguna forma de etiquetarlas", explica Trevor Bedford, biólogo evolutivo del Centro de Investigación del Cáncer Fred Hutchinson de Seattle y miembro del grupo de trabajo.
Del "cólera indio" al "virus chino": El riesgo de estigmatizar a un territorio
Poner nombre a las enfermedades no siempre ha sido tan complicado. La sífilis, por ejemplo, procede de un poema de 1530 en el que un pastor, Syphilus, es maldecido por el dios Apolo. Pero el microscopio compuesto, inventado alrededor de 1600, abrió un mundo oculto de microbios, lo que permitió a los científicos empezar a darles nombres según sus formas, señala Richard Barnett, historiador de la ciencia en Gran Bretaña.
"Si no se consigue algo que la gente pueda decir y teclear con facilidad, y recordar con facilidad, volverán a utilizar el nombre geográfico"
Trevor Bedford, biólogo evolutivo del Centro de Investigación del Cáncer Fred Hutchinson
Aun así, el racismo y el imperialismo se infiltraron en los nombres de las enfermedades. En el siglo XIX, cuando el cólera se extendió desde el subcontinente indio a Europa, los periódicos británicos empezaron a llamarlo "cólera indio", representando la enfermedad como una figura con turbante y túnica. "Muy a menudo, la denominación puede reflejar y extender un estigma", dijo Barnett.
En 2015, la OMS publicó las mejores prácticas para nombrar las enfermedades: evitar lugares geográficos o nombres de personas, especies de animales o alimentos, y términos que inciten a un miedo indebido, como "mortal" y "epidemia".
Los científicos emplean al menos tres sistemas de nomenclatura que compiten entre sí —Gisaid, Pango y Nextstrain—, cada uno de los cuales tiene sentido en su propio mundo.
"No se puede rastrear algo que no se puede nombrar", señala Oliver Pybus, biólogo evolutivo de Oxford que ayudó a diseñar el sistema Pango.
No usar la "variante sudafricana" o la "cepa británica"
Los científicos dan nombre a las variantes cuando los cambios en el genoma coinciden con nuevos brotes, pero solo llaman la atención sobre ellas si hay un cambio en su comportamiento: Si se transmiten más fácilmente, por ejemplo B.1.1.7, la variante del coronavirus observada por primera vez en Gran Bretaña; o si eluden, al menos en parte, la respuesta inmune, como B.1.351, la variante detectada en Sudáfrica.
En las letras y dígitos mezclados hay pistas sobre la ascendencia de la variante: La "B.1", por ejemplo, denota que está relacionada con el brote de Italia de la primavera pasada. (Una vez que la jerarquía de las variantes se vuelve demasiado profunda para dar cabida a otro número y punto, las más nuevas reciben la siguiente letra disponible por orden alfabético).
Pero cuando los científicos anunciaron que una variante llamada B.1.315 —dos dígitos menos que la variante observada por primera vez en Sudáfrica— se estaba propagando en Estados Unidos, el ministro de Sanidad sudafricano "se confundió bastante" entre ésa y la B.1.351, señala Tulio de Oliveira, genetista de la Escuela de Medicina Nelson Mandela de Durban y miembro del grupo de trabajo de la OMS. "Tenemos que idear un sistema que no solo los biólogos evolutivos puedan entender", afirma.
Sin alternativas fáciles a la mano, se ha recurrido a llamar a la B.1.351 "la variante sudafricana". Pero de Oliveira pide evitar ese término. Basta recordar que al mismo coronavirus se lo llamó "virus de China" o el "virus de Wuhan", alimentando la xenofobia y la agresión contra las personas de origen asiático en todo el mundo.
Los daños pueden ser lo suficientemente grandes como para disuadir a algunos países de dar a conocer cuando se detecta un nuevo patógeno dentro de sus fronteras.
Además, los nombres geográficos también quedan rápidamente obsoletos: la B.1.351 se encuentra ahora en 48 países, por lo que llamarla "variante sudafricana" es absurdo, añade de Oliveira.
Centrarse en nombrar solo las variantes importantes
En las últimas semanas, proponer un nuevo sistema para denominar las variantes se ha convertido en una especie de deporte para espectadores. Algunas de las sugerencias para inspirarse en nombres: huracanes, letras griegas, pájaros, nombres de otros animales y monstruos locales.
Áine O'Toole, estudiante de doctorado de la Universidad de Edimburgo que forma parte del equipo de Pango, sugirió colores para indicar cómo se relacionaban las diferentes constelaciones de mutaciones. "Podrías acabar con un rosa empolvado o magenta o fucsia", dijo.
V1, V2, V3...Numerar las variantes en el orden en que fueron identificadas sería el principal candidato de la OMS
El sistema de numeración que la OMS está considerando es sencillo. Pero cualquier nuevo nombre tendrá que superar la facilidad y simplicidad de las etiquetas geográficas para el público general. Y los científicos tendrán que encontrar un equilibrio entre etiquetar una variante con la suficiente rapidez para evitar los nombres geográficos y con la suficiente cautela para no acabar dando nombres a variantes insignificantes.
"Lo que no quiero es un sistema en el que tengamos una larga lista de variantes, todas con nombres de la OMS, pero en realidad solo tres son importantes y las otras 17 no", señala Bedford.
Cualquiera que sea el sistema que se elija al final tendrá que ser aceptado por diferentes grupos de científicos y por el público en general. "A menos que uno de ellos se convierta realmente en una especie de lengua franca, eso hará que las cosas sean más confusas", dijo Hodcroft. "Si no se consigue algo que la gente pueda decir y teclear con facilidad, y recordar con facilidad, volverán a utilizar el nombre geográfico", advierte.