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Columna de opinión: Presidencialismo con Congreso unicameral

La autora es historiadora y académica de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile.

06 de Febrero de 2022 | 11:36 | Por Sofía Correa Sutil
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El Mercurio
La comisión de Sistema político de la Convención ha aprobado presidencialismo con Congreso unicameral como futuro régimen de gobierno, combinación que deja instalado un populismo totalitario. Veamos por qué.

En primer lugar, con la aprobación de un Congreso unicameral no solo se eliminó el Senado, sino que también se suprimió la Cámara tal como la hemos conocido hasta hoy. Lo que se ha establecido es una Asamblea, no un Congreso. En ella no se expresará la ciudadanía en igualdad política, pues la Asamblea tendrá una proporción de escaños reservados para los llamados pueblos originarios y para las diversidades sexuales, y otros por definir. ¿Por definir por quién? Además, tendrá representación territorial, la que no debe confundirse con representación de las regiones, como existe hoy en el Senado de la República.

Territorios no son regiones, ni provincias, ni ningún espacio que refleje la división político-administrativa del país. Territorio es un concepto recién introducido por las fuerzas de izquierda radical, cuya definición precisa desconocemos a pesar de los alardes de transparencia en la discusión constitucional. Quienes propusieron esta Asamblea unicameral de 205 miembros, y posiblemente más a futuro, esperan que esta sea lo más diversa y heterogénea posible. Es decir, configurada por pequeños grupos, de modo que así se debiliten y eventualmente desaparezcan los partidos políticos, que son aquellas instancias que permiten articular la diversidad social para desde allí acordar una visión común.

Se ha señalado, con razón, que la supresión del Senado rompe con una tradición bicentenaria. Conviene aclarar que dicha tradición no es otra que la de la democracia representativa, cada vez más amplia en su representación. Nuestro bicentenario Senado de la República es consustancial a la comprensión de la política como deliberación para llegar a acuerdos que recojan el sentir de la mayor amplitud posible de la sociedad chilena. La Asamblea que se ha propuesto refleja, en cambio, una comprensión de la política como poder desnudo, como imposición por la fuerza de visiones parciales, y una negación de la democracia representativa. Por eso es que en la propuesta por suprimir el Senado se argumenta que este sería expresión de una democracia "tutelada", "elitista" y "excluyente", aunque tenga su origen enteramente en votaciones populares; es que la noción de pueblo tras la Asamblea no es la de conjunto de la ciudadanía, sino la de una fracción de la sociedad; de allí que esta será configurada en buena parte sectorialmente vía escaños reservados y por los llamados territorios.

En segundo lugar, hay que tener presente que una Asamblea de fuerzas disgregadoras, donde las mayorías circunstanciales se impondrán sin contemplaciones, se combina con un presidencialismo que concentra y centraliza el poder. El Ejecutivo dura cuatro años con reelección, y está compuesto paritariamente por un(a) presidente y un(a) vicepresidente. De modo que es perfectamente imaginable que se turnarán el cargo vez por media y tendremos un cuarto ciclo político de 16 años (el primero, la dictadura; el segundo, 1990-2006; el tercero, Bachelet-Piñera bis; ¿y el cuarto ciclo Boris-Siches, Siches-Boris, bis?). El Presidente tendrá amplísimos poderes, dadas las mociones aprobadas en otras comisiones: control de los jueces, control de los medios de comunicación, control de los recursos naturales, nacionalizados, es decir, estatizados. No le será difícil controlar la composición de la Asamblea, que también se elige cada cuatro años, o neutralizar cualquier oposición que se levante en ella.

Presidencialismo con Asamblea unicameral: el populismo totalitario ha quedado completamente configurado. De modo que lo que está en juego no es una disposición u otra, detalles a corregir en las mociones aprobadas. Lo que está en juego es la democracia representativa, con limitación del poder estatal, con libertades públicas y división de poderes.

En la oportunidad que todavía queda para revertir este diseño, sería conveniente repensar el presidencialismo como régimen de gobierno deseable, desprenderse del mito de que el presidencialismo es consustancial al éxito de Chile y mirar los enormes logros de nuestro período parlamentario. Es una discusión pendiente.

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