SANTIAGO.- Doce trozos de un plato de loza. Una tina ennegrecida. Restos de una cocina. Pedazos de plástico celeste que eran una piscina de niños. "Para nuestro verano", acota, con evidente tristeza, Pedro Álvarez (69), pequeño empresario viñatero de Marchigüe, mientras remueve los escombros con un palo y cuenta una por una sus "posesiones". Atrás, su casa aún humea.
El martes, Álvarez perdió su hogar, una camioneta y dos hectáreas de su viña, donde fabricaba chicha, en el mayor foco de los incendios que han castigado al secano central del país, informó "
El Mercurio".
Su tragedia es doble: también quedó damnificado en el sismo del 27 de febrero de 2010. "El terremoto fue distinto. La casa, que era de adobe, se cayó por la mitad, pero al menos me quedaron las camas y otras cosas. A los dos meses me empezaron a dar palos y planchas de la municipalidad, y ya estaba construyendo. Ahora no nos quedó nada de nada", lamenta.
Mar y fuego
Su caso no es único. Según catastros iniciales —aún en desarrollo— del Ministerio de Vivienda y Urbanismo, de 1.400 casas siniestradas por el fuego, entre el 10 y el 20% (140 a 280) corresponden a familias que ya habían resultado damnificadas en 2010.
Cecilia Correa (52), por ejemplo, no sabe si temerle más al fuego o al mar. En el 27-F perdió todos los enseres de la casa que arrendaba en el balneario Lipmávida, en Vichuquén.
Huyendo del mar, buscó una zona cercana a los cerros. Así, llegó a un conjunto de viviendas aisladas en Huiñe, también en Vichuquén. Uno de los focos del siniestro, sin embargo, arreció sobre el pequeño caserío.
"Para el 27-F yo sentí el terremoto, pero nunca pensé que vendría el mar. Arranqué con lo puesto, una camisa de dormir, mientras el agua me llegaba a las rodillas. Lo de ahora, al menos, avisó, porque diez días antes veíamos que podía venir el fuego, pero no alcanzamos a sacar nada", cuenta.
Su marido, Juan Araya, la interrumpe: "Pero en el tsunami al menos pudimos sacar las fotos que estaban flotando; ahora son nada en medio de todo eso".
Tercera tragedia
Las fotos, los diplomas escolares y las escrituras de sus casas son los objetos a los que estas familias dan más valor. Juana Padilla y su esposo Luis Becerra habían conseguido salvarlos cuando perdieron su casa en los terremotos de 1985 y de 2010. Pero ahora no alcanzaron, por culpa de "un infierno” —describe— “que convirtió en carbón La Gloria (el poblado de Pumanque, donde viven)".
"Es nuestra tercera tragedia. Nunca pensamos que iba a suceder. Las casas del 85 y de 2010 eran de adobe, de campo. Tuvimos que meter todo nuestro esfuerzo, 19 años de ahorro, para finalmente construir esta, más sólida, porque pensábamos que era la casa que les íbamos a dejar a los hijos. Ahora todo es ceniza. No tengo un recuerdo de mis hijos cuando pequeños. Ni fotos, sus cuadros de licenciatura, o de cuando se habían casado. Nada", relata Padilla.
El miércoles —recuerda— vio en los cerros las primeras llamas provenientes del fundo San Antonio, en Nilahue-Baraona. En cosa de minutos, el fuego bajó como un lanzallamas. "Fue en un minuto. Todo un esfuerzo que se fue en nada. Hay que aceptar. Supongo que son pruebas que Dios nos manda. No nos queda más que tener fuerza y seguir adelante", dice, resignada.
Mientras, siguen llegando bolsas con ropa y ayuda que Juana acumula en una mesa, junto a las tres carpas, donde hoy duermen. "Fueron 19 años de esfuerzo que se perdieron en un minuto. Pasamos de 250 m2 de casa a tres carpas de plástico… Pero nos tenemos a nosotros".