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Un enclave aimara que el flujo migratorio amenaza: Cómo es Pisiga, el último pueblo boliviano antes de Colchane

Antes de que la carretera internacional fuera asfaltada, en la localidad fundada por pastores de alpacas vivían menos de cien personas. Ahora viven 400 y se mueven más de mil viajeros por el paso fronterizo. La situación, dicen las autoridades, es "caótica".

09 de Febrero de 2021 | 08:02 | Por Consuelo Ferrer, Emol
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El Mercurio (archivo)
El año 2002, el problema que había en el complejo fronterizo de Colchane tenía como protagonistas a las comunidades aimaras. Los habitantes de los poblados Pisiga Carpa y Pisiga Choque estaban molestos porque la construcción de la aduana repercutió en que sus localidades quedaran ubicadas entre el complejo y la línea fronteriza. Tenían, entonces, que cruzar la frontera administrativa entre las 8:00 y las 20:00 horas para ir a Iquique o a cualquier otra ciudad del país.

Por las complicaciones burocráticas, a menudo preferían ir a Pisiga Bolívar, el pueblo boliviano que queda a 3 kilómetros de Colchane y que es la última parada antes de atravesar la frontera. En la desértica zona altiplánica —ubicada a casi 4 mil metros de altura, entre volcanes y hielos perpetuos— la convivencia entre aquellas localidades solía ser fluida.

"En Chile tenemos tres Pisigas: Pisiga Choque, Pisiga Carpa y Pisiga Centro. En el lado de Bolivia está Pisiga Bolívar y Pisiga Sucre", explicó la semana pasada el ex alcalde de Pisiga Bolívar, William Colque, a radio ADN. "Antes no había esa ruptura en términos de estados republicanos. Nosotros podíamos ir a Iquique, compartíamos deportivamente y las fiestas con los hermanos de Chile, y ellos de la misma manera, pero poco a poco hubo ese control por parte del Estado chileno y el boliviano que han separado a dos pueblos aimaras, que somos uno solo en términos de identidad", contó.

"Toda la parte de Pisiga del lado de Chile tienen los bofedales —humedales en altura— y el agua, que nosotros no lo tenemos, pero nosotros tenemos tolares y pajonales, que es la parte alta. Allá van los ganados de los aimaras de Chile y nosotros vamos a consumir agua al bofedal del lado chileno. Eso, a nivel de intercambio, ha sobrevivido pese a las restricciones legales", contó.

Pero esa convivencia ancestral se ha visto amenazada por las fronteras materiales y por un fenómeno migratorio que ha golpeado con fuerza a la zona en los últimos años: la llegada de miles de migrantes, en su mayoría de origen venezolano, que usan la frontera terrestre de Pisiga-Colchane para entrar a Chile. "Esa forma cultural de identidad que nos hace a los dos pueblos hermanos, con esta última migración, se está rompiendo cada vez más", dijo Colque.

Un problema reciente


Aunque en las últimas semanas la situación ha alcanzado su punto más crítico, en realidad es algo que se ha venido fraguando desde hace algunos años. "El proceso migratorio últimamente se está distorsionando de la lógica humanitaria", explicó Colque. "Esto empezó ya hace tres años (...) pero ahora la cosa es distinta. Con el tema de la pandemia se han cerrado las fronteras, entonces es una cantidad de venezolanos que están llegando a las casas, no solo en el lado boliviano sino también en el chileno, con cierto nivel de agresividad", dijo.

Según Colque, se debe a que el Estado boliviano ha preferido "hacer la vista gorda" de la crisis migratoria y se ha enfocado en "deshacerse" de los viajeros que están de paso por Bolivia, para que lleguen a su destino final con rapidez. "Los venezolanos están en plena raya tratando de buscar otros puntos de entrada y llegan donde pueden, a cualquier casa, sin dinero, para ocultarse. Van y buscan lo que pueden, encuentran lo que pueden", relató.

"Creo que las autoridades de Bolivia, que siempre están en La Paz, deberían venir a Pisiga, y las que están en Santiago deberían venir a Colchane. El que está en Colchane, el que está en Pisiga, es el que conoce la realidad"

William Colque
"Mi sugerencia siempre es que mirar desde el nivel central lo que sucede en una comunidad a veces no es bueno. Por eso creo que las autoridades de Bolivia, que siempre están en La Paz, deberían venir a Pisiga, y las que están en Santiago deberían venir a Colchane. El que está en Colchane, el que está en Pisiga, es el que conoce la realidad", dijo.

Pisiga Bolívar tiene una población cercana a los 400 habitantes, cifra que se ha triplicado por el flujo de migrantes. "Esto ha causado incomodidad e inseguridad a la población", describió el alcalde de Sabaya, que incluye a la comunidad de Pisiga, Pablo Villca, a Ex-Ante. "Es una pena ver esto. Hay personas que están migrando con niños, incluso con bebés en mano, sin dinero, sin los recursos como para poder subsistir en la estadía, quizás porque el control es fuerte de parte de Chile", contó.

"La población se ha visto un poco amenazada porque ha habido robos y, como es un paso habilitado, incluso ha habido algunos asaltos a choferes (de camiones), ha habido varias quejas, pero el objetivo de ellos siempre es pasar a Chile", dijo. En términos de magnitud, el alcalde habla de cerca de mil migrantes que están durmiendo en las calles, a la intemperie. Al inicio de la pandemia se instaló un campamento para que los bolivianos que retornaban de Chile hicieran cuarentena, pero eso ya se desarmó.

El ecosistema de ayuda


Oficialmente no se sabe cómo llegan los migrantes hasta Pisiga, porque las fronteras de Bolivia están cerradas por la emergencia sanitaria y "no hay pasos de flujo de turismo". "Vienen en todo tipo de transporte, buses, vehículos pequeños. Hay personas también que se prestan para eso. Como son familias completas, los contratan y aparecen en Pisiga", contó. "La situación es caótica", añadió Villca. "Nosotros somos un municipio pequeño, de un presupuesto reducido, y no nos da para poder apoyar adecuadamente a los migrantes".

Extraoficialmente, es conocido que la ruta de entrada a Chile se comienza a trazar en Perú, pasando por la frontera con Bolivia en Desaguadero, luego Oruro, Colchane, Huara e Iquique. El camino se dibujó luego de que Perú y Chile incrementaran el control en la zona fronteriza de Tacna y Arica en 2019, según han explicado los investigadores del Centro de Estudios del Conflicto y Cohesión Social (COES).

El flujo en la zona comenzó a subir debido a que se estaba asfaltó la carretera internacional a comienzos de la década pasada y cada vez eran más las personas que llegaban hasta Pisiga para atravesar a Chile, según consigna RTVE. Por eso llegaron las religiosas de la congregación Hijas de la Caridad, a quienes el obispo de Oruro les encomendó hacerse cargo de los migrantes. Cuando arribaron, la población en la localidad era de 73 habitantes, pero el asfalto en la carretera hizo que Pisiga, un pueblo fundado hace 125 años por dos hermanos pastores de alpacas, creciera.

En 2016, se calculaba que pasaban 1.200 migrantes al año por esa casa de acogida para 20 personas que manejaban tres religiosas. Con el incremento de los flujos migratorios, la cifra ha crecido significativamente. Hubo épocas en que tenían que subir agua en baldes a través de las ventanas, porque la casa no tenía suministro. Tampoco tenían calefacción en un pueblo a 3.707 metros de altura, donde la temperatura en las noches de invierno baja a -15°C.

Aunque deberían quedarse por tres años, existe una alta rotación por las difíciles condiciones del clima y la altura. El panorama es tan adverso que más de una vez las religiosas han recibido llamados preguntando si un migrante que apareció muerto en medio de su travesía pasó por el hogar. "Hace tiempo empecé a escuchar de las hermanas de Pisiga", contaba en 2016 el entonces director del Servicio Jesuita Migrante, Miguel Yaksic, a La Tercera. "Las llaman las guerreras del desierto".
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