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Isabel Allende analiza Chile a sus 76 años: "El ser humano, hasta el final de sus días, necesita sentirse útil"

Mientras el país debate una reforma al sistema de pensiones, la escritora reconoce que su vejez ha sido privilegiada. En entrevista con Emol, habla de Trump, de migración, del libro que lanzará y de los rumores sobre su muerte. "Ese cuento del legado es muy masculino. Las mujeres somos mucho más prácticas", dice.

08 de Noviembre de 2018 | 08:05 | Por Consuelo Ferrer Durán, Emol
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José Manuel Vilches, Emol.
SANTIAGO.- Fueron años los que Isabel Allende pasó realizando todos los 8 de enero el mismo ritual: tomar un café por la mañana, abrigarse, salir por la puerta de su casa en Sausalito y caminar hacia la pequeña cabaña construida junto a la piscina, que había sido desde el principio su oficina. Esos días, en ese lugar, la escritora comenzó siempre a crear sus libros. Pero ya no.

Esta vez, en lugar de salir, subió las escaleras. Ahora su casa, que es otra casa, es significativamente más pequeña: tiene una sola pieza, que ya no comparte con Willie Gordon, de quien se separó en 2015 luego de casi tres décadas. Por eso ahora escribe en un ático del segundo piso, desde donde puede ver una laguna, algunos patos, las nutrias.

"Ahí tengo toda la investigación para el libro que esté escribiendo, pero la saco una vez que termino. Es muy pequeño, no hay desorden, nada extra fuera de un altar y las muñecas de la Paulita", dice al teléfono desde su nuevo hogar. "Es bonito, no necesito más espacio. Podría escribir en un baño, o en una cárcel".

En este momento ya no hay investigación sobre el escritorio. Su libro más reciente —que cuenta la historia de un español que, ayudado por Pablo Neruda, llega a Chile a bordo del Winnipeg— ya se encuentra en manos de sus agentes literarios y se prepara su traducción. Espera que esté en librerías dentro de los próximos meses.

Ya había anunciado que trabajaba en él el pasado 22 de agosto, cuando una cuenta de Twitter anunció su muerte. "Para que sepan, no solo no estoy muerta pero además estoy terminando un nuevo libro", dijo pocos días después de cumplir 76 años.

Isabel Allende, la escritora viva más leída de la literatura en español, detiene su rutina diaria en Estados Unidos, el país donde reside hace treinta años, para fijar sus ojos en Chile y hablar con Emol sobre migración, redes sociales, pero también de su propia vejez.

Un libro homenaje


Se podría decir que la idea comenzó a rondar su mente décadas antes de que se convirtiera en el libro que está pronta a lanzar. En los años 80, cuando vivía en Venezuela, escuchó la historia que le contó su amigo Víctor Pey, poco después de que cerraran el diario Clarín en Chile, que dirigía. Era la de su propia vida: luego de combatir por el bando republicano en la Guerra Civil española, llegó a París. Allí, ayudado por el Premio Nobel de Literatura, tomó el Winnipeg y llegó.

"Por un tiempo temí que todo lo que habíamos conseguido las feministas de mi generación estuviera detenido. Había una especie de indiferencia o parálisis de parte de las muchachas jóvenes que no querían ni siquiera identificarse con el feminismo, porque les parecía poco sexy"

Isabel Allende
El pasado 5 de octubre, cuando Chile conmemoraba los 30 años del plebiscito, Pey falleció a los 103 años. Aunque el protagonista del libro no es él, la historia sí se inspira en su vida. "No lo alcanzó a leer", cuenta Allende. "Tenía en la oficina el manuscrito impreso, listo para que el lunes se lo mandara mi hijo, pero murió la semana anterior".

—¿Funciona como una suerte de homenaje?
"Espero que sí, está dedicado a él".

—¿Y por qué retomar este tópico ahora, tantos años después?
"El tema de los refugiados estaba tan ardiente que surgió casi espontáneamente. Hoy día ése es el tema, no importa en qué circunstancia. En ese momento fueron los refugiados de la Guerra Civil española, y hoy día son los refugiados de Siria o de Centroamérica que vienen hacia el norte. El drama de los refugiados se ha multiplicado, no se ha terminado".

—En su fundación trabaja con inmigrantes y hoy le toca estar en EE.UU. en la época de Trump. A dos años de que comenzara su gobierno, ¿cómo ha cambiado EE.UU.?
"Trump basó parte de su campaña y de su presidencia en culpar a los inmigrantes de todo lo malo. Los llama violadores, ladrones, criminales, pandilleros, y eso alimenta el odio y el rencor. Quienes votaron por él, lo hicieron porque se sienten marginalizados y tienen miedo de cualquier cambio. Aquí hay un factor de racismo tremendo, pero eso siempre había existido en los EE.UU.

—¿Le tocó también recibirlo?
"Llevo aquí 31 años y lo vi desde el primer momento en que llegué: ese racismo, ese odio hacia el migrante y hacia la gente que sea diferente siempre existió. Existe en todos los países, pero ahora tiene un megáfono para expresar sus ideas. Existieron siempre los supremacistas blancos, pero ahora pueden salir a la calle a manifestarse. Antes no. O sea que con Trump, lo que existía siempre ahora se ve muy exagerado".

"La gente mayor no es inútil"


—En Chile se discute una reforma al sistema de pensiones y los ojos están puestos en la tercera edad. Desde sus 76 años, ¿cómo ve al adulto mayor?
"Por primera vez la humanidad tiene esta inmensa cantidad de viejos que viven tan largo. Yo soy privilegiada, primero porque tengo muy buena salud, después porque tengo un trabajo que me apasiona y que puedo seguir haciendo, y no me tengo necesariamente que jubilar por la edad. Y tengo recursos, que la mayor parte de la gente no los tiene. Ese es el problema mayor para el país y para cada individuo".

—¿Por qué?
"Porque uno planea la vida, trabaja ciertos años, en el mejor de los casos ahorra y consigue una pequeña pensión, pero después no va a alcanzar para vivir, porque se vive mucho más de lo que estaba esperado. Para el país es lo mismo: un tremendo peso. Una de las cosas que se comentan en los EE.UU. es que la población está envejeciendo. Cada vez esas personas, que son millones, necesitan más recursos médicos, más cuidados, más asistencia, más programas... ¿Cómo se va a financiar todo eso? Cada vez nacen menos niños y hay menos jóvenes que puedan financiar esa enorme cantidad de viejos que va a vivir 30 o 40 años más de lo esperado".

Pone un ejemplo cercano y reciente: su madre, Francisca Llona, falleció hace pocos meses a los 97 años. Su padrastro, de 102 años, sigue viviendo en Providencia. Los cuidaban y atendían cinco personas. "En el caso de ellos, me tienen a mí, pero la mayor parte de la gente no tiene esa posibilidad. Eso, por primera vez ahora, está en discusión. Las pensiones no alcanzan y los recursos del país van a tener que distribuirse de forma diferente", dice.

La escritora se atreve a proponer una vía: la de integrar de mejor manera la fuerza laboral de la población migrante. "Nadie lo contempla en la ecuación y los que migran son siempre jóvenes. Ellos son los que van a sostener a esa población que envejece", plantea.

—Que haya más esperanza de vida también ha abierto el debate por la edad de jubilación.
"Esta idea de que a los 50 años ya no encuentras trabajo porque estás muy viejo y que a los 65 te tienes que jubilar... Si vas a vivir 30 años más, hasta los 95, ¿cómo vas a vivir esos años sin un propósito, sin una comunidad que te sostenga, sin asistencia y sin recursos económicos y médicos? Es imposible. La gente mayor no es inútil, no está incapacitada, salvo que estén enfermos: tienen un propósito en la sociedad y hay que buscar ese propósito y ofrecerlo".

—Y además de la estabilidad financiera, ¿qué es lo que necesita un adulto mayor para estar en plenitud?
"Comunidad. Lo más grave, lo que produce la depresión, el suicidio y la enfermedad, es el aislamiento. ¡Cómo están de aislados los viejos! En muchos casos los ponen prácticamente en depósitos de viejos, donde los mantienen vivos y eso es todo, pero no hay nada más. El ser humano, hasta el final de sus días, necesita sentirse útil, sentirse conectado. Necesita sentir que tiene algún propósito en su vida, y sentir amor: que a uno lo toquen, que lo quieran".

—Se separó hace tres años y tiene una nueva pareja. Ha dicho que nunca se había sentido tan plena como en este momento, ¿qué significa para usted la edad, como concepto?
"A mí me ha tratado muy bien la edad, porque en el trabajo que yo tengo, mientras más tiempo pasa y más libros se escriben, más se va formando una sólida base en la cual yo me siento segura. Tengo millones de lectores, eso me da una tremenda seguridad. Tengo amor: de mis hijos, de mi nuera, de mis amigos y ahora de un hombre que me quiere y que ha dejado todo por venirse conmigo. Pero lo que más agradezco de todo es que soy fuerte, sana y totalmente ágil frente a la vida. Todavía tengo curiosidad, tengo interés, estoy bien. No me siento disminuida para nada".

Eslabones de la misma cadena


Hace dos semanas, Allende se reunió con Anita Hill, una reconocida abogada que acusó en 1991 al candidato a la Corte Suprema de EE.UU., Clarence Thomas, de haberla acosado sexualmente mientras era su supervisor. Lo trae a la conversación porque se trata, a su juicio, del origen de #MeToo.

"En el Congreso la destrozaron, la hicieron aparecer como una loca desatada, y Clarence Thomas está en la Corte Suprema desde entonces. Pero la semilla que ella plantó se extendió por el mundo, porque la gente empezó a hablar de lo que significa para una mujer ser acosada sexualmente en su lugar de trabajo", dice.

—Ella fue la primera.
"Claro, y ese problema, que siempre había existido, antes no se hablaba. Se daba por sentado que si trabajabas, te arriesgabas a eso, igual que caminar por la calle con minifalda y que te dijeran cosas. El movimiento #MeToo tiene como fundamento eso que pasó hace 25 años. Todas estas cosas son eslabones de la misma cadena, son progresos, paso a paso. Este movimiento es otro peldaño, en el cual se va a basar otra cosa que va a venir muy pronto en el futuro. Así es como funciona esto: no es un movimiento aislado".

Allende, pionera del feminismo en Chile, dice que lo que está pasando con respecto a ese tema en el mundo la tiene alegre. Desde California, siguió los paros universitarios y las marchas, y las denuncias de abuso y acoso sexual en nuestro país. "Siento que uno pasa la antorcha a otra generación", asegura.

—El año ha estado marcado por el movimiento feminista pero también por el destape de los abusos en la Iglesia Católica. ¿Cómo se ve Chile desde EE.UU.?
"Se ve bien, mejor que cualquier otro país latinoamericano: hay estabilidad política, social y económica. Hay problemas, pero hay problemas en todas partes. Menos mal se destapó la crisis de la Iglesia, porque ya era hora. Le han estado echando tierra encima por cientos de años y francamente ya era tiempo".

—¿Cómo se relaciona con el feminismo moderno?
"Con una tremenda pasión y alegría. Por un tiempo temí que todo lo que habíamos conseguido las feministas de mi generación estuviera detenido. Había una especie de indiferencia o de parálisis de parte de las muchachas jóvenes que no querían ni siquiera identificarse con el feminismo, porque les parecía poco sexy. Ahora, con todo lo que ha pasado con el #MeToo y con todo este renacer del feminismo, creo que se ha reforzado. Me da mucha esperanza con respecto a que las cosas avancen más rápidamente, aunque todavía falta mucho por hacer".

—¿Ha cambiado mucho el feminismo entre su generación y la de sus nietos?
"En los principios fundamentales no, porque siguen siendo los mismos: es una lucha contra el patriarcado. Empezó hace muchos años, primero denunciando, después tratando de cambiar y ahora en batalla franca contra milenios de supremacía masculina. Lo que hay que hacer es muy profundo, porque hay que cambiar todo: la cultura, la ley, la economía... absolutamente todos los aspectos que el patriarcado domina, y reemplazar eso por un sistema en el cual nos repartamos la gerencia del mundo en términos igualitarios las mujeres y los hombres".

—Parece ser una noción más propia de las nuevas generaciones.
"Es cada vez más claro para la gente joven. La gran resistencia contra el feminismo no está entre los jóvenes: está entre los que ya no van a cambiar y se sienten muy amenazados. Los jóvenes, que ya lo tienen bebido en la leche, no se sienten amenazados con eso. Por lo menos así lo veo yo en la generación de mis nietos".

La modernización de lo humano


Ahora, Allende describe una escena que suele vivir: mientras maneja su auto, en la corrida de asientos trasera, donde viajan sus nietos, cada uno tiene en la mano su celular. "Están conversando por mensajes de texto. No están hablando, sino que mandándose mensajes de texto el uno al otro adentro del auto. ¡Es el colmo!", cuenta, y ríe.

Sus libros se basan en algo esencialmente contrario a esa escena: el contacto directo entre humanos, el tacto, las relaciones personales.

—Ahora todo eso se ha visto fuertemente influido por las redes sociales y lo digital, ¿ha mejorado o empeorado el pacto entre los seres humanos?
Siento que está cambiando y que nos tenemos que adaptar. Hoy día la gente tiene más información y más comunicación que nunca antes. Alguien dice cualquier cosa y tú agarras el teléfono y chequeas, a ver si es cierto o no. Te puedes comunicar con gente por Facetime y Facebook, hay blogs, Twitter. Ahora, que la cosa se salió de madre y hay mucho abuso, claro que lo hay, pero no vas a culpar a la tecnología: tienes que culpar a quienes la usan, y mucha gente la usa muy bien.

"Yo no me aferro a la idea de que lo mío va a quedar, no me hago ninguna ilusión de que esa gente a quien mis libros tocaron se va a acordar de ellos"

Isabel Allende
Durante los años en que vivió lejos de su madre y mientras ella estaba viva, se escribían a diario, primero cartas y después mails. El último lo recibió el día en que empeoró su salud, a las siete de la tarde, dos horas antes de que le viniera la crisis que la condujo a la muerte.

—Ha dicho que en las primeras cartas con su madre no había realmente comunicación, porque no alcanzaba a responder cuando llegaba otra carta.
"Nos escribíamos todos los días, así que por supuesto que era una conversación de sordas".

—¿Lograron acostumbrarse a la inmediatez?
"¿Sabes qué es lo que pasa? Como mi mamá era una señora antigua y además tenía el hábito, escribía bonito, a mano, con linda letra. Entonces, cuando se pasó al mail, seguía escribiendo bonito. Las cartas eran por internet y más cortas, pero eran siempre poéticas y bellas, elevadas, con metáforas. El problema con esta comunicación instantánea es que se ha perdido la profundidad, porque la gente manda lo esencial: tres líneas para decir lo que hay que decir, directamente. No hay tiempo para nada más, no hay tiempo para regodearse en la belleza del lenguaje, en una idea. Todo eso se está perdiendo un poco".

—Y las redes sociales no son lo único. También estamos viviendo un auge de la inteligencia artificial: ahora hay ciertos trabajos que antes solamente podíamos hacer los humanos y que hoy una máquina los puede realizar. ¿Cómo se lo toma usted, que es escritora?
"La gente se asusta con eso, pero nos adaptamos. Mira lo que pasó con la revolución industrial: toda la gente que vivía de la agricultura o la artesanía se fregó, porque vino la era industrial y tuvieron que adaptarse o morir, y nada pudo parar esa revolución. Hoy día estamos en otra revolución extraordinaria, que es la tecnológica, de la inteligencia artificial y de las máquinas. Muchos van a quedar atrás con esto, yo de partida, que ya estoy muy vieja para entender siquiera. Mi hijo me trata de explicar el cuento de la inteligencia artificial, y me entra por una oreja y me sale por la otra, a mí ya me sobrepasó, pero hay que adaptarse y utilizarlas a nuestro servicio".

La muerte de Isabel


El titular de la cuenta de Twitter era Rubén Darío Capdevila, que se definía como ministro de la Secretaría General de Cultura de Paraguay. "URGENTE", tuiteó el 22 de agosto. "Fallece por infarto la escritora Isabel Allende. Me lo anuncian ahora desde EE.UU.".

Isabel Allende se enteró de su muerte porque recibió un llamado de su amiga Elizabeth Subercaseaux. "Apenas respondí, la oí que daba un grito. Me dijo: '¡Estás viva!'", cuenta. Creyó que se había vuelto loca. Después recibió cientos, quizás miles de mails y tuits. Salió a desmentirlo en la misma red social.

—¿Cómo se lo tomó?
"A mí me pareció bien curioso, porque me puse a pensar: ¿Y si fuera cierto y me hubiera muerto? ¿Qué pasa?... No pasa nada. Nadie trasciende. Lo que uno hizo, muy rápidamente se olvida. Y pensé: lo importante es cómo uno vive, no pensar en cuánto uno va a vivir ni qué es lo que va a dejar detrás, sino que pensar en el día de hoy. En el fondo fue un buen remezón, me sirvió bastante".

—Pero este mes va a recibir un premio de la Fundación Nacional del Libro de EE.UU...
"Es un premio literario muy importante aquí, es como el Premio Nacional de Literatura en Chile".

—Va a ser la primera autora hispanoamericana en recibirlo...
"Bueno, siempre tiene que haber un primero para algo. Cuando me dieron la Medalla de la Libertad también era la primera latina en recibirla".

—Y acá en Chile se prepara una serie sobre su vida...
"Eso supe. Ojalá me mostraran los guiones para ver cómo es".

—Son dos reconocimientos importantes y ha tenido el privilegio de verlos en vida, a diferencia de otros autores que no recibieron honores hasta muchos años después de que dejaron de existir. ¿Siente, de verdad, que si muriera hoy día no habría trascendido?
"No. Yo creo que trasciendo por un tiempo. Tú cuentas con los dedos de la mano los libros o las obras de arte que perduran en el tiempo, y esas son las que uno puede decir que son obras maestras. Lo que perdura en el tiempo es muy poco, y el tiempo es corto. Uno puede haber sido un autor de mucho, mucho éxito en algún momento, pero después eso pasa, como todo en la vida".

—¿Cree que sus libros van a pasar?
"Yo no me aferro a la idea de que lo mío va a quedar. Me encanta la idea de que mis libros tocan a mucha gente, que los leen, pero no me hago ninguna ilusión de que eso va a durar o de que esa gente a quien tocaron se va a acordar de mis libros en un tiempo más. Claro que no. Mira, ese cuento del legado es muy masculino. Las mujeres somos mucho más prácticas, sabemos muy bien cómo es la cosa".
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