En el ajetreo habitual de la carpa de prensa del ex-Congreso, donde decenas de reporteros cubren a diario el trabajo de la Convención Constitucional, ya es habitual escuchar de rato en rato acentos extranjeros. La mirada del mundo está puesta en Chile y no solo por las definiciones que se tomarán en los próximos meses. El proceso, en sí mismo, tiene particularidades que convierten al país en todo un caso de estudio.
Emprender la misión de redactar una nueva Carta Magna de manera paritaria, con representación de pueblos originarios y liderazgos ciudadanos hasta ahora ajenos a la política tradicional son algunos de los ingredientes que hacen de esta experiencia chilena una sin punto de comparación. Y aunque todavía faltan meses para conocer la propuesta que el órgano presentará al país, a menudo los propios convencionales hablan de lograr la primera Constitución feminista, ecológica y otros adjetivos más. Curiosamente, esta no es la primera vez que Chile se vuelve el escenario de fórmulas inéditas.
¿Un laboratorio político? Pero. ¿qué hace del país un terreno fértil para estas innovaciones? ¿Por qué aquí?
Alejandro San Francisco, historiador y académico en la U. San Sebastián y la UC, retrocede a 1960 para explicarlo. A partir de ese momento, expone, "Chile se convirtió en un verdadero laboratorio de proyectos e iniciativas teóricamente originales y que se presentaban al mundo como grandes novedades: Revolución en Libertad —que evitaría el marxismo o las dictaduras militares que afectaban a América Latina—; una 'vía chilena al socialismo' en 'pluralismo, democracia y libertad', como solía decir el presidente Allende; una revolución económica hacia el libre mercado, que precedió cambios económicos en otros lugares de la región; una 'transición ejemplar' y otras".
Sobre el origen de estas fórmulas —posibles cuando las ideas se encuentran con el poder político, apunta— menciona varios factores. Uno de ellos sería "la falta de continuidad histórica de los proyectos políticos, con la sola excepción de la Concertación. Eso llevó a cada sector político o grupo a presentar una alternativa diferente". La persistencia de "la idea de fracaso o la necesidad de cambio a pesar de los logros", añade, reforzaría "la creatividad política".
Para Gabriel Salazar, premio nacional de Historia de 2006, las raíces del asunto están en la forma en que sucesivos gobiernos han tenido de convivir con las constituciones. "En Chile la ciudadanía ha venido intentando cambiar la Constitución desde más o menos a mediados del siglo XIX", explica. Y hubo cambios, pero el descontento continuaba.
"Eso lleva a los experimentos de los años 60. Los políticos no quieren cambiar la Constitución, porque si la cambian en la línea que quiere el pueblo, se quedan sin pega. Eso lleva al experimento de Eduardo Frei Montalva; revolución en libertad, o sea, revolución de acuerdo a la ley constitucional liberal", ejemplifica Salazar. En síntesis, dice, "la clase política se ve obligada a tratar de satisfacer al pueblo, pero la Constitución no le da el ancho, entonces usa resquicios legales o el jueguito de prometer cambio".
San Francisco enfatiza que el tiempo histórico también puede ayudar en potenciar las innovaciones en direcciones determinadas: así como los 60 eran los años de las revoluciones, por ejemplo, por estos días el feminismo tiene una importancia crucial.
De todos modos, previo a la Convención Constitucional, Chile no era exactamente Islandia o un referente en género. Julieta Suárez-Cao, académica de Ciencias Políticas en la UC, lo ilustra con las cuotas de género en las elecciones parlamentarias. Allí, dice, el país "llega tarde y llega mal" con una ley que tenía "pocos dientes". Pero a fin de cuentas, cree que esto fue "un blessing in disguise ('bendición disfrazada'), como dicen los gringos. Termina siendo una ventaja porque permitió empujar por la paridad porque, claramente, no era suficiente. A veces, cuando los cambios no llegan a tiempo, cuando las instituciones, los intereses de las personas poderosas (…) no se adaptan a estos cambios sociales, son mucho más rápidos, repentinos".
La fuerza con que se ha hablado en el ex-Congreso de avanzar a una Carta Fundamental feminista, por ejemplo, o ecológica, también estaría conectada a aquellas demandas sociales no atendidas a tiempo.´
"Ahora está la posibilidad de reescribir las reglas y, en ese sentido, la energía está puesta en esto: cuál sería nuestra Constitución ideal. Y probablemente para muchos sectores, en particular para los que son mayoritarios en la Convención, viene de la mano de un montón de estas reivindicaciones, que existen quizás más fragmentadas en otros países, pero claro, esta es una Constitución entera", plantea Suárez-Cao.
El costo de la vanguardia
El interés que estos fenómenos despiertan no se queda en lo mediático y lo académico. A algunos les ha inspirado ideas —Perú sigue de cerca el proceso constituyente— y a otros les ha permitido leer procesos mirando la experiencia ajena. Así pasó, por ejemplo, cuando Colombia vivió su propio estallido social.
Pero ser el primero es también caminar por terreno desconocido, con los riesgos que acarrea. De las experiencias de los 60 y 70, por ejemplo, el final ya es conocido. "Se requiere un laboratorio político realista", sostiene al respecto Salazar.
"La novedad, la vanguardia o la creación deben pasar la prueba del éxito: ese es el primer riesgo, ser novedosos, pero no consistentes o duraderos", advierte, por su parte, San Francisco.
Otros peligros que menciona son que lo nuevo, con su ímpetu, también arrastre lo bueno, o que la innovación de turno "tenga dueño" e intente ser cambiada por otros en cuanto tengan oportunidad. "Es lo que pasó en buena medida con la Constitución de 1980", plantea.