TEXTO 1
1. "Una de las razones que dictan la repugnancia criolla a confesar el indio en nuestra sangre,uno de los orígenes de nuestro miedo de decirnos lealmente mestizos, es la llamada "fealdad del indio". Se la tiene como verdad sin vuelta, se la ha aceptado como tres y dos son cinco.Corre a parejas con las otras frases en plomada: "El indio es perezoso" y "el indio es malo".
2. Cuando los profesores de Ciencias Naturales enseñan los órdenes o las familias, y cuando los de dibujo hacen copiar las bestiecitas a los niños, parten del concepto racional de la diferencia, que viene a ser el mismo aplicable a las razas humanas: el molusco no tiene la manera de belleza del pez; el pez luce una, sacada de otros elementos que el reptil, y el reptil señorea una hermosura radicalmente opuesta a la del ave, etc.
3. Debía haberse enseñado a los niños nuestros la belleza diferenciada y también opuesta de las razas. El ojo largo y estrecho consigue ser bello en el mongol, en tanto que en el caucásico envilece un poco el rostro; el color amarillento, que va de la paja a la badana, acentúa la delicadeza de la cara china, mientras que en la europea dice no más que cierta miseria sanguínea; el cabello crespo, que en el caucásico es una especie de corona gloriosa de la cabeza, en el mestizo se hace sospechoso de mulataje y le preferimos la mecha aplastada del indio.
4. En vez de educarle de esta manera al niño nuestro el mirar y el interpretar, nuestros maestros renegados les han enseñado un tipo único de belleza, el caucásico, fuera del cual no hay apelación, una belleza fijada para los siglos por la raza griega a través de Fidias.
5. En cada atributo de la hermosura que nos enseñan, nos dan exactamente el repudio de un rasgo nuestro; en cada sumando de la gracia que nos hacen alabar nos sugieren la vergüenza de una condición de nuestros huesos o de nuestra piel. Así se forman hombres y mujeres con asco de su propia envoltura corporal; así se suministra la sensación de inferioridad de la cual se envenena invisiblemente nuestra raza, y así se vuelven viles a nuestras gentes sugiriéndoles que la huida hacia el otro tipo es su única salvación.
6. Hemos querido proporcionar a los maestros de nuestros niños estos detalles rápidos para que intenten y para que logren arrancarles a estos la vergüenza de su tipo mestizo, que consciente o inconscientemente les han dado. Pero este alegato por el cuerpo indio va a continuar otro día, porque es cosa larga de decir y asunto de más interés del que le damos”.
Gabriela Mistral, La vergüenza del mestizo (fragmento)TEXTO 2
Naron, de la longeva raza rigeliana, era el cuarto de su estirpe que llevaba los anales galácticos.
Tenía en su poder el gran libro que contenía la lista de las numerosas razas de todas las galaxias que habían adquirido el don de la inteligencia, y el libro, mucho menor, en el que figuraban las que habían llegado a la madurez y poseían méritos para formar parte de la Federación Galáctica.
En el primer libro habían tachado algunos nombres anotados con anterioridad: los de las razas que, por el motivo que fuere, habían fracasado.
La mala fortuna, las deficiencias bioquímicas o biofísicas, la falta de adaptación social se cobraban su tributo. Sin embargo, en el libro pequeño nunca se había tenido que tachar ninguno de los nombres anotados. En aquel momento, Naron, enormemente corpulento e increíblemente anciano, levantó la vista al notar que se acercaba un mensajero.
- Naron -saludó el mensajero-. ¡Gran Señor!
- Bueno, bueno, ¿qué hay? Menos ceremonias.
- Otro grupo de organismos ha llegado a la madurez.
- Estupendo, estupendo. Hoy en día ascienden muy aprisa. Apenas pasa un año sin que llegue un grupo nuevo. ¿Quiénes son?
El mensajero dio el número clave de la galaxia y las coordenadas del mundo en cuestión.
- Ah, sí -dijo Naron- lo conozco.
Y con buena letra cursiva anotó el dato en el primer libro, trasladando luego el nombre del planeta al segundo. Utilizaba, como de costumbre, el nombre bajo el cual era conocido el planeta por la fracción más numerosa de sus propios habitantes.
Escribió, pues: La Tierra.
- Estas criaturas nuevas -dijo luego- han establecido un récord. Ningún otro grupo ha pasado tan rápidamente de la inteligencia a la madurez. No será una equivocación, espero.
- De ningún modo, señor -respondió el mensajero.
- Han llegado al conocimiento de la energía termonuclear, ¿no es cierto?
- Sí, señor. -Bien, ese es el requisito -Naron soltó una risita-. Sus naves sondearán pronto el espacio y se pondrán en contacto con la Federación.
- En realidad, señor -dijo el mensajero con renuencia-, los observadores nos comunican que todavía no han penetrado en el espacio.
Naron se quedó atónito.
- ¿Ni poco ni mucho? ¿No tienen siquiera una estación espacial?
- Todavía no, señor.
-Pero si poseen la energía termonuclear, ¿dónde realizan las pruebas y las explosiones?
- En su propio planeta, señor.
Naron se irguió en sus seis metros de estatura y tronó:
- ¿En su propio planeta?
- Sí, señor.
Con gesto pausado, Naron sacó la pluma y tachó con una raya la última anotación en el libro pequeño. Era un hecho sin precedentes; pero es que Naron era muy sabio y capaz de ver lo inevitable, como nadie, en la galaxia.
- ¡Asnos estúpidos! -murmuró.
Isaac Asimov, Asnos estúpidos
Fuente: Preuniversitario Pedro de Valdivia