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Columna de opinión: El vértice constitucional

Todavía es prematuro tomar posición respecto a la nueva Constitución. Debemos esperar al 11 de marzo para ver lo que decida el nuevo Presidente electo, pues a estas alturas solo él podría cambiar el curso del proceso.

12 de Febrero de 2022 | 13:24 | Por Sylvia Eyzaguirre
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La Segunda
Las democracias liberales son una excepción. En nuestra región, los Estados democráticos se han mostrado a lo largo del tiempo extremadamente frágiles. El narco, la corrupción, el abuso y la pobreza desafían a los Estados, debilitan sus instituciones y terminan por minar la confianza de la ciudadanía. Chile parecía ser una excepción.

Muchos se burlaron de las palabras del Presidente Piñera cuando comparó a Chile con un oasis, pero si somos honestos, debemos reconocer que son muy pocos los países que han logrado avanzar a la velocidad que lo hizo Chile en mejorar la calidad de vida de la gente y construir una democracia que cumple con el estándar internacional después de 17 años de dictadura.

Las nuevas generaciones parecen no advertir el esfuerzo de lo logrado y dan por sentado lo hasta ahora ganado. Sin embargo, como nos enseña la historia, la democracia es frágil, está permanentemente bajo tensión, y nuestras libertades y derechos, hoy tan evidentes, se encuentran en permanente reivindicación. Más de alguno estará pensando que estas palabras no son más que la expresión de un espíritu conformista, ciego ante las múltiples injusticias y desigualdades que sufren diversos sectores de nuestra sociedad. Reconocer los avances realizados no implica necesariamente renunciar a seguir avanzando en el camino de las libertades y la justicia, pero ignorarlos arriesga un retroceso difícil de revertir, cuyo costo lo pagarán, como de costumbre, los más pobres y las nuevas generaciones.

Según Acemoglu y Robinson, en su libro "El pasillo estrecho", las democracias liberales tienen su origen nada más y nada menos que en los conflictos sociales. La democracia y las libertades no son fruto de instituciones bien diseñadas ni se mantienen por el peso de la ley. Ellas tienen su origen y se desarrollan a través de las movilizaciones sociales, que son procesos difusos donde las personas defienden sus propias libertades y luchan por una distribución más democrática del poder.

Las democracias liberales emergen como un sistema de gobierno alternativo al autoritarismo y a la ausencia de Estado de derecho. El fin último del conflicto social es la expansión de la esfera de libertad de la ciudadanía, que constituye la esencia del régimen democrático. El sentido primario del Estado en las democracias liberales es la protección de las personas contra los poderosos sin usurpar el lugar de la sociedad civil. De ahí que la democracia limite estrictamente el poder del Estado para resguardar a la ciudadanía de su eventual tiranía. La libertad es el tesoro a resguardar en las democracias liberales y su expansión a los distintos grupos de la sociedad ha sido el proceso de su consolidación. Para los autores, la democracia liberal sería un pasillo estrecho entre el autoritarismo y los Estados fallidos, donde florecen las libertades y también el progreso.

Si hubiera que elegir un adjetivo para describir el momento histórico que estamos viviendo sería confuso. La verborrea, el activismo identitario, el fanatismo, la falta de comprensión de lo que es una Carta Magna parecen imperar en la Convención Constitucional. Pero al mismo tiempo, este revoltijo de fuerzas sin hasta ahora un cauce claro nos permite tener la esperanza de que decante en un proceso de democratización de la esfera del poder, que me parece ser la demanda esencial detrás del 18 de octubre.

El resultado de la Convención es incierto y sabemos que la evidencia internacional nos juega en contra. Nuestro proceso constituyente nos sitúa en el vértice de dos caminos. Voces de alerta han comenzado a emerger frente al proceso constituyente, voces que provienen de distintos sectores políticos. Existe consenso en el daño que podría causar una mala Constitución; sin embargo, no se ha reparado suficientemente en el daño que podría provocar el fracaso del proceso constituyente.

El éxito o fracaso de la nueva Constitución depende de la Convención, pero sin duda el próximo Presidente electo puede jugar un rol fundamental. Él tiene la oportunidad de liderar este proceso, poniendo coto a las pulsiones populistas y orientando el diseño de las instituciones políticas bajo el paradigma de la democracia liberal.

Todavía es prematuro tomar posición respecto a la nueva Constitución. Debemos esperar al 11 de marzo para ver lo que decida el nuevo Presidente electo, pues a estas alturas solo él podría cambiar el curso del proceso.

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