SANTIAGO.- "En la calle todavía hay gente que me dice padre. Algunos se complican, porque estaban acostumbrados a llamarme así, pero a mí no me provoca ningún problema; al revés, me río, y les digo que no se preocupen, ya lo tengo asumido como un apodo", dice —sereno y con humor— Rodrigo Tupper a "El Mercurio", en su primera entrevista desde que abandonó el sacerdocio a mediados de 2015, tras 25 años de servicio en la Iglesia Católica.
Desde mayo ejerce como gerente general de la Fundación Portas, dedicada a retener a los jóvenes más vulnerables en el sistema universitario, hasta que encuentren una fuente laboral. Un trabajo muy relacionado con su experiencia como vicario de la Juventud (1995-2002) y vicario general del Arzobispado de Santiago (junio 2011 a enero 2015).
Tupper es hoy un laico entusiasmado con su proyecto social y, claro, con la relación sentimental que inició hace tres meses.
Fue en mayo de 2015 cuando, tras un retiro en España, informó al arzobispo de Santiago, cardenal Ricardo Ezzati, de su irrevocable decisión.
—¿Cuál fue la reacción del arzobispo de Santiago, cardenal Ricardo Ezzati, al enterarse de su determinación?
"Son ámbitos muy personales, en conversación con el obispo, y las mantengo en esa reserva. Fue un padre muy acogedor".
—La Navidad pasada fue la primera vez en que no celebró la eucaristía para la ocasión. ¿No extrañó celebrar misa?
"Hice un proceso de discernimiento, que está muy bien hecho. Eso me ha ayudado a no tener nostalgia ni a mirar hacia atrás. Creo que fue una decisión muy bien tomada y tenía la convicción de que era lo que tenía que hacer. Estoy viviendo otra etapa de la vida, que la enfrento desde el punto de vista en que ya no soy un cura, sino laico".
Tras dejar el arzobispado, a principios de julio viajó a Boston (EE.UU.) a estudiar inglés. "Gracias a unos amigos, pude hacerlo. Quería tomar distancia, estar tranquilo para definir mi inserción en el mundo laical".
Eso duró hasta mediados de octubre, ya que volvió para despedirse de su padre, cuyo funeral fue el 17 de octubre del año pasado.
En noviembre inició un proceso de reinserción laboral a través de la empresa Lukkap, ofrecido por la directora de la firma, Carla Fuenzalida, para vislumbrar los ámbitos donde se podría desempeñar.
"Era la primera vez que me veía enfrentado a eso", admite, ya que ingresó al Seminario Pontificio Mayor en 1982, tras egresar del Colegio Notre Dame.
Trabajo con jóvenes
Tras varias postulaciones llegó la propuesta, que lo encantó, "porque juntaba características que tenían que ver con mi proyecto de vida: trabajar con jóvenes, en especial en situación de vulnerabilidad; superación de la pobreza, y en aportar para que haya mayor equidad en el país".
Como gerente general de la Fundación Portas, institución dedicada hace nueve años a la retención en el sistema universitario de jóvenes de la Región Metropolitana de los dos primeros quintiles, debe reunirse con autoridades académicas y empresas para conseguir recursos.
El principal producto que ofrece la fundación a los planteles son talleres de habilidades blandas para estudiantes con riesgo de deserción. Por estos cursos han pasado 4.000 alumnos en dos años, pertenecientes a nueve universidades e institutos.
"Una cosa es que hoy los jóvenes tengan dinero para estudiar, porque se los garantiza el Estado; pero cómo se ayuda a que ese joven que ingresó a la universidad se titule oportunamente. Ese es el trabajo de la fundación, porque el 87% de los alumnos de los dos primeros quintiles que entran a las universidades no se titula. Cuando un joven tiene que desertar, se vuelve lleno de frustraciones, lleno de inseguridades y, probablemente, lleno de rabia".
—Suena a lo que usted diría como vicario de la Juventud.
"Es parecido, y uno sigue siendo la misma persona. A mí, el tema de los jóvenes me ha apasionado toda la vida y me parece que Chile tiene una deuda muy alta con sus jóvenes. Por eso me gusta estar en este lugar, para aportar con un grano de arena a saldar esa deuda que tenemos".
—Cuando usted se fue del arzobispado dejó varios proyectos andando: el arreglo de la sede arzobispal, que está casi lista; el Camino de las 7 Cruces, en el cerro San Cristóbal; la reparación de la parroquia Santa Ana... ¿Qué siente cuando ve que esas obras por fin están saliendo?
"Da una alegría enorme ver que un trabajo que se inició con mucho esfuerzo, con un equipo maravilloso de personas, llega a puerto. Es una satisfacción muy grande. El Camino de las 7 Cruces lo vi después que volví de Estados Unidos. Fue muy emocionante verlo, porque fue una obra muy querida y un aporte realmente grande para la ciudad, no solo para el santuario del cerro San Cristóbal".
—Ya tiene una vida laboral encaminada, pero no está solo.
"Hace tres meses conocí a una mujer preciosa. Me la presentó una muy amiga de toda la vida. Salimos un 25 de junio y nunca más dejamos de vernos. Hasta ahora. Estamos pololeando, felizmente, las dos familias nos conocen. Están todos muy contentos. De la familia de ella hubo una acogida muy bonita. Ha sido precioso".