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José Joaquín Brunner: "Estamos en la mitad de la estación de las tormentas"

Caminando "al borde de la cornisa", lejos hoy de un escenario de ruptura pero también del sueño de la “casa común”. Así ve el exministro el desarrollo del proceso constitucional.

08 de Octubre de 2021 | 07:39 | Por Álvaro Valenzuela Mangini, Crónica Constitucional
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El Mercurio
"Siempre fue ingenuo pensar la Convención como una especie de gran momento puramente deliberativo, de encuentro de ideas y de construcción de la casa común", advierte José Joaquín Brunner.

Exministro y figura intelectual de lo que fuera la Concertación, su visión del proceso privilegia la lógica fría del académico por sobre cualquier idealización. Así, recurre a la famosa frase de Von Clausewitz y la invierte, para sostener que la Convención Constitucional fue simplemente "la sustitución de la guerra por la política". Ello supuso, por cierto, el esfuerzo de encauzar institucionalmente el conflicto que vive la sociedad chilena, evitando que "nos arrollara a todos en una gran revuelta violenta y desordenada"; sin embargo, lejos de suprimirse, "ese conflicto tan grueso y dramático seguiría exactamente igual pero dentro de un mínimo de reglas. Y eso es todo lo que ha sido la historia de la Convención".

Por ello no le extraña que la instancia constituyente se haya transformado en escenario privilegiado para el enfrentamiento entre lo que llama "octubristas" —esto es, quienes buscan “transformar el 18 de octubre, con todo lo que significa, en el hito más importante de esta nueva etapa de la sociedad chilena”— y los "noviembristas", los que reivindican como fecha clave el 15 de noviembre, día del acuerdo para encauzar la crisis. Se trata de una disputa que abarca símbolos —como la propia idea de la presidenta de la Convención de iniciar el próximo 18 la discusión constitucional de fondo— pero cuyos alcances refieren al sentido mismo del proceso y la evolución política futura.

¿Qué se juega entonces en la pugna entre octubristas y noviembristas?

—En el más corto plazo, se juega la administración y superación de las varias crisis que emergieron en 2019, la continuidad de este cauce constitucional y su convergencia final con el ciclo electoral, la elección del nuevo Parlamento y del nuevo gobierno. Y, de ahí en adelante, cuál es el proyecto y la estrategia de cambio que gobierna al país. El análisis lleva a pensar que efectivamente va a haber una nueva generación en el gobierno, que esa nueva generación va a llegar con una propuesta de cambios múltiples y lo que está por verse es en concreto cuál va a ser esa estrategia. Estamos en la etapa del diseño del cambio y hay una disputa entre distintas versiones de él, unas que son más radical rupturistas y otras que, desde el punto de vista institucional por lo menos, son más cuidadosas de las formas y más continuistas.

¿Podríamos identificar los hitos en que se ha hecho evidente esta pugna?

—A una estrategia "octubrista" le gustaría una Convención que se entienda a sí misma como una asamblea que representa directamente y ella sola la soberanía popular. Eso es lo que se busca al exaltar el 18 de octubre: establecer que ahí se expresó, en un quiebre, la soberanía popular y que esa soberanía popular da origen a la constituyente. Esa es una leyenda, una narrativa que se está construyendo, pero que identifica y llena de energía y emociones a un sector de nuestra sociedad. Y eso se manifestó ya el primer día en cuánto había de ruptura en la instalación, qué tipo de símbolos se usaban. Luego, en toda la discusión larguísima respecto de si la Convención debía atenerse a algún tipo de marco o si podía en cualquier momento saltárselo... por ejemplo, decidir que todo iba a ser aprobado por mayoría simple o por tres quintos, pero no por los dos tercios. Otro momento es la discusión de si este es un poder delegado o un poder originario. El "noviembrismo" entiende claramente que es un poder derivado de un gran acuerdo que se tradujo en una reforma constitucional. Ahora, es un error pensar que esta última es una autocomprensión pacifista o de continuidad con la historia de los últimos 30 años o un renacer del espíritu de la Concertación. Todas esas cosas murieron. El espíritu de noviembre es un espíritu de reformas y de cambios, solo que dentro de una determinada visión de orden institucional.

"Estos tres meses han dado un rico material tanto para la corriente octubrista de quiebre como para la que ha logrado hasta ahora darle una gobernabilidad a la Convención y que es más bien noviembrista. Esta ha ido logrando con mayor facilidad articular mayorías en momentos clave. Pero con precios: tú tienes que ratificar desde dentro de la Convención los dos tercios que ya estaban determinados desde fuera. Y a cambio de eso tienes que aceptar discutir los plebiscitos dirimentes que son típicamente una manera de desbordar este organismo, como planteaba el PC. Ahí uno ve cómo esto se maneja en el borde. Todo el rato vamos caminando por la cornisa, pero es lo que le ha dado cierta aura al Frente Amplio de que ha logrado jugar el papel de pivote".

El octubrismo lo representan el PC, la ex Lista del Pueblo, los pueblos originarios. ¿Es clara la identificación del Frente Amplio con el noviembrismo o es más ambigua?

—Ha sido consistente. Eso no quiere decir que sea total y única, y que no haya fisura ni ninguna nostalgia o acercamiento hacia al otro polo; claro que lo hay. Pero, gruesamente, el Frente Amplio, dentro de la Convención, en la carrera presidencial y en las disputas parlamentarias, va en una dirección de decir: "Esto tiene marco institucional y nosotros estamos dando nuestra batalla dentro de él". Al Frente Amplio le debiera interesar sobremanera mostrar capacidad de dar gobernabilidad a la Convención, porque es una prueba de fuego. A Boric, además, porque él tiene una alianza con el PC.

¿Cómo puede funcionar esa alianza si sustentan visiones en principio incompatibles?

—Yo creo que son bien incompatibles, solo que en el proceso uno puede ir tratando de ajustar y mantener, pero alguien debe ir dando la dirección. Hasta acá básicamente es el Frente Amplio el que ha ido logrando dar una cierta dirección, en lo cual ha tenido la ayuda de la diosa fortuna: la disgregación y el deshilachamiento de la Lista del Pueblo. Creo que va a ser en general una relación muy difícil la del PC con el Frente Amplio, en la medida en que el PC no vaya adquiriendo un mayor realismo. ¿Va a ocurrir eso o no? Es completamente imprevisible en este momento.

¿Es pertinente la comparación con los problemas de la Unidad Popular?

—Creo que no es pertinente en términos del contexto, del grado de desarrollo y de madurez de la sociedad chilena, de lo que son los cambios generacionales que entonces estaban teniendo lugar y los que tienen lugar hoy. Ahora, ¿podemos aprender y recoger lecciones valiosas de esa época? ¡Qué duda cabe! Quienes fuimos parte de la experiencia de la UP aprendimos las enormes dificultades que tienen los procesos de cambio social y las ventajas de tratar de llevarlos dentro de un cauce institucional. Ventajas para todos. No solo para los conservadores, las derechas y los reaccionarios, sino para toda la sociedad. Tiene una ventaja enorme no quebrar, no llevar esto a una encrucijada donde solo quede la posibilidad de la violencia. Porque en eso no cabe duda al final quién gana.

¿Cuáles diría que son los escenarios más probables de proyectar hoy?

—Creo que el escenario más probable en el plazo corto, de aquí al 2030, es que se imponga un camino reformista, pero con todas las contradicciones tanto en el plano institucional como en el plano ideológico y de la gestión de las cosas, y por tanto que tengamos una década en que ese camino dé lugar a un deterioro de las instituciones del Estado, de la economía, de la convivencia; no por una ruptura, sino un deterioro largo, una década perdida. Y el mejor escenario sería uno parecido a este pero con muchas más fluctuaciones, donde, en la oscilación entre el deterioro y la mejora, al final va imponiéndose un camino de mejoramiento más sostenido. O sea, dos escenarios bastante grises, que tienen la ventaja de no tener grandes rupturas, pero tampoco llevan a ninguna idea de casa común que se transforma a sí misma de una manera ultra positiva.

¿Descarta el escenario de la ruptura?

—Lo veo muy lejano. Lo vi, como todo el país, presente para el 18 de octubre. No creo que entonces haya sido una cosa paranoica ni conspirativa ni solo de grupos de derecha pensar que el país estaba en medio de condiciones de generar una ruptura institucional. Me parece que eso estaba en juego en esos días y no está en juego ahora, dado que existe este ciclo electoral y por tanto una permeabilidad que la institucionalidad está mostrando y que lleva las cosas dentro de un cierto cauce. Entonces, es cosa de todos cómo mantenemos el cauce. Sin optimismos exagerados de que todo está estupendo y que la Convención viene cada día siendo más madura, cosa que no tiene asidero en la realidad, pero tampoco la tesis contraria de decir la Convención ya jugó sus cartas y demostró que es incapaz...

Usted no está entre los que respiraron con alivio después de la encuesta CEP, pensando que ya superamos el 18 de octubre...

—La encuesta no decía eso y, por otro lado, las dinámicas reales de la sociedad muestran que la magnitud de los conflictos, el tipo de conflictos y los objetos de conflicto están todos presentes y en algunos casos probablemente pueden haberse profundizado a propósito de la pandemia. Yo ni respiré más agitado ni más conforme. Respiré como venía respirando antes, en el sentido de decir sí, estamos al medio de una navegación extraordinariamente turbulenta y no hay que dejarse entusiasmar por los momentos en que de repente el mar se tranquiliza. Estamos en la mitad de la estación de las tormentas.

¿En qué medida la presentación de una acusación constitucional contra el Presidente Piñera puede incidir en todo esto?

—En el delicado cuadro que vivimos, todo está relacionado. Desde ya, esta acusación buscará unificar a las diversas fuerzas de oposición, en este caso, en torno a su polo más radical. Habrá una competencia por mostrarse indignados. La prudencia será castigada como debilidad. Y el Gobierno enfrentará una masiva corriente de opinión contraria, en una materia —los conflictos de interés— que acompañan como una sombra al Presidente. Para la gobernabilidad es funesto.

¿Qué significado le da al hecho de que la Convención haya aprobado una definición de negacionismo como la que aprobó en su reglamento de ética?

—Lo encuentro inverosímil. La Convención es un órgano constituido para la deliberación, el choque de argumentos, la búsqueda permanente de las mejores soluciones a través de los razonamientos más diversos, donde la capacidad de cuestionamiento, de crítica, de decir cosas incorrectas, de pensamiento lateral, es lo que puede llevar a una meta razonablemente positiva. Sin embargo, pareciera que hay quienes entienden que hay que hacer todo lo contrario, frenar la capacidad pensante y dicente de la Convención y ponerle una verdadera malla de prohibiciones, de obstáculos al libre flujo y circulación de las ideas. Es una contradicción completa. Por otro lado, muestra como cultura algo preocupante: un espíritu un poco absolutista, inquisitorial, propenso a la cancelación de las posiciones disidentes, bajo la creencia de que de alguna manera —y eso es algo de la cultura del octubrismo— el quiebre ya se produjo y la nueva soberanía está en quienes aprueban un proyecto ético como este. Pero en realidad, más que grave, lo encuentro desmesurado, un poco patético: creer que un órgano deliberativo que va a durar un año debe tener un código completo de ética que no tiene que ver con los conflictos de interés y cosas reales, sino con reglamentar el comportamiento, motivaciones, pensamiento y lenguaje de sus miembros.

En este tema, el Frente Amplio también se ha hecho parte y no parece tener una identificación muy clara con la libertad de expresión...

—Sí, es muy ambiguo en esta materia. Creo que le viene de su propio de desarrollo y maduración ideológica, donde hasta acá no tiene claro cómo darle cabida al liberalismo en sus mejores expresiones clásicas ni tampoco al pluralismo. Tiene esta tendencia ridícula a creer que el liberalismo se redujo a partir de la segunda parte del siglo XX al neoliberalismo. Y han construido un espantapájaros que se llama neoliberalismo, bajo el cual cualquier cosa que no le gusta a alguien de este otro tipo de corriente lo acusa de neoliberal y con eso cree que dio por arreglado el problema.

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