Un Javier Milei cada vez más condicionado por la influencia de su compañera de fórmula, Victoria Villarruel. Y un Sergio Massa que empieza a construir su supervivencia política con cantos de sirena a potenciales aliados por fuera del kirchnerismo más cerrado. El domingo de debate en Argentina se convirtió en un juego virtual: el que lo domina, gana; pero el que gana no necesariamente saca ventaja en el juego real, el de la vida, es decir, las elecciones y la disputa por el poder. Sin embargo, el debate sembró pistas para empezar a ver hacia dónde se proponen evolucionar los candidatos en los últimos tramos de la campaña y, eventualmente, a partir de diciembre ¿Qué identidad buscaron reforzar? ¿Con qué herramientas?
Se notó particularmente en el caso de Milei, que inauguró una agenda de derechos humanos todavía más sesgada y polémica. También en el caso de Massa, concentrado en dar señales al centro político como aliado de una eventual presidencia suya. Se consolida un Milei que se radicaliza vía la reposición de la versión procesista de la última dictadura, que había sido superada y deslegitimada por la Justicia y la sociedad democrática desde el juicio a las Juntas. Y se ve ahora, cada vez más claramente, un Massa que se "larretiza" en busca de votantes de centro para vaciar las urnas de Patricia Bullrich, o en pos de socios futuros también de centro en caso de quedar del lado de la oposición en el nuevo período presidencial.
En el debate,
Massa fue el único de los candidatos que subrayó su objetivo de "unidad nacional" y su voluntad de "sindicalistas, empresarios, radicales, liberales o de Pro". También habló de
"política de Estado" y de "un modelo de desarrollo". Claramente, un Massa en busca del votante de Larreta que, en parte, quedó huérfano y, muy posiblemente, de Larreta mismo y otros líderes radicales del discurso de la ampliación.
En su caso, la unidad nacional es, para muchos, abrazo de oso. Mauricio Macri lo expuso hace poco, cuando desnudó la estrategia de Massa y su astucia para dejar pegado políticamente a todo el que se le acerca. Horacio Rodríguez Larreta, Gerardo Morales y Martín Lousteau son los nombres que empiezan a circular como posibles candidatos a sumarse a la reconstrucción futura de un centro político junto a Massa en una Argentina bajo Milei. Una ensoñación centrista de épica dudosa.
Para despegarse de la pátina kirchnerista, al sueño de superministro con el que inauguró su gestión, ahora le suma facetas en su intento de volverse presidenciable: reparte beneficios impositivos para despegarse de la culpa inflacionaria como reparte pedidos de renuncia ante los nuevos escándalos de corrupción kirchnerista como en el affaire Insaurralde o el affaire Batakis en el Banco Nación.
Milei optó por despegarse de dos caballitos de batalla con los que se ganó un lugar en la agenda electoral que lo consagró en las PASO. Cuando habló de economía, no mencionó a la "dolarización". Cuando planteó su mirada educativa, tampoco pronunció la palabra "voucher". Fueron Massa y Bullrich los que le echaron en cara el tema de los vouchers. En ese punto, Bullrich tuvo una de sus intervenciones más efectivas de la noche, eso de "con los vouchers a La Puna".
Esa decisión programática de Milei se vuelve totalmente relevante: si sus propuestas históricas ya ni siquiera forman parte de su presentación en el debate presidencial, ¿con qué contenidos las reemplaza? ¿Qué tiene Milei en la cabeza ahora?
Milei llenó ese vacío con su visión sobre los derechos humanos y convivencia ciudadana, conceptualizados de una manera muy específica: una revisión de la dictadura para volver a la "verdad" que repare "la visión tuerta" de la historia.
Primero, una aceptación aparentemente conciliadora y racional del sentido común de "memoria, verdad y justicia" que, en realidad, es la puerta de entrada de Milei para subrayar lo que considera la falta de verdad: "Valoramos la visión de memoria, verdad y justicia. Empecemos por la verdad". Segundo, la disputa por la verdad sintetizada en el número de desaparecidos. "No fueron 30.000 desaparecidos", dijo Milei. "Son 8.753". Tercero, la legitimación de la categoría de "guerra" sobre lo sucedido en los ´'70 y en la dictadura. Cuarto, la reintroducción de la categoría de "exceso" por parte del Estado, es decir, la dictadura en esa guerra y la negación implícita de un plan sistemático donde los delitos de lesa humanidad eran un instrumento calculado, no un error o exceso.
En esa línea ideológica que va creciendo en la visión de Milei está la influencia de Villarruel pero con diferencias. No es nueva su influencia a la hora de ordenar el discurso de Milei en temas de seguridad o fuerzas armadas: en sus presentaciones televisivas, muchas veces Villarruel salió en socorro de Milei y tomó la palabra para darle precisiones al debate sobre el uso de armas o del rol de las Fuerzas Armadas en un eventual gobierno libertario.
Más cerca del poder, esa revisión de la historia que era la bandera histórica de Villarruel adquiere un alcance mayor al que le viene imprimiendo la misma candidata a vice desde hace años, en su militancia personal: ya no sólo la disputa abierta por el número de desaparecidos y la reivindicación de los derechos de las víctimas de la guerrilla. Ahora también, en boca de Milei, el lenguaje de los jefes de la dictadura y sus argumentos para justificar aquellos crímenes.
El salto interpretativo y el hecho de que sea enunciado por un candidato a presidente, en plena democracia, abre un abismo de preguntas hacia el futuro. Mientras que, en 2016,
Darío Lopérfido tuvo que renunciar a su cargo de ministro de Cultura porteño por su cuestionamiento al número de desaparecidos, Milei puede plantear ese debate y hablar el idioma de los represores y, de todas maneras, tener grandes chances de convertirse en presidente.
En tan sólo siete años, un cambio de época cuyo sentido todavía está pendiente.
Lo que sí está claro es que la red tendida al mar de la ampliación política funciona en Massa como estrategia electoral pero, también, como tabla de reconstrucción y supervivencia política en caso de perder. El debate mostró el nuevo plan de lavado de imagen del kirchnerismo bajo Massa. Si le hablan de pobreza y de inflación, contesta con rebaja de impuestos. Si le hablan de corrupción en "este gobierno", contesta con pedidos públicos de renuncia de los kirchneristas involucrados. Todo cosmético. En el caso de Insaurralde, habla de "error" y no de delito. Y en el caso Batakis, pide la renuncia de una subalterna pero no de la presidenta del Banco Nación.
Insaurralde y la fiesta con champán en Marbella era tema cantado para acorralar al candidato oficialista en el debate. Pero tan poca presencia tuvo el tema que fue recién después del debate que Massa se vio obligado a contestar algo más sobre el tema. Ahí fue cuando habló de la renuncia de Insaurralde.
Los dos carriles que tomaron la estrategia de Massa y Milei terminan cuestionando el legado kirchnerista. Que la corrupción se naturalice hasta no ser ni siquiera el centro de un debate presidencial y que el discurso procesista vuelva al centro político vuelve como una flecha hacia el kirchnerismo. Expone, por un lado, un modus vivendi de la dirigencia kirchnerista y por el otro, las consecuencias de una apropiación interesada de la épica de los derechos humanos que ahora encuentra su reacción en las "verdades históricas" que quiere reponer el mileísmo. Esa interpelación al kirchnerismo y su legado queda clarísima en el caso de su política de derechos humanos. Porque el otro pilar de esta nueva batalla de Milei es el cuestionamiento a las organizaciones de derechos humanos como "curro", sintetizado en el caso de Sueños Compartidos, un escándalo de corrupción que pega en la línea de flotación de la autopercibida superioridad moral del kirchnerismo.
En caso de ser presidente Milei, todavía no está claro qué consecuencias concretas tendrá este trasvasamiento cultural impensado que el libertario empieza a delinear públicamente desafiando todo un sistema de corrección política consolidado en los últimos cuarenta años.
Por Luciana Vázquez