Se cumplieron esta semana 60 años del inicio del Mundial de Fútbol de Chile 1962 y los recuerdos de aquel mítico evento se han multiplicado por montones. Futboleros y no futboleros han rememorado lo que fue sin duda un acontecimiento histórico a nivel deportivo, social y cultural. Revisar aquellos documentos, fotos o videos nos transporta a un momento importante no solo a nivel local, sino también planetario. Una época que, ciertamente, ahora no existe.
Por ejemplo, por más que quisiéramos, sería imposible reeditar en estos tiempos la final entre Brasil y Checoslovaquia, ganada por el equipo sudamericano. La razón es clara: el país subcampeón de ese Mundial ya no existe y, más aún, no es el único de los participantes de aquel torneo cuyo nombre ya no aparece en el mapa tal como se conocía en ese entonces.
Aparte de la nación europea ya mencionada, otros tres países tampoco podrían decir presente si es que se quisiera hacer un Mundial con los mismos equipos de 1962:
Yugoslavia, la Unión Soviética (URSS) y Alemania Federal (RFA). Los dos primeros se disolvieron hace tres décadas y el otro logró la reunificación con la República Democrática Alemana (RDA) tras años de división.
Para entender este fenómeno hay que tener claro el contexto. El Mundial de Fútbol de Chile se realizó en plena Guerra Fría, con la Unión Soviética y Estados Unidos como actores principales que libraban luchas culturales en distintos ámbitos, como la carrera espacial que un año antes había marcado un hito con el primer vuelo tripulado, liderado por Yuri Gagarin.
Este Mundial, entonces, fue una radiografía del contexto actual. Las selecciones de Yugoslavia, la URSS y Checoslovaquia formaban parte del núcleo soviético, que entre sus postulados destacaba la promoción de la ideología a través de la ciencia, la cultura y el deporte.
El escenario
El año 1962 fue escenario de varios momentos decisivos. Estados Unidos era liderado por el Presidente John Kennedy, mientras que en el Kremlin el gobernante era Nikita Kruschev. Ambos mandatarios buscaban establecer su influencia en el resto del mundo, y es ahí donde Latinoamérica juega un rol fundamental.
Con la Revolución Cubana en su máximo esplendor, tanto estadounidenses como soviéticos veían con atención el devenir de la región. Por un lado, Moscú afianzaba sus lazos con el Gobierno de Fidel Castro, con hechos como la firma el 9 de enero de 1962 de un protocolo para el intercambio comercial de 60 millones de dólares.
Por otro lado, Kennedy veía con mucha preocupación esta intensa relación a unos cuantos kilómetros de distancia. Fue así como el 3 de febrero de 1962 ordenó un embargo económico a Cuba que perdura hasta el día de hoy.
Del mismo modo, la Casa Blanca no quería descuidarse del resto de Latinoamérica, por lo que en 1961 ya había impulsado la llamada
Alianza para el Progreso, un programa de ayuda económica y social aprobado por todos los países de la OEA, salvo Cuba, que tenía como objetivo, entre otras cosas, "mejorar las condiciones sanitarias, ampliar el acceso a la educación y la vivienda, controlar la inflación e incrementar la productividad agrícola mediante la reforma agraria", según remarca el sitio Memoria Chilena.
Con la Revolución Cubana como hecho reciente, Latinoamérica vivía días agitados. Los movimientos sociales tomaban cada vez más fuerzas con demandas como los derechos laborales y agrícolas, en países donde los índices de pobreza eran extremadamente altos.
Esto incluso era detallado por el periodista italiano Corrado Pizzinelli, enviado especial a Chile para el Mundial que mostraba su impacto por la realidad nacional y lo lejos que estaba del escenario europeo. En un artículo llamado "La infinita tristeza de la capital chilena", el reportero señalaba que Santiago "es el símbolo triste de uno de los países subdesarrollados del mundo y afligido por todos los males posibles: desnutrición, prostitución, analfabetismo, alcoholismo, miseria... Bajo esos aspectos, Chile es terrible y Santiago su más doliente expresión, tan doliente que pierde en ello sus características de ciudad anónima".
Batalla cultural
La Unión Soviética llegaba a Chile como el último campeón de Europa. Liderado por Lev Yashin (considerado el mejor arquero de la historia), el conjunto era uno de los favoritos a quedarse con la copa. Pero el combinado no vino solo. Como parte de este intento de posicionamiento cultural, Moscú envió al ballet Berioshka, que se presentó con mucho éxito en los escenarios capitalinos.
Este hecho encendió las alarmas en Washington, según detalla el periodista Enrique Corvetto en su libro "1962, los secretos del mundial imposible". Pese a no haber clasificado al Mundial, Estados Unidos no quería dejar pasar la oportunidad y, ante el impacto de la visita del ballet soviético, decidió contrarrestar.
Fue así como el 1 de junio de 1962, dos días después de la inauguración del Mundial de Fútbol, aterrizaba en Santiago Louis Armstrong, músico leyenda del jazz y con una inmensa popularidad a nivel mundial. En su llegada al aeropuerto, el trompetista estadounidense protagonizó una de las imágenes ícono de la cultura pop nacional, ataviado con un poncho y un sombrero de huaso.
Corvetto cuenta que Armstrong hizo dos shows en Chile. El primero fue en una carpa de circo arrendada en Santiago que justo coincidió con el partido entre Chile e Italia (la llamada "Batalla de Santiago"), por lo que no tuvo mucho público; mientras que la segunda presentación se hizo en Valparaíso. El afamado jazzista dejó el país el 3 de junio.
Mientras, los ojos del país estaban puestos en el fútbol, donde los equipos de la órbita soviética tuvieron destacadas presentaciones: Checoslovaquia fue subcampeón, Yugoslavia se quedó con el cuarto lugar y la URSS perdió con Chile en cuartos de final.
Terminó el torneo y la tensión seguía. Cuatro meses después, se desató la llamada "Crisis de los Misiles", luego de que EE.UU. detectara la presencia en Cuba de misiles nucleares de mediano alcance de la Unión Soviética, un conflicto que finalmente se solucionó por la vía diplomática.
De eso ya han pasado seis décadas. El mundo ha cambiado, pero algunas tensiones, al parecer, perduran.