Lukashenko, al que el presidente ruso, Vladímir Putin, apoyó en su momento de más necesidad, respondió involucrando directamente a su país en la “operación militar especial” rusa en Ucrania.
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Antes y durante el conflicto Minsk permitió al Ejército ruso el empleo de sus bases militares, trenes, carreteras, aeródromos, además de servicios sanitarios y las cadenas de suministro de alimentos.
“El propio Lukashenko admitió que 20.000 soldados rusos avanzaron hacia Kiev desde territorio bielorruso en los primeros días de la guerra”, resalta.
El alto representante de la UE para Asuntos Exteriores, Josep Borrell, acusó la víspera al régimen de Lukashenko de convertirse en cómplice de la “injustificada guerra de agresión contra Ucrania” contra la voluntad "de la mayoría de bielorrusos".
Y llamó a Minsk a dejar de colaborar con el esfuerzo bélico ruso, lo que incluye servir de plataforma de lanzamiento de misiles.
Latushko denuncia que “Lukashenko está teniendo un mínimo de responsabilidad por su complicidad en la agresión”.
“Es un error estratégico de EE.UU. y Occidente, en general. Había que haber castigado con mucha más severidad al régimen bielorruso por secuestrar el avión (de Ryanair) y lanzar una guerra híbrida contra la Unión Europea (UE) con los inmigrantes”, insistió.
En su opinión, “si Lukashenko no hubiera abierto la frontera a los soldados rusos, nunca se hubiera producido la tragedia de Bucha”, en alusión a los supuestos crímenes de guerra cometidos por soldados rusos al norte de Kiev.
“Ahora el papel de Bielorrusia consiste en mantener ocupados en la frontera al mayor número de soldados ucranianos para que no puedan ser utilizados en el Donbás y el sur del país”, agregó.
Y advierte que Lukashenko nunca se decidirá al despliegue de tropas en Ucrania, a no ser que se lo ordene Putin.
Si el país se ve sumido en la desestabilización, “será peor que en Ucrania. Lo siento en mis entrañas. La situación es muy seria”, admitió hoy el mandatario.
Lukashenko, cuya reelección en las presidenciales del 9 de agosto de 2020 no es reconocida ni por la oposición ni por Occidente, aprovechó las tensiones entre Rusia y Occidente para apretar las tuercas a sus conciudadanos.
“A día de hoy, Bielorrusia es un régimen totalitario que han lanzado una campaña de represión a gran escala. En el país ya no se puede hacer nada, solo de manera clandestina”, explica Latushko, exministro de Cultura exiliado en Polonia.
Estima en unas 50.000 las personas que han pasado por la cárcel en los últimos 24 meses, a lo que hay que sumar los casi 1.300 presos políticos, según confirmó la organización de derechos humanos Viasna, y los más de 400 periodistas que han emigrado.
“Es un récord mundial. No hay ningún país del mundo con tantos presos políticos. El régimen ha destruido la sociedad civil y los medios de comunicación independientes”, explica.
La represión ha llegado a tal punto que un lector puede ser condenado a varios años de cárcel sólo por registrarse en un canal de Telegram que las autoridades consideren extremista.
“Hace dos años el régimen de Minsk lanzó una (campaña de) persecución masiva contra los bielorrusos por buscar pacíficamente un Gobierno democrático. Desde entonces, el régimen ha orquestado una represión brutal que no ha dejado de empeorar”, denunció Borrell.
El alto funcionario asegura que Bruselas no olvidará los crímenes cometidos por Lukashenko, del que dijo que carece de "toda legitimidad democrática", y exigió la liberación de todos los presos políticos.
Coincidiendo con el aniversario, la oposición bielorrusa celebró en Vilna, capital lituana, un foro en el que quedaron en evidencia las divisiones en el seno de las filas democráticas.
"Debemos crear un Gobierno alternativo que incluya ministros de Exterior, Interior y Defensa. Se trata de preparar las condiciones para forjar un nuevo movimiento de resistencia al régimen", propuso Latushko.
Ese gabinete en el exilio tendría que rendir cuentas de su labor seis meses después al Consejo Coordinador creado por la oposición tras el estallido de las protestas hace dos años.
En el foro participó la líder opositora en el exilio, Svetlana Tijanóvskaya, quien insistió en que, además de la demanda de nuevas elecciones presidenciales, también exige "el fin de la guerra en Ucrania".
"Nuestro objetivo es encontrar una salida a la crisis política, económica y humanitaria en Bielorrusia. Hacer esto sólo es posible juntos con el apoyo de la mayoría", dijo.
La aliada de Tijanóvskaya en las elecciones de 2020, Veronika Tsepkalo, criticó la práctica ausencia de logros y la falta de transparencia del comité que la primera lidera desde Lituania.